Iniciamos el año en medio de una exasperada turbulencia que marcará los pasos del 2022 y, con ellos, los de la nación crispada. No se trata de una turbulencia insólita, porque ya nos hemos acostumbrado en el curso de tres años a los vendavales que soplan sobre la República, sin control de daños ni previsión de riesgos. Pero en el arranque del 2022 se han presentado sacudidas de varia naturaleza que arrojan, en su ominoso conjunto, un paisaje alarmante.

Es indispensable reconocer esta situación —y suponer las que a partir de ella se avecinan— y definir el rumbo que conviene a los mexicanos. En esta toma de conciencia debemos asumirnos como sociedad rectora de nuestra existencia, a cambio de la regencia que hoy padecemos, impuesta por las circunstancias y dominada por una voluntad imperial. Veamos los agravios, preguntémonos por los remedios, sugiramos el camino y el destino.

Nos asedia el agravamiento de la pandemia, con sus variantes novedosas. Mal del mundo, lo es de México con suma intensidad. El sistema de salud da palos de ciego y formula recomendaciones que serían pintorescas, si no fueran trágicas. En el catálogo de las medidas caseras que postulan las autoridades más encumbradas (por su poder, no por su saber), figuran antiguos remedios que prosperaron en el hogar de los abuelos. Mientras esto ocurre en la cumbre del poder, el sistema de salud enfrenta una creciente demanda de servicios que no acierta a satisfacer.

La variante del Omicron no es responsabilidad del gobierno federal, pero sí lo es la adopción de precauciones y medidas que contribuyan a moderar los contagios, evitar las defunciones y proteger a millares de compatriotas, alarmados o desvalidos, que hacen largas filas en procuración de los exámenes que mostrarán el estado de su salud. Pero el gobierno ha favorecido concentraciones masivas que generan riesgos, por no hablar del manifiesto desprecio al uso de cubrebocas que muestra el más encumbrado funcionario, cuya conducta debiera ser ejemplar.

A fin de cuentas, crece la ocupación de camas de hospital: las cifras a la mano, oficiales y oficiosas, revelan que hemos superado los “picos” que nos abrumaron meses atrás. ¡Cuando creímos  —según las fuentes oficiales—  que habíamos llegado al punto más elevado en el ascenso de la pandemia! Hoy se vuelve a saturar la capacidad del sistema llamado a garantizar un derecho primordial de los mexicanos: salud, condición de vida. ¿Qué hacer, más allá de los remedios caseros y las sonrisas burlonas?

Por supuesto, la crisis de la salud pública no es la única sombra que nos amenaza. Agreguemos—como solemos hacerlo en estas páginas—la inseguridad y la violencia. Hemos elevado la voz, recogiendo experiencias cada vez más numerosas e intimidantes, en demanda de medidas eficaces para atender este gravísimo problema. Y jamás hemos recibido respuestas veraces y persuasivas que permitan esperar —con fundamento— la declinación de la violencia.

Reiteremos: nos hallamos a la puerta del Estado fallido, incapaz de brindar seguridad a sus ciudadanos. Las promesas proferidas desde hace tres años, con alegre inconsciencia e infinita ignorancia, no han servido para siquiera paliar la violencia y contener los números de la criminalidad. ¿No es la seguridad otro derecho fundamental, del que pende nuestra existencia?

Hemos recibido cifras alegres que dan cuenta de una recuperación económica ciertamente modesta. Sin embargo, el acoso de la enfermedad y la ausencia de políticas que favorezcan un genuino desarrollo, revelan las dolencias de una economía herida por la falta de inversiones y la errónea aplicación del gasto público. El gobierno federal, orientado —o “desorientado”—  por la voz del gran capitán, ha dispuesto de cuantiosos recursos que podrían aplicarse a programas de desarrollo.

Sabemos que se agotaron algunos fondos del tesoro público, que carecemos de los “ahorritos” que fueron factor de tranquilidad y que ha desaparecido el patrimonio asignado a fideicomisos suprimidos por el gran capitán. Esta masa de recursos no ha inyectado energía a los procesos económicos, ni generado fuentes de trabajo ni mejorado en serio los servicios públicos esenciales. ¿Volverá el asedio a las reservas de la nación, que custodia el Banco de México? ¿Qué hacer?

