En Eurasia y Estados Unidos la misma película

Mis artículos quincenales en esta revista, que generosamente me abrió sus puertas desde el 18 de octubre de 2018, se han referido repetidamente a Europa y han hablado, no pocas veces, de Ucrania, país de mis afectos, pues fui un feliz embajador en Kiev más de tres años —de 2001 a 2004— dando a México la presencia que no tenía en ese país, con iniciativas —habrán de perdonar mi pequeña vanidad— como la espléndida exposición “Grandes maestros del arte popular mexicano”.

Hoy Ucrania y su conflicto con Rusia sigue siendo el tema central del escenario internacional, y a él me referiré en este artículo. La “conexión latinoamericana” —como la llamo— del tema ucraniano me dará oportunidad de hablar también de América Latina. Así que volveré a estos temas, que traté en mi artículo del 9 de enero, pero que actualmente todos los días ofrecen novedades, algunas de impacto.

Dejo para otra ocasión el resto de los temas que comenté en el artículo mencionado. Ahora me concreto a referirme a algún aspecto de interés de cada uno: respecto a China, recuérdese que Estados Unidos, reconociendo la unidad de la potencia asiática, se comprometió en 1979 a proveer a Taiwán los recursos necesarios para defender su territorio en caso de un ataque de Pekín. Que un cauteloso Xi Jinping no ordenaría, estando en vísperas del 20º congreso del Partido comunista, que renovaría su mandato a la cabeza del país: ¿Cómo otro Gran Timonel, para la eternidad?

La Unión Europea sigue acosada por las “soberanías nacionales”: principalmente los países centroeuropeos, y por políticos euroescépticos o de plano eurófobos, de los que es un ejemplo vergonzoso, el ultra francés Éric Zemmour. En víspera Europa de las elecciones presidenciales francesas, que previsiblemente —y es deseable— reelegirán a Emmanuel Macron, quien, con el alemán Olaf Scholtz -este a la cabeza de un gobierno socialdemócrata, verde y liberal, el primero en la historia de Europa- seguirán haciendo de Francia y Alemania el motor de Europa. ¿Hoy hacia el Estado federal? -me pregunto. En todo caso, la nota patética en la región la está dando Boris Johnson, el bufonesco primer ministro británico, que puede perder su cargo por haber organizado bailes en plena pandemia.

Otro tema que es obligado mencionar es el de la democracia estadounidense, ¿hoy la más antigua viva?, contra la que ha atentado y a la que sigue amenazando Donald Trump, los políticos republicanos en su inmensa mayoría y algunos del partido demócrata. Seguidos fanáticamente por millones de estadounidenses que creen al expresidente que se dice víctima de un fraude en los comicios y una chusma de seguidores tomó violentamente el Capitolio en Washington. Lo sucedido, la pérdida de confianza de millones en las instituciones democráticas y personajes como Trump, al acecho del poder, han hecho decir a Noam Chomsky, el respetado intelectual de la izquierda estadounidense, que “está en marcha en Estados Unidos un golpe de blando de Estado” y que “el Partido Republicano es una fuerza neofascista”. Aunque una noticia de “última hora”: Ron de Santis, gobernador republicano de Florida, de 43 años, doctorado en Harvard y con buenos apoyos, según las encuestas, podría optar por la candidatura republicana en las elecciones de 2024. Lo que pone nervioso y colérico al magnate neoyorkino.

 

Ucrania es Rusia o no

La historia cortísima del grave enfrentamiento de Rusia y Ucrania presenta la realidad de una considerable fuerza militar rusa —de 70,000 a 185,000 efectivos, según diversas fuentes— en la frontera con Ucrania, que como sabemos, no controla su frontera y territorios del Este —el Donbas— ruso hablante y separatista.

Esta “amenaza” militar de Moscú echó a andar a la diplomacia y dio lugar a negociaciones: primero, las conversaciones telefónicas entre los presidentes Biden y Putin en diciembre pasado y más tarde, entre funcionarios de alto rango de Estados Unidos y Rusia el 9 y 10 de enero en Ginebra; una reunión del Consejo Rusia-OTAN el 12 de enero y negociaciones en la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa del 13 de enero en Viena.

Las conversaciones de los presidentes fueron amables, aunque Putin planteó exigencias casi a título de ultimátum, que su interlocutor tendría que rechazar. En el resto de las conversaciones, los rusos hicieron gala de rudeza y hasta de grosería sin que hasta hoy pueda hablarse de algún avance. Aunque expertos, incluso de Moscú, como Georgy Kunadze ex viceministro de Asuntos Exteriores, afirman que el ultimátum ruso “sin posibilidad de éxito” y la retórica grosera, eran para “el público de casa”, pour la galerie.

