El año 2021 no podía terminar sin que en sus anales no contara con el fallecimiento de uno de los grandes personajes de la historia no solo de Sudáfrica sino del mundo: Desmond Mpilo Tutu (Klerksdorp, antigua república del Transvaal, en la entonces Unión Surafricana, 1931–Ciudad del Cabo, 2021), el prelado sudafricano, de confesión anglicana, arzobispo del centro urbano donde falleció el 26 de diciembre del año que acaba de terminar. La muerte de Tutu enlutó a Suráfrica, así como a los seres humanos de buena voluntad en muchas partes del mundo. La noticia de su muerte conmovió al planeta, tal y como sucedió con el fallecimiento de Nelson Mandela en 2013, que también tuvo lugar en el mes de diciembre.
Sin embargo, no faltó el político vividor que aprovechó el triste momento para compararse con el arzobispo anglicano que presidió la Comisión de la Verdad y la Reconciliación tras el fin de la segregación racial en su patria. Dicha comisión trató de cerrar la herida de la segregación racial tras décadas de brutal discriminación y represión de la minoría negra en el poder con la mayoría negra semiesclavizada. Tutu y el presidente Mandela fueron protagonistas de la difícil tarea de la reconciliación nacional y su defensa de la paz sudafricana tras la conquista de la democracia en el país que los vio nacer.
La lucha pacífica de Tutu contra el apartheid (palabra afrikaans con que se designó la política racista practicada en la República de Sudáfrica desde 1948), que fue oficialmente abolida en junio de 1991 por el presidente Federico Willem De Klerk —que por cierto acaba de fallecer el 11 de noviembre pasado también en Ciudad del Cabo, fue el último presidente blanco sudafricano—, aunque hubo que esperar al mes de abril de 1994 para que se efectuaran las primeras elecciones multirraciales, simboliza la movilización de los eclesiásticos negros contra los segregacionistas blancos en África del Sur, y le valió el Premio Nobel de la Paz en 1984.
Por simple curiosidad vale decir que el país austral africano es el único distinguido con dos nacionales: el obispo Tutu y el luchador social Nelson Mandela, que han recibido el Premio Nobel de la Paz, solo que en diferente año. A Mandela fue hasta 1993, nueve años más tarde. Incluso, ambos personajes vivieron en la misma calle. Simples coincidencias.
El encargado de dar la triste noticia de la muerte del clérigo fue el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa, en un comunicado: “La muerte del arzobispo emérito Desmond Tutu —domingo 26 de 2021–, es otro capítulo de pérdida en la despedida de nuestra nación de destacados sudafricanos que nos legaron una Suráfica liberada…Desmond Tutu fue un patriota sin igual, un líder de principios y pragmatismo que dio sentido a la idea bíblica de que la fe sin obras está muerta. “Y —agregó—, fue hombre de una inteligencia extraordinaria, íntegro e invencible contra las fuerzas del apartheid”.
A Desmond Mpilo se le llamaba de manera afectuosa como “the Arch” (apocope de Archbishop: arzobispo), y sus progenitores eran, respectivamente, maestro y su madre trabajadora del servicio doméstico. De infante sufrió tuberculosis, por lo que estuvo en un hospital durante un año, por lo que pensó en estudiar medicina. En 1948, cuando el régimen del “apartheid” fue “legalizado” Tutu contaba 17 años de edad. A la mitad del siglo XX se inició en la enseñanza. La promulgación de la ley de Educación Bantú en 1953 por parte del Gobierno del Partido Nacional, que consagraba el sistema de segregación, lo empujó a abandonar, junto con su esposa, Nomalizo Leahb Shenxane (con la que procreó cuatro hijos) la profesión de maestro. Tutu fue ordenado sacerdote en 1960 y dos años más tarde cambió de residencia al Reino Unido para estudiar Teología en el King´s College de Londres.
Al regresar a Suráfrica, en 1975, fue nombrado decano de la catedral de Santa María de Johannesburgo, siendo la primera persona negra en ocupar el cargo. Fue entonces cuando comenzaría a expresar con claridad su posición respecto al apartheid. Desde el año de 1978 su figura comenzó a cobrar importancia al ser nombrado director del Consejo Eclesiástico Surafricano.
En 1982, “the Arch” llegó a afirmar ante los funcionarios del régimen surafricano: “El apartheid, el desarrollo separado lo como se llame, es malvado…Es anticristiano y antibíblico. Si alguien me demuestra lo contrario, quemaré mi Biblia y dejaré de ser cristiano”.
Desmond Tutu empleó el púlpito como primer arzobispo anglicano negro de Johannesburgo y posteriormente arzobispo de Ciudad del Cabo para combatir la desigualdad racial en Suráfrica y fuera del país. Su figura habitual, presidiendo funerales, emergió en medio de la violencia de las fuerzas de seguridad y anti “apartheid” con un mensaje tenaz y contundente. Fue así, desde el “kanzel” (como se dice púlpito en alemán), y con su sotana morada como única armadura, como el arzobispo se convirtió en un “guerrillero” en lucha contra el apartheid y cómo fue escalando en la jerarquía eclesiástica opositora al régimen, primero como obispo de Lesotho y de Johannesburgo y más tarde como arzobispo de Ciudad del Cabo.
