Columna: Minicomentarios

Acabo de terminar de leer Escombros, el más reciente libro de Fernando Vallejo. Cuando murió el escenógrafo mexicano David Antón, el escritor colombiano le comentó a Luis Terán, amigo de ambos, que quería escribir algo sobre David, “pero no un artículo, tal vez un libro”. Escombros es el libro. Apenas Luis me comentó de su publicación, lo compré de inmediato, porque entre las muchísimas personalidades, literarias o no, que he conocido, David Antón, a quien vi sólo en dos ocasiones, me causó una impresión profunda. Aparte, incluso, de que considero a Vallejo, muerto García Márquez, el mejor escritor de Colombia.

Según Luis, (en entrevista para Siempre, que captó Javier Mendoza y que el lector puede buscar en línea) Antón con más de 600 escenografías seguramente es acreedor al récord Guiness en la especialidad. Era escenógrafo de cabecera de Manolo Fábregas y en particular, de José Luis Ibáñez. Sin embargo, lo más apantallante de su carrera, es que fue el escenógrafo de todas las puestas en escena en México del legendario director Seki Sano.

Nada de lo anterior se menciona en Escombros. Para Vallejo, claro, fue su pareja por 47 años, el amor de su vida. Y con su muerte, la vida del escritor queda convertida en Escombros, de los cuales sólo lo lleva a sobrevivir que tiene que cuidar a Brusca, su perra, a la que ama y que el lector puede contemplar en la portada del libro junto al escritor, quien se confiesa su esclavo. Brusca le puso David y ahora despanzurra los muebles y tumba a Vallejo porque es una consentida, y un tanto brusca. Fer, como le dicen sus cercanos, ama a los animales y sobre todos ellos a los perros, a Kim, Bruja y Brusca, su “niña”. A los seres humanos no, y si no ama a los ricos, menos a los pobres. Ama a su abuela Raquelito, añora la Finca Santa Anita y pare de contar.

El libro comienza con el terremoto de 2017, que deja en ruinas el departamento de Amsterdam 122, y destruye todos los objetos que a lo largo de sus 95 años ha reunido Antón y donde habrá de morir poco después. La única vez que hablé con Vallejo le pregunté “si sus libros eran su autobiografía, ¿por qué consideraba a la biografía un género menor?” “Escribo novelas del yo”. (Modesto, se comparó con Proust). En Escombros considera que “las novelas hay que vivirlas y meditarlas para después escribir”. Y en otro lado: “Cuando digo yo en mis novelas soy yo, pero yo me invento”. Asegura que vive para recordar y recuerda para escribir. Y escribe, lo cual es cierto, para, digamos, moler y para blasfemar. Escombros es un blasfematorio sin fin. Las malas palabras de la lengua de Castilla, “le saben a miel” y de hecho: “…en insultos a mí nadie me gana. Especializado en ellos en la lucha diaria por la supervivencia, he elevado la lengua de Castilla a alturas insospechadas a las que antes de mí no había llegado nadie. La he estirado hasta donde da.” Sin duda. (La única vez que se ha querido casar con una mujer es porque hablaba el español sefardita de La Celestina. Supone que sus últimos pensamientos van a ser para la gramática “y en defensa del idioma”. (En La virgen de los sicarios, el protagonista, no casualmente se llama Fernando, y tiene por nombre alterno “el gramático”).

¿Y de David qué dice? “Y yo de paso, me morí con él, lo cual es precisamente lo que estoy tratando de contar.” Y en otro lado reitera, no me necesitan matar, porque ya estoy muerto.

Antes, en su vida con David: “La felicidad llega sin saludar y se va sin decir agua va, y entonces uno descubre que sí existía. O sea, cuando ya no existe más”.