Sin titubear, mi director de cine predilecto es Pasolini y lo es porque es el más literario de todos. Más que Kenneth Branagh y su devoción por Shakespeare o el mismo Peter Brook que vive al pie de las letras. Como el Decameron estaba prohibido en México, sólo lo pude ver en Ginebra en 1972. De inmediato me deslumbró la reconstrucción de época, y como a todo mundo, su atrevimiento en las escenas sexuales que proviene de Boccaccio. En esos días, ignoraba que el cineasta, como el Movimiento Romántico, defendía a capa y espada el uso de las lenguas marginales. En su caso y en esos años, el friulano y el catalán. Es, como Boccaccio, un compendio de cultura popular, en su lenguaje, en sus personajes (comerciantes, ladrones, adúlteros, monjas y clérigos lujuriosos, maridos burlados) en sus comportamientos desfachatados, en su vulgaridad.

El evangelio según San Mateo, aunque Pasolini era ateo, sigue tan fielmente la Biblia, que me permitió bromear a Monsiváis toda la función, con la frase: “Carlos, nosotros ya vimos esta película, hasta nos sabemos los diálogos”. En efecto, de tradición protestante, comenzaban los diálogos los actores y Monsiváis y yo recitábamos los versículos de memoria. Al contrario del colorido Decameron, El Evangelio… parece en ocre y por momentos semeja cuadros del Renacimiento.

Edipo Rey, basada en Sófocles, fue, para mí, la más impresionante. Dicen que lo que da grandeza y sobrevive de los clásicos es la posibilidad de asemejarse al mundo del lector, pero, al contrario, lo que me atrapó de Edipo Rey fue observar la distancia que nos separa de los griegos. Al leer La Odisea, ya había observado, (disculpe, usted, en lo que me fijo) que la comida era carne asada, leche, miel o queso de cabra. Al decir de Freud, todos los hombres comparten el complejo de Edipo, pero el personaje de Pasolini, aunque comprendemos sus pasiones, parece remoto, antiguo, de otro tiempo.

(Teorema, con Terence Stamp, es quizá su obra más célebre y alabada, pero prefiero la versión light, que nos llevó a ver el maestro Salvador Novo, con Michael York como protagonista).

Lo que se me ha quedado grabado en la memoria es su versión, escenas escatológicas incluidas, de Los cuentos de Canterbury, de Chaucer. Sobre todo, después de que Mijail Bajtin ha demostrado que los aspectos del bajo vientre son la clave de la cultura popular dispuesta a derrotar a la cultura caballeresca de la Edad Media. Previa a las tesis de Bajtin, pero seguidor de Gramsci, Pasolini hila muy fino en esta cinta, obra maestra popular, anterior por un rato del Renacimiento y al igual que Boccaccio de tradición oral.

Las mil y una noches no me gustó tanto, aunque, fiel a sí mismo, sigue la huella de la literatura oral y popular, ahora en Oriente.

Se atribuye su asesinato a su última cinta, Saló o Los 120 días de Sodoma, basado en el Marqués de Sade. Como se supo en las investigaciones, esta película le costó intentos de extorsión, amenazas de muerte y el rechazo de amplios sectores del público. Con su  asesino confeso, pareció cerrarse la historia, pues el poeta y cineasta parecía asesinado por un “ragazzo” de la calle, como retrata a estos muchachos en una de sus creaciones neorrealistas. Cuando Pelosi se retractó de su confesión, unos se inclinaron por la versión de que se trató de un crimen de odio por homofobia y otros pensaron en un crimen político, porque Pasolini, y siempre lo manifestó así, era comunista.