El escenario global de hoy

Si tomara en cuenta el actual escenario global, tendría que escribir, por enésima vez, sobre Ucrania, manzana de la discordia entre Rusia y Estados Unidos y Europa, y escenario de una guerra fría que amenaza con calentarse. Sobre las comprensibles exigencias de Putin, de que la OTAN no se extienda hacia el Este y sobre el imperativo de devolver a Kiev el ejercicio pleno de la soberanía sobre los territorios separatistas del Donbas.

Podría referirme, una vez más, a China y su amenaza de engullirse Taiwán y también provocar una guerra caliente que involucre a Washington y a Europa. Una “paz imposible, pero guerra improbable”, para emplear el dicho de Raymond Aron, porque, aunque Xi Jinping sueña con anexarse la isla, ello provocaría no solo la reacción de Estados Unidos -y de Europa- sino de las de Japón y otros vecinos, hasta Australia e India.

También sería tema obligado la Unión Europea y el enfrentamiento del europeísmo, encabezado por Alemania -que estrena gobierno socialdemócrata y ecologista- y por Francia, contra gobiernos centroeuropeos euroescépticos, a los que acompañan personajes de la oposición en no pocos países, rabiosamente anti-Unión Europea. El tema incluiría la reciente propuesta de reforma de la zona Schengen, para que sea Bruselas la que decida el cierre de las fronteras exteriores -en casos graves como la crisis sanitaria, pero también el de la migración incontrolada- paso importante hacia la efectiva federalización de Europa, porque representa otra cesión más de soberanía por parte de los Estados a la Unión.

Me tentaba, por último, escribir, en vísperas de su primer aniversario, sobre la toma del Capitolio de Washington, el 6 de enero, por una turba que exigía desconocer la elección de Biden como presidente de Estados Unidos y declarar a Trump vencedor de los comicios. Conato de golpe de Estado que, además, a decir de los expertos, ha sido el ensayo de la próxima insurrección a favor del propio Trump, en las elecciones de 2024.

En un país polarizado, fanatizados la mitad de sus habitantes a favor del neoyorkino y con el partido republicano sometido a él. Un país “más cerca de la guerra civil de lo que nos gustaría creer”, según respetados expertos. Un escalofriante comentario que parece comprobar el informe del 20 de diciembre, proveniente del Pentágono, en el sentido de que un centenar de miembros del ejército, en activo o en la reserva, realizaron durante el año, “actividades extremistas prohibidas”,

Sin embargo, hago a un lado estos temas candentes —y graves— para referirme a las recientes elecciones presidenciales en Chile, corriendo el riesgo de repetir lo que seguramente dirán no pocos analistas en México, Chile y otros países de la región. Asimismo, para muchos la importancia del tema chileno para nada es equiparable a los que he mencionado, que involucran a las tres principales potencias políticas, económicas y militares; y a Europa, potencia comercial, entre cuyos miembros hay más de uno de peso político mundial.

A pesar de lo anterior, escribiré sobre Chile y sus elecciones, de enorme importancia para el país y para América Latina, pero también en el escenario mundial.

 

Presidente de todos

Gabriel Boric, el millennial socialista, ganador de las elecciones presidenciales chilenas, en su primer discurso como presidente electo, empleo similar expresión a la de Salvador Allende después de su triunfo, aludió, igualmente, a Patricio Aylwin, primer presidente de la democracia restaurada después de la dictadura de Pinochet, y mencionó expresamente a su derrotado contrincante, el ultraderechista José Antonio Kast.

Al igual que Allende, quien, en su primer discurso como presidente electo, el 4 de septiembre de 1970, dijo a sus partidarios “que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada, Boric dijo a los suyos: “Los invito -como se invitara hace muchos años- a que vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada”.

Al agradecer, de manera expresa, a José Antonio Kast, fue interrumpido con silbidos, pero acallándolos, dijo que “más allá de las diferencias que tenemos con él, sabremos construir puentes para que nuestros compatriotas podamos vivir mejor, porque eso es lo que nos exige hoy día el pueblo de Chile”.

Recuérdese -yo hago notar esto- que Kast, sin esperar al conteo definitivo de los votos, en la noche de la elección, dijo a sus seguidores: “Boric merece todos mis respetos, ganó en buena lid y esperamos que tenga un buen Gobierno”; y cuando Boric fue declarado vencedor en los comicios, Kast informó: Acabo de hablar con él   y lo he felicitado por su gran triunfo. Desde hoy es el presidente electo de Chile y merece todo nuestro respeto y colaboración constructiva. Chile siempre está primero”.

