La historia corta de la Yihad

La guerra, en estas fechas es la principal noticia y realidad en el escenario internacional, destacando, entre conflictos bélicos en varias latitudes del orbe, la que amenaza desencadenarse entre Rusia y Ucrania: la presencia de amplios contingentes y buques de guerra rusos en la frontera terrestre y marítima —en el Mar Negro— de su vecino, veladas amenazas de Putin y alarma escandalosa de Estados Unidos y otros países occidentales.

Pero si esta guerra o amenaza de guerra, que ojalá se resuelva por la vía diplomática —las negociaciones, el “ballet”, son interminables: Biden, Putin, Macron, Scholz, Borrell, Zelensky— ocupa la atención de todo el mundo, otra amenaza reaparece en el horizonte: la Yihad o Guerra Islámica, sin tanto escándalo, pero sumamente peligrosa y que puede explotar en diversos escenarios geográficos.

Es la “Guerra Santa” de los fundamentalistas islámicos contra los “infieles”: católicos y otros creyentes, pero también contra aquellos musulmanes que, según los fundamentalistas, no cumplen a integridad las ordenanzas del Corán, respecto a la oración, la mujer, la autoridad de padres o esposos, etc., o son falsos seguidores: los suníes para unos, los chiíes para otros, del Libro.

Este islamismo que —dice un imán de Francia, Hassan Chalghoumi— es la enfermedad del islam, el terrorismo yihadista y es ampliamente condenado en las comunidades musulmanas, tiene una larga historia que en el presente siglo, su “historia corta”, registra el atentado del 11 de septiembre de 2001, que destruyó el World Trade Center, las Torres Gemelas, en Nueva York, y parte del Pentágono, en Arlington, Virginia, dejando un saldo de casi 3000 muertos y 25,000 heridos, además de los cuantiosos daños materiales y a la economía estadounidense y mundial. El atentado que hizo famoso a Osama Bin Laden, su principal perpetrador —asesinado en Pakistán 10 años después— y a la organización terrorista Al-Qaeda, que continúa hasta hoy su acción criminal.

La Yihad, encarnada en Al-Qaeda, cometió el 11 de marzo de 2004, en la estación ferroviaria de Atocha, en Madrid, un atentado, con 193 muertos y más de 2000 heridos, como venganza por la participación de España en las guerras de Irak y Afganistán. Cometió otros, el 7 y 21 de julio de 2005, en el transporte público de Londres, con 56 fallecidos y 700 heridos, también para castigar al Reino Unido por el mismo motivo. Y actuó nuevamente en Boston, durante el maratón del 11 de abril de 2013, cobrando 4 víctimas mortales y 298 heridos, para castigar, en este caso a a Estados Unidos, por su responsabilidad en las guerras mencionadas.

Igualmente, en Francia, los yihadistas asaltaron el 7 de enero de 2015 las oficinas de la revista Charlie Hebdo, que había publicado unas caricaturas de Mahoma, con saldo de 12 muertos y 11 heridos; y meses después, el 13 y 14 de noviembre, en París y Saint-Denis, se personaron en bares, restaurantes y la sala de conciertos Bataclan, provocando 138 muertes y dejando 415 heridos, masacre esta, cuyo autor fue el Estado Islámico, organización paralela a Al Qaeda, en venganza, declaró. de los ataques aéreos de Francia, entre 2014 y 2015, contra objetivos de Irak y Siria.

Los yihadistas: Al Qaeda, el Estado Islámico —conocido asimismo como EI, Daech o ISIS, por sus siglas en inglés— y otros grupos, también aterrorizan, producen graves daños y siembran muertos en países “falsamente musulmanes”, con saldos muy abultados de fallecidos y de heridos. Esta guerra “civil” está permanentemente declarada entre los regímenes musulmanes de confesión suní —Saudi Arabia destacadamente— y los chiíes de Irán, el régimen de los ayatolás, “bestia negra” de Israel.

Destaca en esta “historia corta” la presencia de Al Qaeda a través de alianzas con líderes y grupos locales —aparte de los “lobos solitarios”, inoculados de fundamentalismo islámico, que cometen atentados por su cuenta— como el talibán afgano y Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). A este me referiré más adelante.

La historia corta da cuenta —además— de la aparición y desaparición del Estado Islámico, desprendido de la filial irakí de Al Qaeda y proclamado en junio de 2014, en Mosul, Irak, por su líder, Abubaker al Bagdadi. Llego a contar con un territorio de 250,000 kilómetros cuadrados, equivalente al del Reino Unido y 10 millones de habitantes.

La nueva entidad islamista cometió innumerables crímenes de guerra, hizo una “limpieza étnica” importante en el norte iraquí, destruyó sitios de valor histórico y cultural, y se hizo conocido y temido publicando videos de decapitaciones y de otros asesinatos horripilantes.