Probablemente sigan estas u otras negociaciones y quizá —es deseable— la Unión Europea participe en ellas, pues, de lo contrario, la seguridad de Europa quede en manos de Washington sin injerencia alguna de Bruselas. Por eso fue importante que su alto representante para Asuntos Exteriores, Josep Borrell haya visitado Ucrania y que la soberanía estratégica de la Unión Europea pase de ser una aspiración a ser una realidad.

Pero, al margen de las negociaciones o para mejor saber cómo enfocarlas, el tema Ucrania, el conflicto, que se supera y vuelve a aparecer, tiene que ver con la seguridad de Europa y de Rusia y con las relaciones multiseculares de rusos y ucranianos.

Respecto al tema de la seguridad, Putin ha planteado con toda claridad, que es inaceptable que la OTAN —una organización de defensa militar creada para proteger al “Mundo Libre” en la época de la Unión Soviética y la Guerra Fría— pretenda extenderse hasta Ucrania. Añade que en las negociaciones de Gorbachov con Occidente, a fines de los años ochenta se ofreció un estatus de neutralidad en los países de la órbita soviética, lo que no cumplió Occidente, porque cuando la URSS colapsó todos sus satélites ingresaron a la OTAN.

En vista de lo anterior, el mandatario ruso exigió un compromiso escrito y firmado, de que la OTAN no se extendería hacia Ucrania y otros países del entorno de Rusia, como Georgia. Una exigencia que, como es obvio, fue rechazado por Estados Unidos y Occidente.

Ucrania y Rusia tienen historias que se entrelazan, desde el nacimiento de sus pueblos, herederos de la Rus de Kiev medieval. Pero mientras Putin, que ha escrito mucho sobre el tema, incluso un largo artículo “sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos”, publicado en julio pasado, a grado tal de considerar que el Estado ucraniano es una incongruencia, muchos historiadores refutan tal “unidad”, contraria a una historia de oposición entre ambas comunidades y de opciones políticas diferentes.

Es claro, en todo caso, que el dossier ucraniano es complejo y altamente emocional —si se me permite el término— tanto para ucranianos como para rusos. Un intento de solución, que suena utópico, es que Kiev se olvide de su aspiración a ser miembro de la OTAN, a cambio de que la Unión Europea acuerde con Kiev un pacto de relaciones económicas similar al que dejó de suscribir en noviembre de 2013 en Vilnus, sin que Rusia obstaculice.

Y, mientras concluyo este artículo, recibo la noticia de que el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, recibió el martes 18 de enero a su homóloga alemana, Annalena Baerbock, que un día antes visitó Kíev, y que esta Esta propuso impulsar al “cuarteto de Normandía”, el grupo informal que reúne a Ucrania y Rusia con la mediación de Alemania y Francia. Lo que es positivo.

 

La conexión latinoamericana

La conexión latinoamericana es una expresión mía para referirme a las noticias de que, ante las discrepancias y tensiones entre Estados Unidos y Rusia en la cuestión de Ucrania, Moscú estaría considerando enviar tropas a Venezuela y Cuba. Una noticia de The Associated Press y a la que también se refirió el vicecanciller ruso Sergei Ryabkov el 13 de enero.

La amenaza no es más que una bravuconada, pero me da oportunidad de hablar nuevamente de América Latina y las últimas novedades de una región que se inclina nuevamente hacia la izquierda.

En mi artículo de hace dos semanas omití referirme a otra candidatura de centro izquierda, en Costa Rica, de la que no estaba enterado: la de José María Figueres, a quien por cierto conocí en San José, en su primera presidencia en 1994.

Tengo también que informar que Ingrid Betancourt, la política colombiana que fue secuestrada por las FARC en 2002 y estuvo 8 años en cautiverio, decidió presentarse como candidata de una coalición de centro a las elecciones presidenciales. Creo, por mi parte que Gustavo Petro, el izquierdista que puntea en las preferencias de los electores, debería unirse con el centrista Sergio Fajardo, lo que daría a Petro una imagen moderada, vendible.

Las noticias más recientes se refieren también al presidente chileno electo, Gabriel Boric, quien de acuerdo con analistas tendrá, incluso antes de tomar posesión, que manejarse con habilidad y energía ante el ala izquierda -partido comunista- que lo apoya y pretende una radicalización en la acción y miembros del gobierno. Lo que me hace recordar con alarma a Salvador Allende y el MIR que contribuyo, con su radicalismo, al derrocamiento del mandatario.

Concluyo, señalando que nuevamente se plantea la conformación de un cuerpo de partidos de izquierda —socialdemócratas— de América Latina y lo deseable es que México y Brasil los dos países más importantes de la región lo lideren. Lo que será posible con embajadores de carrera.