La sotana morada y su enorme popularidad fueron las que impidieron que el gobierno racista lo encarcelaran, tal y como sucedió con Nelson Mandela. Pero fuera de la cárcel Tutu logró que la comunidad internacional ejerciera finalmente presión para aislar al régimen blanco y que se convocaran los primeros comicios democrático en 1994, bajo el mejor lema posible: “Una persona, un voto”. Así nació la “nación arco iris”, como la bautizó el propio arzobispo con éxito. El nombre obedece a que Sudáfrica es un auténtico mosaico de pueblos, hay once idiomas oficiales y una increíble diversidad de costumbres, artesanías, bailes y canciones locales. Esta riqueza cultural única, fue lo que le valió el sobrenombre de “Rainbow Nation”.
En sus últimas apariciones en público, como al vacunarse en contra de la pandemia del coronavirus, o en una ceremonia celebrada en octubre ultimo por su nonagésimo aniversario, se le vio frágil y apenas musitó pocas palabras, aunque tenía el ánimo suficiente de mostrar su tradicional talante risueño. La misma sonrisa por la que se le conoció en todas partes, tal y como lo rememoró Barack Hussein Obama, cuya amistad con Tutu y Mandela se consolidó tras convertirse en el primer presidente afroamericano de Estados Unidos de América (EUA).
Dijo Obama en su cuenta de Twitter: “Nunca perdió su pícaro sentido del humor, ni su voluntad de encontrar humanidad en sus adversarios, y Michelle y yo le echaremos de menos”.
Una de las pocas veces que el arzobispo Tutu perdió la sonrisa en público fue al hacer un llamamiento angustiado a la comunidad internacional para que frenarse el martirio al que estaba sometido su pueblo y se sumara a un boicot contra el régimen del apartheid, al que se resistía la antigua metrópoli colonial, Gran Bretaña. “¡Ayùdennos, Ayúdennos!”, repetía “the Arch” ante las cámaras, con la faz desencajada.
Tras el fin del apartheid y el ascenso de Mandela al poder al frente del Congreso Nacional Africano, Tutu fue elegido como presidente de la Comisión Surafricana para la Verdad y la Reconciliación (posición desde la que no tuvo reparos en lanzar duras acusaciones al partido de Mandela). En su dilatado curriculum de compromisos y causas internacionales el arzobispo emérito surafricano abogó por un Estado palestino, instó al boicot contra Israel en 2014 y pidió la comparecencia de George W. Bush y Tony Blair ante la Corte Penal Internacional tras la guerra de Irak, y criticó duramente al presidente de Zimbabue, Robert Mugabe.
La defensa de la paz y el rechazo a la violencia de parte de Desmond Tutu obtuvo merecido reconocimiento dentro y fuera de su país. Por ejemplo, el presidente Barack Hussein Obama le concedió la Medalla Presidencial de la Libertad. Por otra parte, “The Arch” escribió varios libros, entre los que destacan No hay futuro sin perdón (1999) o Dios no es cristiano (2011). A escala internacional hizo campañas contra la corrupción, la pobreza, la xenofobia, la homofobia, además creo conciencia sobre el sida y sobre una amplia gama de problemas internacionales y el camino climático.
Tutu estaba retirado de la escena pública desde hace algún tiempo porque su salud era frágil. Se le hospitalizó en varias ocasiones. En 1997 se le diagnosticó un cáncer de próstata que pudo superar. Después su debilidad obligaba a que se trasladara en silla de ruedas. Hasta que llegó el final.
Pocas veces el fallecimiento de un personaje público como lo fue Desmond Tutu origina una cascada de elogios y reconocimientos como ha ocurrido con el deceso del arzobispo. Por ejemplo, la Fundación Nelson Mandela afirmó el domingo 26: “Fue más grande que su propia vida y para muchos en Suráfrica y el mundo entero su vida ha sido una bendición…Su contribución a las luchas contra la injusticia tanto local como mundialmente, son solo igualadas por la profundidad de su pensamiento sobre la elaboración de futuros de liberación para las sociedades humanas”.
Asimismo, Niclas Kjellstrom-Matseke, presidente de la Fundación por el Legado de Desmond y Leal Tutu, aseguraban: “Suráfrica y el mundo han perdido a uno de sus grandes espíritus y gigantes de nuestra era”. Por su parte, la oficina sudafricana de Amnistía internacional lo definía como “un faro de luz” y “una más que necesaria brújula moral” para el país. Varios líderes africanos, como el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, o el de Namibia, Hage Geingo, elogiaron públicamente la figura del arzobispo emérito.
Líderes y mandatarios, como la reina Elizabeth II y Joe Biden de EUA, y Andrés Manuel López Obrador, de México, destacaron su trayectoria por la defensa de los derechos humanos en tiempos en que esa lucha no era tan bien vista. En un mensaje enviado por el Vaticano, “su Santidad el Papa Francisco recibió con pesar la muerte del arzobispo, consciente de su servicio a la palabra De Dios fomentando la igualdad racial y la reconciliación en Sudáfrica”.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, tras rendirle honores en su cuenta de Twitter, recordó uno de los pensamientos más conocidas de Tutu: “Una de sus frases es lapidaria pero contundente y cierta: Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”. Más de uno levantó la ceja. Así son y hay peores.
Las exequias tendrían lugar el sábado 1 de enero de 2022 en la catedral de San Jorge de Ciudad del Cabo, y cerrará con una semana de duelo. Hasta entonces, las campanas sonarán cada día diez minutos, las banderas ondearán a media asta y la famosa Table Mountain —la montaña de la Mesa es una cima plana localizada en un lugar prominente muy conocido que domina la Ciudad del Cabo, es uno de los símbolos más representativos de la ciudad— y el ayuntamiento serían iluminados de púrpura para recordarlo. Todo, bien merecido. VALE.