La antigua leyenda platónica (Platón, Libro II, La república) relata que un pastor llamado Giges descubre un anillo mágico que lo hacía invisible. Al descubrir sus poderes, Giges seduce a la reina para confabular contra el rey, matarlo y así hacérse del reino. “Glaucón (hermano de Platón) hace referencia a esta leyenda para ejemplificar su teoría de que todas las personas por naturaleza son injustas. Sólo son justas por miedo al castigo de la ley o por obtener algún beneficio por ese buen comportamiento. Si fuéramos “invisibles” a la ley como Giges con el anillo, seríamos injustos por nuestra naturaleza” (wikipedia.org/wiki/Anillo_de_Giges).
Ignoro si alguien en Palacio Nacional ha leido a Platón y —como algunos que ahí habitan son políticos— le haya dado el golpe a La república, al menos para entender algunos conceptos fundamentales, o fundacionales, de la democracia y del Estado. Lo que sí creo es que “alguien” encontró el anillos de Giges, se lo puso y emitió un acuerdo para lograr la invisibilidad. Si quien utilice el anillo mágico resulta ser injusto por naturaleza o habrá de confabular para quedarse él, y sólo él, con el reino, develara la verdadera intención del Acuerdo (DOF: 22/11/2021), en el que se declara de interés público y de seguridad nacional la realización de los proyectos y obras prioritarias encabezadas por la administración pública federal, e instruye otorgar permiso previo si la autoridad no responde en un plazo de cinco días.
Guardo al caso la esperanza se declare la inconstitucionalidad de esta disposición antes de ser aplicada. Juristas del calibre de Diego Valadez ya han señalado los preceptos constitucionales violentados así como de otras leyes secundarias y reglamentarias. Otras organizaciones están haciendo lo propio y será la Suprema Corte —espero—, la que determine la no aplicabilidad de un recurso ilegal para eliminar el acceso a un recurso legal: el amparo de la Justicia frente a actos de autoridad.
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Y, sin embargo, el curso de lo que acontezca en el futuro cercano, no es ni con mucho mi principal preocupación; lo es, en cambio, la intención, el espírtu, que animó la publicación de dicho acuerdo. El hecho de instruir que las obras del Gobierno Federal se aprueben en cinco días (ni el tiempo que tardan en subir de la oficialía de partes), me recuerda las ejecuciones sumarias instruidas por Porfirio Díaz, cambiando el “mátelos en caliente”, por “apruébelos en caliente”.
Así como la muerte causa un daño irreparable para la víctima, de igual forma una autorización sumaria de, por ejemplo, un tratamiento médico, un medicamento, el desmonte de una selva, la demolición de una joya histórica, de un centro ceremonial prehispánico, de una presa que inunda pueblos y tierras de cultivo, los cambios del uso de suelo, son igualmente irreversibles y de imposible reparación ¿De qué sirve —me pregunto— que una autorización previa tenga una vigencia de 12 meses, si la obra realizada ya causó el daño que la ley tenía previsto evitar, mitigar o compensar?
No me queda duda de que esta joya —el Acuerdazo lo llamaría yo— que ignora el estado de Derecho, rayando en la más cínica inmoralidad, será un hito de perversidad en la historia de México por escribir, una mancha indeleble de esta Administración, pues aun los intentos fallidos a lo largo de nuestra historia, los que por fortuna no surtieron efectos, como los acuerdos MacLaine-Ocampo, el Mont-Almonte o el propuesto por Alemania en el Telegrama Zimmermann que, aun cuando no llegaron a rendir sus frutos gracias a un tardío sentimiento racional y, podríamos decir, hasta patriótico, no dejan de ser una marca vergonzosa e imborrable de nuestra historia.
¿Necesitabamos un Acuerdazo? ¿Para qué la Ley?, supongo se respondió la pregunta con otra pregunta “¡Nomás eso me faltaba!. ¿Rendir cuentas? Ni loco: la obra pública es de interés público y de seguridad nacional, por tanto, es de información reservada. Quesque todo dentro de la Ley, nada fuera de la Ley; ¡no! Más bien todo dentro del Acuerdo, nada fuera del Acuerdo”. Y punto: se apagan las luces, se cierra el telón y… “Tercera llamada, tercera llamada. Comenzamos la(s) obra(s)”. En el sonido local se transmite un mensaje: “Al público asistente se le comunica que no es necesaria su permanencia, ya que no requeriremos de encuestas ni consultas a mano alzada, incluida la consulta a los 17 pueblos texcocanos, para la creación de un parque de 12,500 hectáreas, en el que aseguramos el acuatizaje de 250 mil agradecidos patos”.
En lo oscuro (en lo “obscurito”, decimos los mexicanos), tras el telón, invisibles, se oyen los tramoyistas trabajar afanosamente, algunos con fusil en bandolera, otros sin él. Fin de la historia.
