Aunque parezca increíble en la Facultad de Filosofía y Letras, todo mundo sabe de Heidegger, del positivismo lógico, de la hermenéutica, pero casi nadie estudia la filosofía made en México. Una de las pocas excepciones era la maestra Rovira. Discípula del legendario José Gaos, seguía el planteamiento de que la filosofía en México, no se expresaba con grandes tratados tipo Hegel o Wittgenstein, sino a través de ensayos y polémicas. La maestra Rovira se interesaba, siempre, por la filosofía de su país de adopción y ahí quedan sus antologías para el estudio del pensamiento en México en el siglo XIX y XX. Dos rasgos son centrales en sus libros, consulta las fuentes originales, sacándole la vuelta a los intérpretes y son obras colectivas, pues siempre propició el trabajo en equipo e incluso interdisciplinario. Había nacido en 1917 y dio clases hasta el final de su vida. Juliana González Valenzuela, la primera directora mujer en los 70 años de la Facultad de Filosofía y Letras, consideraba que las clases de la maestra Rovira en la Universidad Femenina de México, despertaron su vocación por la Filosofía.

 

Enrique Rocha

Apenas lo vislumbré y él no me conocía. Una vez estaba yo con Odile Maurisset, mi maestra de francés. Se acercó Rocha a saludarla: “Bellísima.” A lo que Odile, que sabía que lo era, preguntó sonriente: “¿No exageras?” Otra vez estábamos en el cine club de la UNAM, en el auditorio llamado entonces Justo Sierra. Cientos de estudiantes trataban de entrar, pues pasaban La dolce vita, de Federico Fellini, con Marcelo Mastroiani y Anita Ekberg. Como no había lugar, mi hermana y yo nos colocamos sobre el piso en una barda que hacía las veces de valla para el ancho pasillo frente a las butacas del segundo tramo del auditorio. En medio de gritos, los estudiantes rompieron las puertas del auditorio y entraron en tumulto. Rocha ágilmente se puso de pie, tomó la mano de cada una y nos ayudó a subir frente a él. Aunque usted no lo crea, ni mi hermana ni yo nos habíamos dado cuenta de que estábamos frente al guapísimo y ya conocido actor. Su voz inconfundible e inolvidable, era desde entonces su sello. (Era, entonces, si no recuerdo mal, novio de Julissa). La única vez que fui a su casa estaba una “modelo” bailando sobre una mesa.

 

Del autogobierno a la vivienda obrera

Murió Carlos González Lobo, quien junto con el crítico de arte Alberto Híjar Serrano, encabezaron el movimiento de Autogestión-Arquitectura. En mi seminario de Historia de la Cultura en México, González Lobo nos dijo que el arquitecto Juan Segura era el mejor arquitecto de México por su diseño de departamentos para familia obrera en los cincuentas, por ejemplo, colocaba la cocina en el centro del inmueble con la intención de que la mamá no quedara excluida de la vida familiar cuando cocinaba y un espacio para que los hijos “echaran novio”. A Luis Barragán, no lo bajaba de “ese cristero, que trató de convertir a México en un convento” y a Villagrán lo catalogaba como el creador de los cajones funcionalistas. Como a todos los arquitectos, le gustaba vestir bien, lo recuerdo con sus sacos de cuero o gamuza. En otros años, estuvo casado con Leslie Celaya, quien fue mi alumna. Se considera la máxima autoridad mundial, por sus conocimientos teóricos y prácticos sobre la vivienda popular. Dije mundial y no exagero, lo prueban sus constantes visitas a las universidades de todas partes del mundo para exponer sus ideas.