En la semana y mes dedicado a las mujeres es necesario hacer un paréntesis al comentario político. La razón es importante: rendir un homenaje a esos seres excepcionales. Lo hago a través de recordar a dos seres extraordinarios que conocí. En honor a la verdad debo decir que a una la vi frecuentemente recorriendo las calles de Cuernavaca. Nunca hablé con ella. A la otra la vi en varias ocasiones en Xochipala, Guerrero. A las dos las recuerdo claramente.
Comienzo haciendo referencia a la coronela Amelia Robles, a la que, con el tiempo, se conoció como Amelio Robles. Ella era originaria del pueblo de Xochipala, una población del estado de Guerrero, próxima al río Balsas. Consultando sus datos, vi que nació el 3 de noviembre de 1889, en la población ya mencionada y que murió ahí mismo en 1984.
Al comenzar la revolución zapatista, ella se enroló en el ejército que reclamaba tierras y libertad. Los nativos de Xochipala me comentaron que intervino en diferentes hechos de armas y, por virtud de su arrojo y valor, alcanzó el grado de coronel, mismo que, con el tiempo, le fue reconocido por la Secretaría de Defensa Nacional.
La primera vez que la vi fue por 1943; la recuerdo delgada, blanca, erguida, bien parecida, con sombrero texano y un puro en la boca. Cuando salía a la calle se hacía acompañar de su “mujer”; pongo este término entre comillas, en razón de que los nativos lo decían en son de burla. Los niños le teníamos miedo debido a que era mal hablada y de que siempre andaba armada. De manera unánime los que la conocían referían que frecuentemente le pegaba a su mujer con el cinturón con el que se ceñía.
Mi hermano mayor, que ya murió, me comentó en alguna ocasión que por los años cuarenta del siglo pasado, estando en construcción la carretera que une a Iguala con Chilpancingo, la conocida como “Federal” o libre, los trabajadores que laboraban eran resguardados por soldados del ejército mexicano. Por alguna razón hizo acto de presencia en la obra la coronela Robles acompañada de su guardia personal. Mi hermano no recordaba cómo había estado el incidente, pero el hecho es que ella y el jefe de la partida de militares “se hicieron de palabras” y que ella ordenó a su guardia apresar y desarmar a los soldados. Me comentaba mi hermano que para arreglar el conflicto, tuvo que intervenir el subsecretario de Defensa Nacional, el general Adrián Castrejón, un antiguo zapatista, que era amigo de ella. Por su mediación se logró la liberación de los soldados y la devolución de sus armas.
La última vez que vi a la “Güera Amelio”, así le decían sus paisanos a sus espaldas, sería por 1980 en su pueblo natal Xochipala. A un conocido pregunté por ella y de dónde vivía. Me dio razón, como se dice en los pueblos. Al mostrar mi interés en saludarla, me advirtió: siempre está de malas y no se te vaya a ocurrir decirle señora Amelia; dile señor Robles.
Llegué al domicilio que se me indicó; entrando a la casa, de lado izquierdo, en el patio vi a una mujer “echando” tortillas; a ella le pregunté por el señor Robles. En ese momento salió un anciano, delgado, blanco, erguido, calzando botas y de mal humor, sin darme la mano ni decirme buenas tardes. Me preguntó ¿Qué quiere? Al responderle que quería hablar con el revolucionario Robles, de mala manera me respondió: no quiero hablar con nadie y mucho menos de la revolución. Así, con mis instrumentos destemplados, salí de su casa sin haber intercambiado más palabras. Supe que murió poco después y de avanzada edad. Fue una de las primeras personas en declararse transgénero en la región.
Rosa Bobadilla
Otra zapatista fue doña Rosa Bobarilla. A ella la conocí por 1948, en Cuernavaca, Morelos. Cuando la vi por primera andaría por los sesenta años. Con el tiempo supe que había nacido en 1875.
La coronela Bobadilla vivía en Cuernavaca, entre la calle de Guerrero y Gómez Farías, cerca de donde comienza la calle de Carlos Cuaglia, junto a los lavaderos públicos que había a un lado de los arcos del acueducto que proveía de agua a la ciudad. Ellos aún existen.
La recuerdo entrada en carnes, baja de estatura, con el rebozo terciado a los hombros, como si fueran las cananas de los zapatistas; usaba un sobrero de astilla amplio; fumaba puro; también era famosa por su mal genio. Gozaba del respeto de la comunidad. Era dueña de una vecindad que está próxima a los lavaderos; se conocía como la vecindad de la “coronela”. Se decía que en ella daba alojamiento a las viudas de los revolucionarios que carecían de medios para pagar una renta a cambio.
Recuerdo que, por haber sido revolucionaria, doña Rosa encabezaba el desfile del 16 de septiembre; también ocupaba un lugar preferente en las ceremonias cívicas. Fue originaria del estado de México. Estuvo casada con Severiano Casas, con quien tuvo dos hijos. Los tres murieron en la revolución. Doña Rosa murió en 1960
Tengo noticia de que en el ejército zapatista hubo otras mujeres, que se distinguieron por su valor y que alcanzaron el grado de coronel. Hago referencia a sólo dos por razón de haberlas conocido.
En las Memorias de Gonzalo N. Santo se mencionan otras revolucionarias. Refiere un incidente en el que intervino una de ellas. Resulta que una ex revolucionaria persiguió a un militar, llevando un cuchillo en la mano derecha, con el que lo amenazaba con matarlo, por razón de que se había atrevido a meter sus narices en la cocina, con el pretexto de ver que no se pusiera veneno en la comida que iba a servirse al general Lázaro Cárdenas. En su persecución, ella le gritaba al militar que seguramente había alcanzado el grado que ostentaba, por prestar servicio de alcahuete a sus jefes. Gonzalo N. Santos comenta que eso era cierto.
He tratado de rendir, a mi manera, un homenaje a las mujeres.