En los medios universitarios que frecuento, un buen número de personas celebraron el triunfo de Boric citando las palabras de Salvador Allende antes de su trágica muerte y la consumación del golpe de Estado, de Pinochet, el 11 de septiembre de 1973: “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.

Tuve oportunidad de ver a Allende en persona, por única vez, un día de noviembre de 1964, en Santiago de Chile. Senador, entonces, conducía un modesto Fiat Topolino y esperaba la luz verde del semáforo. Me dio una excelente impresión, acostumbrado en México a senadores y políticos en autos de lujo, con choferes y rodeados de guaruras.

Años más tarde, su elección como presidente e inicio de su mandato en septiembre de 1970, muchos —yo entre ellos— celebraron que la izquierda, no necesariamente comunista —hoy el centro izquierda, los socialdemócratas— pudiera llegar al gobierno en América Latina a través de elecciones y no solo por la vía armada, como la revolución castrista.

Pero su gestión económica torpe causó un grave deterioro a la economía y alarma e indignación al capital y entre la población. Aunado a ello, los movimientos de extrema izquierda que formaban parte del gobierno sabotearon las negociaciones con partidos moderados, como la democracia cristiana, lo que propició el golpe militar del 11 de septiembre de 1973.

Golpe que, por otro lado, inspiró y apoyo Estados Unidos (como consta en los documentos desclasificados del Archivo de Seguridad Nacional, NSA) pues Henry Kissinger, asesor de seguridad nacional del presidente Richard Nixon, consideraba a Allende un “marxista duro, antiestadunidense” y temía que el arribo de la izquierda: comunistas, socialistas, etc., a través de elecciones fuera un virus que contagiara a las izquierdas de otros países latinoamericanos.

Pero la evocación de muchos latinoamericanos a Allende y mi propio recuerdo, son solo eso -recuérdese que, mientras Allende ganó la elección con un 36.6% de los votos, contra el 35.2% de Alessandri, Boric obtuvo el 55.9% contra el 44.1% de su contrincante- y la experiencia que hoy inicia Boric y el grupo de millennials que lo acompaña mira al futuro, no esta interesada en cobrar deuda histórica alguna.

 

El desafío chileno y latinoamericano a Boric

El presidente electo tendrá, para empezar, que negociar en el país con otras fuerzas políticas, destacadamente la democracia cristiana y evitar las declaraciones temerarias de sus aliados de extrema izquierda, como el partido comunista. Porque la sociedad chilena está muy polarizada, “más que la mexicana”, me lo asegura un embajador extranjero conocedor de nuestro país y de Chile.

Es elocuente, a este respecto, que la diferencia de votos entre Boric y Kast (pinochetista) en la elección presidencial -55.9% contra 44.1%- fue casi idéntica a la que hubo entre quienes en 1988 votaron en el referéndum sobre la permanencia de Pinochet y la dictadura: 44,01 % por el «Sí» y de 55,99 % por el «No”.

Por fortuna, el presidente electo inicia su gestión sin facturas que cobrar a adversarios políticos y sin los resentimientos y rencores que envenenan el espíritu de líderes y guían la política en más de un país de América Latina. No teme tampoco girar políticamente al centro -gracias a tal flexibilidad se hizo de partidarios moderados que contribuyeron a su éxito en los comicios- consciente de que la posibilidad de esos giros y matices, y no el dogmatismo, son el instrumento clave del oficio político.

El mandatario tendrá que lidiar con un congreso en el que no tiene mayoría y negociar con el empresariado —desea aumentar los impuestos a los más ricos y a las grandes empresas, así como poner fin al actual sistema de pensiones y transformar el sistema de salud, con la idea de crear un Estado de bienestar, que Europa ha logrado crear—.

Enfrenta, además, el delicado reto de las discusiones sobre una nueva constitución que enterrará la de la dictadura —reformada— pero puede convertirse en un texto que consagre planteamientos extremistas y otros irreales. El nuevo texto será sometido a referéndum a fines de 2022.

El joven presidente, el más joven en la historia de Chile —asumirá la presidencia recién cumplidos 36 años— cuenta con un equipo igualmente de jóvenes, que ya ha tenido alguna experiencia y rebosa de idealismo y de entusiasmo: Izkia Siches, Giorgio Jackson, Camila Vallejo y Karol Cariola irrumpen en el poder en Chile con menos de 35 años.

La elección de Boric confirma, según algunos comentaristas, el retorno de los gobiernos de izquierda en América Latina: Argentina, Chile, Perú, Bolivia y México ¿y Honduras? entre los más o menos presentables; y Venezuela y Cuba entre los impresentables. Adicionalmente, Brasil y Colombia tendrán elecciones en 2022 y los candidatos de izquierda: Lula y Petro tienen amplias posibilidades de ganar.