La semana pasada se publicaron algunas encuestas sobre el gobierno y el inquilino de Palacio Nacional. En la aprobación presidencial; el porcentaje más alto llega al 70 por ciento y en la más baja al 58 por ciento. Esto se da al cumplir 3 años y llegar a la mitad de su sexenio. En cuanto a la aprobación de su gobierno, sale muy mal evaluado. ¿Por qué se da esta incongruencia? Cuando existen fracasos en política pública, es cotidiano que los argumentos de quienes apoyan o simpatizan con el presidente, culpen y responsabilicen a los distintos secretarios de su equipo. Esto en cierto sentido “blinda” al presidente y de esta forma no lo resiente en su aprobación.
Es evidente que los ciudadanos viven la realidad sobre la inseguridad, la continua corrupción, un estancamiento económico, entre otras… pero la capacidad de ocupar el espacio de la comunicación, que tiene bien tomado y lo hace el mayor reflector, sigue siendo la mejor cualidad de este presidente. Para el no es necesario dar resultados, con solo mostrarse cercano al pueblo y “desmentir” cualquier realidad con sus otros datos.
Es increíble que en el manejo de la crisis de salud, la población lo percibe como adecuado. No importan los números de contagios, decesos, declaraciones desafortunadas y tener el más bajo nivel de vacunación con los países comparables. No tenemos como mexicanos la costumbre de exigir y demandar al gobierno y sus representantes que cumplan con sus obligaciones, en reprochar los resultados y nos enfocamos en frases como: así nos toco o ya estará de Dios.
Entendamos que no es cuestión de apoyar a un partido o líder político, se trata de que México logre resultados positivos, tenga un crecimiento constante y podamos alcanzar un nivel competitivo en comparación al resto del mundo, y eso es una población democrática que tiene por representantes a personas aptas y dispuestas a servir por el bien común.
Mientras la oposición siga esperando que la realidad o los resultados alcancen a Andrés, para de esta forma quitar a Morena del poder, es como quedarse a esperar de pie.
En todos los países, sean presidencialistas o no, se mide la popularidad o aprobación del presidente. La gran pregunta es si el capital político de su aprobación lo puede transferir a quien decida será el candidato de su partido para la sucesión presidencial.