Las voces más elevadas, que gozan del raro privilegio de alterar la verdad, persisten en su empeño de combatir a las instituciones creadas para sustentar nuestra vida democrática. Las arremetidas contra el Instituto Nacional Electoral, empujado a una inútil y onerosa consulta sobre revocación de mandato (convertida en mecanismo de ratificación, que entraña una verdadera reelección a la mitad del camino), traen consigo lances innecesarios y perniciosos. Además, pretenden mellar el cimiento de esas instituciones y reconstruir una “democracia dirigida”, que se deposita en las manos poderosas de un solo personaje.

Para empañar la gestión de las instituciones democráticas —que hasta ahora han resistido con entereza— el poder se ha valido de varios recursos devastadores; uno, la difamación, que descredita a las instituciones; dos, el intento de utilizar la herramienta penal para intimidar a los servidores públicos que pretenden cumplir sus encomiendas constitucionales, y tres, la negativa de recursos indispensables para el puntual ejercicio de esas tareas. Así se pretende la mayor concentración del poder, exento de los frenos y contrapesos que requiere una sociedad democrática. Vale preguntar, también aquí, ¿qué hacer? ¿Qué, además de insistir en la observancia de la ley, garantía del Estado de Derecho?

En los últimos meses del 2021 reapareció en el escenario otro tema crítico: la tensión —que puede llegar muy lejos—entre la academia y la 4T, una tensión natural si atendemos a las características de ambos mundos del mapa nacional. En este caso, el huracán se volcó sobre el CIDE, un centro de investigación con diploma de excelencia, al que mucho deben las ciencias sociales en nuestro país. Una vez más, el poder llegó a las playas de la ciencia con aire invasor.

Donde no había conflicto perceptible se elevó de pronto una colisión inesperada y peligrosa, que puede alcanzar un vuelo mayor en perjuicio de la inteligencia, la libertad y el progreso. ¿Se agotará dentro de sus propias fronteras, al amparo de la racionalidad y la legalidad? ¿O andará un inquietante camino que desemboque en enfrentamientos mayores, de los que salgan mal libradas la ciencia y la libertad? La dimensión inicial del problema se halla relativamente acotada; la final, pudiera ser tan desmesurada como lesiva. Nos hallamos ante uno de esos problemas en que se sabe cómo comienzan, pero no cómo terminarán.

Este es el panorama que preside el año 2022, al que sería posible agregar otros extremos inquietantes. Afortunadamente han surgido factores de conciencia y resistencia, fuerzas gobernadas por la lucidez política, reacciones crecientes en el seno de una sociedad que comienza a advertir el signo de los acontecimientos y a temer el destino al que nos llevarían los vientos huracanados y la abstención política de la sociedad civil. El año 2022 pondrá a prueba los recursos políticos, jurídicos y éticos de esta sociedad acosada por el autoritarismo. En este año, la sociedad civil podrá elevar la voz. Ha comenzado a salir de su sueño. Pero se requiere mucho más, en términos de fortaleza, constancia y generosidad. Hay que hacer camino al andar.

La toma de conciencia sobre la situación en que nos encontramos, una toma de conciencia que remonte el terreno de los coloquios domésticos, atraiga a la opinión pública y llegue a la calle de la vida política, podría ser el gran vector de una verdadera transformación en la vida de México. Esa toma de conciencia aloja las respuestas a todas las preguntas que figuran en las líneas precedentes y a otras muchas que nuestra comunidad eleva con inquietud: una inquietud que se abastece de temor e inconformidad.

Esa toma de conciencia, impulsada por el instinto de conservación y servida por el espíritu práctico que permite avances ciertos hacia destinos predecibles (razonable pragmatismo), podría ser la gran novedad que aportemos en 2022, reorientando las fuerzas sociales comprometidas con las ideas y los principios de la democracia. De no ser así, ya podemos anticipar, sin necesidad de una bola de cristal, cuál será el destino de la nación precipitada cuesta abajo. Ahí nos aguardan nuevas expresiones de un insoportable autoritarismo, que no ceja.

 

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