Daech, como también se le conoce, se enfrentó desde el mismo 2014 a una coalición bajo el mando de Washington y con la participación relevante de fuerzas kurdas; y, derrotado, desapareció territorialmente en 2019. Abubaker al Bagdadi, su líder habría muerto meses después, ese mismo año, aunque su fallecimiento fue anunciado más de una vez en los años anteriores.

La desaparición del Estado Islámico, este pretendido califato con territorio, así como la suerte de repliegue que ha tenido Al Qaeda, con mínima presencia en Occidente, aunque mayor en otras latitudes, han hecho olvidar la amenaza yihadista y su “Guerra Santa”.

 

La “Guerra Santa” de nuevo

Hoy, sin embargo, ya no se vale olvidar, porque el Estado Islámico reapareció en Siria, atacando una cárcel controlada por los kurdos, a fin de liberar a centenares de yihadistas, dejando un saldo de casi 500 muertos, lo que hizo necesaria la intervención de la fuerza aérea estadounidense. El Estado Islámico derrotado “vaga por el desierto en la frontera sirio iraquí, oculto en células durmiente que ahora se han desperezado” ,dice Juan Carlos Sanz, corresponsal de El País.

Mientras esto sucede en Siria, en París tiene lugar el juicio a los autores de los atentados del 13 y 14 de noviembre en París y Saint Denis y con tal motivo, se evoca con dolor y vergüenza, la tragedia de niños —hoy adolescentes— franceses, hijos de yihadistas, dispersos en el desierto. Se observa, asimismo, con alarma, que en esa “tierra sin ley”, en Siria, reaparecen células del Estado Islámico.

Aunque la Yihad, no siempre visible como en el caso del Estado Islámico, nunca se fue del todo, porque Al Qaeda sigue existiendo, no como una organización jerárquica centralizada, sino como red global descentralizada, una marca que, además de operar en el Magreb, Afganistán e Irak antes del Estado Islámico —como lo comenté— ha actuado en la Península Arábiga (AQPA), en Somalia: más de diez frabquicias locales en África, Medio Oriente y Asia y decenas de miles de yihadistas, con preparación como terroristas.

Actualmente la presencia yihadista es muy visible en el Sahel, donde Francia, asociada con Mali, Burkina Faso, Chad, Níger y Mauritania: la llamada Operación Barkhane, que se echó a andar el 1º de agosto de 2014, realizan acciones militares contra los grupos terroristas. Desde octubre de 2019 han contado con el apoyo de Bélgica, Dinamarca, Estonia, Pañises Bajos, Portugal y Suecia, la Operación Takuba.

Estas operaciones, poco exitosas, corren el riesgo de cancelarse definitivamente, en virtud de que Mali sufrió dos golpes de Estado militares, en agosto de 2020 y mayo de 2021, y la junta militar que gobierna —y entre la opinión pública— critica la ineficacia francesa. Adicionalmente a ello, Bamako expulsó al embajador de Francia y ha decidido aceptar la protección de mercenarios militares rusos, el llamado grupo Wagner, lo que ha enfurecido a París.

 

La “conexión rusa”

Ignorado por la opinión pública, en los últimos cinco años, Rusia se ha hecho cada vez más presente en África, gracias a la venta de armas y al envío de mercenarios: las pancartas, de una multitudinaria manifestación en Bamako, que dicen: “¡alto a la injerencia francesa!, Rusia es la esperanza de Mali y Putin la solución”, son harto elocuentes de tal influencia.

La Unión Soviética que, en el período de las luchas de liberación de África estuvo muy presente y más de un líder y nuevo país africano se declaró marxista, ya como Rusia se ausentó del continente, hasta 2015. A partir de entonces aumento sustancialmente la exportación de armas -es ya el mayor exportador al África negra, hacia donde coloca casi el 20% de sus ventas al mundo.

El otro “producto” que ha vendido a Libia, la República Centroafricana y ahora a Mali, países en conflicto, son mercenarios, como empleados de empresas de seguridad privada, da oportunidad a Moscú de establecer contactos de alto nivel, con los que previsiblemente suscribirá acuerdos de explotación de recursos naturales.

La presencia rusa en el continente tiene diversas motivaciones de acuerdo a diferentes expertos. Por ejemplo, la investigadora sudafricaba Cayley Clifford, además de referirse al protagonismo del Kremlin en las “tormentosas” transiciones políticas de Sudán, Guinea, Zimbabue y el inestable Sahel, afirma que para Rusia es importante dar la imagen de influyente en África.

Lejos de alcanzar la importancia de China, con inversiones millonarias, la estrategia de la Nueva Ruta de la Seda que incorpora a parte del continente y un comercio de más de 200,000 millones de dólares, casi diez veces superior al de Rusia, Moscú no puede, sin embargo, dejar de estar presente en África.

Esta digresión, que me ha parecido interesante, espero que no haya distraído al lector del tema principal: el fundamentalismo islámico, cuya expresión armada, el yihadismo es un grave peligro para los “infieles” y también para los musulmanes del “Islam tolerante”, como diría el difunto rey Hassan II, de Marruecos.