La manzana de la discordia (México, 1968) de Felipe Cazals, con Jorge Martínez de Hoyos, Ramón Menéndez y Sergio Ramos.

Primer largometraje de Felipe Cazals. Aparte la anécdota, con todo el drama y sus crímenes, la película tuvo una aceptable bienvenida por parte de la crítica de entonces.

Tomás Pérez Turrent (15 de enero de 1935, San Andrés Tuxtla, Veracruz, 13 de diciembre de 2006) la recibió con una esperanzadora pregunta, en un artículo, escrito para el número 1865 de la Revista Sucesos para todos: ¿NACIMIENTO DEL NUEVO CINE MEXICANO?

La manzana de la discordia, película independiente realizada por Felipe Cazals marca quizá el nacimiento del nuevo cine en México, y si ponemos el quizá es porque todo depende de la continuación que pueda tener su empresa. Se trata, en todo caso, de una obra insólita, de ruptura en cuanto a las normas y cánones que rigen la producción “normal” y, lo que es más importante, en cuanto a las convenciones y principios de concepción, estructura y lenguaje del cine mexicano…”, escribió al inicio de su artículo.

“… Cazals ha roto de cuajo. En primer lugar, con los métodos de filmación: equipo reducidísimo, rodaje rápido. Improvisación de diálogos, de acuerdo con el clima del mismo rodaje. A diferencia de otros “renovadores”, no ha tratado de ser “moderno” en la imitación exterior de los modelos…, sino que ha partido de situaciones conocidas y aún convencionales de ese fenómeno cultural, a pesar de todo, que es nuestro cine. Pero éstas no son trascendidas, revaloradas o enriquecidas, sino simplemente pulverizadas, desposeídas de toda espectacularidad, de pathos, de adornos dramáticos, dejándoles sólo ese principio de artificio que es la base del cine…”, continuó escribiendo.

“El resultado es la manifestación de un estilo. Cazals golpea siempre en el mismo lugar y bajo el mismo ángulo de visión. El estilo no es planteado como punto de partida: es conquistado y, vulnerable y frágil como toda conquista, es puesto en duda a cada instante. Lo único que precede la realización es la voluntad de desnudez absoluta, de simplicidad total. La misma sobriedad, el rigor para tratar al desnudo una serie de situaciones mínimas, se amplían en el uso de los elementos cinematográficos. Contra todo lo supuesto, en cuanto se habla de “nuevo”, la cámara no es poseída por una especie de mal de Parkinson; sus movimientos son escasos y estrictamente los necesarios; el montaje no parece de cine publicitario, aunque tampoco se dedica a seguir las reglas convencionales de continuidad. Cazals ha usado a su manera el falso raccord godardiano”, siguió escribiendo.

Felipe-Cazals

Felipe-Cazals

La manzana de la discordia ilustra la voluntad de no trucar. Su estética rechaza la emoción y, al no recrear una anécdota dramática, desemboca en una apariencia estática y anodina, pero que al mismo tiempo implica la mirada de un hombre a través del objetivo fotográfico, mirada que va a lo esencial y que supone una elección de principio. Es ésta mirada la que da un sentido a los acontecimientos. Mirada supone distancia, y es ésta la que condiciona todo: desde el material en bruto hasta el uso del lenguaje, de la escritura cinematográfica que es directa, que no busca adornar, convencer, forzar o encaminar, que se niega al arte, al símbolo y que por ello mismo se vuelve rica en implicaciones. La correspondencia entre el propósito y la manera de contarlo, la adecuación entre el filmar y la actitud distante postulada, son perfectas.

La distancia postulada no deja de ser paradójica: la cámara siempre guarda su lugar, es casi siempre objetiva, se coloca por lo regular en plano general o en plano medio, y a pesar de esto es extraordinariamente atenta y precisa, acompaña y hasta parece identificarse a los gestos más imperceptibles, movimientos, miradas de los personajes. Es este ojo agudo el que da cuenta de un universo impreciso, un mundo en desenfoque, un espacio indeciso. Es este ojo el que rinde cuenta de situaciones insuficientemente delineadas en cuyo interior se mueven personajes esquemáticamente definidos, vacilantes, dueños de una realidad que es sólo perceptible en segunda instancia. Personajes que se apoyan únicamente en el vértigo de un movimiento constante, deambulante de manera obsesiva a través de cuatro etapas: el burdel pueblerino, el asilo de ancianos, el asesinato gratuito, inexplicable y absurdo, y el asesinato fatal, con el cual parece cerrarse el itinerario, pero que es sólo la puerta para un epílogo que no termina nada: regreso al burdel original, y otra vez la huida hacia lo indefinido…”

El análisis crítico de la película, de Tomás Pérez Turrent, continúa, al grado de que, al final, concluye, venerablemente: “… la admirable simplicidad y la desnudez, cercanas a las de un Dreyer, un Bresson, un Lang, un Straub, reducen la puesta en escena a su más pura y fuerte expresión.” ¡A jijo! ¿Será? Nunca la he visto; pero, créanme, que la visión de Ciudadano Buelna me causa la misma impresión que lo sentido por Tomás Pérez Turrent por La manzana de la discordia: “UN ÉPILOGO QUE NO TERMINA NADA”.

Ciudadano Buelna (México, 2012) de Felipe Cazals, con Sebastián Zurita y Marimar Vega.

Último largometraje de Felipe Cazals. Ciudadano Buelna, drama histórico sobre un personaje olvidado de la Revolución Mexicana, que aparece y desaparece en la narración, para perpetuarse, merece un comentario aparte. Felipe Cazals tenía el gusto por tratar temas históricos, sobre todo, relativos a la Revolución Mexicana. Tenía el gusto por incluir, en los diálogos de sus argumentos, ese decir propio del habla castellana a la mexicana.

Por el momento, sólo transcribiré el testimonio de Fernando Benítez (Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana 1. El Porfiriato, FCE, México, 1985), como introducción al comentario que haré con mayor amplitud sobre la película:

“Buelna, ‘Grano de Oro’ —soldado que jugaría años después un papel decisivo al perdonarle la vida a Lázaro Cárdenas—, era un joven de 20 años cuando dejó los libros para tomar las armas. Hermoso y delicado, luchaba al frente de sus hombres, y aunque dominaba el arte de la guerra expuso con frecuencia su vida. Lo circundaba una aureola casi mágica, Carranza, nada afecto a reconocer méritos ajenos, se hace retratar con él llevando un brazo en cabestrillo —el abuelo orgulloso de las hazañas de su nieto— y Villa lo llama ‘mi muchachito’. Buelna cayó en un combate a la edad de 33 años y su bella mujer se dejó morir de tristeza,  lo que completó y afinó la tragedia de aquel extraño revolucionario sustraído a las leyes vigentes del odio y de la venganza”.

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