Frente a un poder omnímodo que se rehúsa a la razón y promueve la discordia, conviene favorecer las alianzas entre sectores de la sociedad para analizar con veracidad los grandes problemas del país y aportar soluciones pertinentes. Es hora de concertación entre partidos políticos, grupos de la sociedad civil —que será factor clave para las decisiones que nos aguardan—, instituciones académicas, medios de comunicación, organizaciones laborales, profesiones liberales. De esa concertación, ciertamente difícil, pero no imposible, surgirán buenos frutos, a diferencia de los que ha generado la semilla de la discordia, sembrada y cultivada a lo largo de tres años que parecen tres siglos.

En la Agenda 2030, que el Gobierno mexicano se comprometió a cumplir, se pone el acento en la formación de alianzas que permitan alcanzar los objetivos de ese proyecto mundial acogido por muchas naciones y mal servido por la nuestra. En todo caso, es evidente que el viento que impulsa las velas oficiales no favorece la fortaleza de las instituciones —que también constituye un objetivo de la Agenda 2030— ni mira con ojos favorables las alianzas entre los sectores de una sociedad asediada por la incertidumbre.

No quiero ir más lejos en esta consideración general sobre las alianzas indispensables en el seno de la comunidad mexicana, sino celebrar una que en estos días han formalizado varias instituciones para un fin específico de corte académico, pero con implicaciones prácticas. Me refiero al entendimiento entre la Escuela Libre de Derecho, con más de un siglo de trabajo fecundo, la Academia Mexicana de Comunicación, que reúne a comunicadores asociados bajo el signo de la libertad, y a un grupo de la sociedad civil que congrega participantes de diversas militancias particulares reunidos por una militancia general, el progreso de México, bajo el signo común de la democracia, la tolerancia y la libertad: la Coalición de Mexicanos en Defensa de la Constitución y del Estado de Derecho.

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En este caso, aquellas instituciones unieron fuerzas para llevar adelante, a través de un Foro compartido, el examen de un tema mayor que merece el estudio y requiere las propuestas de diversos grupos profesionales, pero también de la sociedad en su conjunto: los “Límites del Estado en la persecución delictiva —es decir, en la persecución de los delitos—  y su impacto en medios masivos de difusión”. Fue así que se convocó a examinar tanto la función penal del Estado, que ha adquirido un lugar eminente en el escenario de nuestra vida política, como la tarea de los medios masivos de difusión, que también ocupan un sitio descollante en el quehacer de la sociedad, sujeta a las informaciones, opiniones y orientaciones que derivan de aquéllos, constantemente asediados —como otros protagonistas de la vida social— por el imperio de la intolerancia.

El estudio al que convocaron aquel plantel universitario, la mencionada Academia y la organización no gubernamental permite tomar el pulso de nuestra democracia en riesgo y del papel que en ella incumbe a diversos actores sociales. En el marco del tema sujeto a examen quedaron abarcados varios capítulos de una misma preocupación.

El tema del Foro es relevante para un Estado que se propone honrar valores y principios de la democracia; lo es para el marco de los derechos y las libertades de los ciudadanos, beneficiarios de la sociedad política; y lo es para la función penal que opera en un espacio crítico de los derechos humanos, comprometidos en el encuentro entre el Estado poderoso —Leviatán—  y el ciudadano desvalido. La importancia de ese tema también destaca en una época —la nuestra— de acelerada revisión del ordenamiento jurídico, que a menudo sacrifica valores y principios en aras de una supuesta eficacia y bajo el impulso de una tiranía parlamentaria que no cede a las exigencias del derecho y la razón.

Se me invitó a participar en una mesa del Foro, destinada a examinar, por una parte, la llamada presunción de inocencia, garantía de todos los ciudadanos frente al ímpetu persecutorio de un poder público desbordante,  y por otra, la libertad de expresión de los periodistas, oprimidos por constantes descalificaciones y sometidos al encono que se dirige contra quienes exponen la verdad  —o bien, en todo caso, “su verdad”—  con disgusto de quien propone un solo pensamiento y postula una verdad desprovista de pruebas que la acrediten y sustraída al escrutinio de la sociedad. Esto pone frente a frente, una vez más, la fuerza del poder, en un extremo, y los argumentos de la razón, en el otro.

El asunto que se asignó a mi mesa en el Foro al que me refiero entraña graves problemas y suscita intensas discusiones. Quedan a la vista derechos indispensables para la libertad y la justicia, como son la presunción de inocencia —que a veces naufraga bajo el arbitrio del poder público—, y la libertad de información sobre hechos o personas cuyo desempeño importa a la sociedad en su conjunto y no solamente al interés individual de un particular.

Celebro que estos temas lleguen a escenarios institucionales bien construidos, no exentos de amplia participación social, y susciten la reflexión de ponentes de buena voluntad que exponen experiencias y aportan puntos de vista con absoluta libertad, sin otro compromiso que procurar la verdad y servir a la sociedad.

Obviamente, hay muchos foros de esta naturaleza. Son numerosos y respetables, cuentan con el impulso de instituciones de estudios superiores e investigación científica y atraen la atención de distintos grupos de la sociedad civil, cada vez más interesados en elevar su voz en torno a problemas que enfrenta la nación y a la aportación de soluciones plausibles. Es necesario que nadie pretenda ser poseedor de la verdad absoluta ni considere que su palabra inapelable debe dominar a la sociedad, como lo proclama la oratoria oficial.

En días recientes hemos presenciado el asedio de la intolerancia contra la pluralidad y la razón. Por ello conviene impulsar alianzas convenientes que militen por la democracia. Me he referido a una de ellas, entre muchas. Vale la pena mirar en esa dirección y favorecer la multiplicación de foros que fomenten, en el espacio de su propia especialidad, la búsqueda de la verdad y el imperio de la razón.