“Hasta que la voz narradora, fuera de cuadro,

                                                           ahorcada en sus recuerdos, fue descolgada

                      por la muerte.”

         Anónimo, fuera de contexto

 

Hace muchos años, escribí el siguiente comentario (incipiente ejercicio crítico) sobre la película El juez del patíbulo de John Huston, realizador que me dejó deslumbrado, cuando vi, por televisión, su western de aventuras: El Tesoro de la Sierra Madre (The Treasure of the Sierra Madre, Estados Unidos, 1948), con Humphrey Bogart y su padre Walter Huston, al que titulé: “La ironía y el humor como principios del lenguaje cinematográfico”:

“El juez del patíbulo o El juez de la horca (The Life and Times of  Judge Roy Bean, Estados Unidos, 1972) de John Huston, guion de John Milius, con Paul Newman, Victoria Principal, Jacqueline Bisset, Tab Hunter y Ava Gardner, en el papel de Lily Langtry.

El forastero (título en español, en México, del film que nos ocupa) es un ejemplo característico de ‘que la obra cinematográfica más válida lo es en la medida en que se advierte en ella la presencia del autor. El film empieza con un postulado que más o menos dice: ‘tal vez esto no sucedió así, pero así debió haber sucedido’. Estamos, pues, frente al humor hustoniano. El film nos introduce, después de los primeros planos que pertenecen al mejor cine violento, a otra dimensión, en el aspecto esencial. La ironía, en conjunción con matices de lo absurdo, compone la dicción fílmica en su contenido ideológico. El personaje principal se trasforma casi radicalmente. De rufián pasa a ser un juez autoritario que, auxiliado por la Ley, tomando como principios morales las enseñanzas de un sacerdote, basados en la Biblia, hace una interpretación a su manera de la Ley, a la cual llama Justicia. En esta alegoría se pone de manifiesto toda una síntesis de la formación de la civilización norteamericana, en contraposición con el ideal del realizador. Así, vemos como el Juez tiene como mujer a una mexicana, símbolo de la castidad, de la fidelidad, de una raza que tiene que desaparecer, por el empuje de las inversiones del capitalismo salvaje en expansión. Al no haber ya más razas que exterminar, los siguientes en doblegarse serán los hispanoparlante. El tiempo es el principal destructor del estatuto romántico. Las costumbres cambian, por consiguiente, el modo de vida también. Al retornar al pueblo que fundó, sin poder ver en una ciudad cercana, una representación teatral de la famosa Lily Langtry, su adorado ideal, del que tiene un poster en su cantina-juzgado, el juez cae en la depresión y desparece frustrado, después del nacimiento de su hija y la muerte de su compañera mexicana, a consecuencia del parto. Regresará 20 años después, para encontrar un pueblo diferente, transitado por autos y en jauja petrolera. Impasible, jugando al póker con su hija y sus amigos ancianos, en un delirio desesperado, el juez muere luchando, contra la Ley, por su ideal justiciero. Un film con una impecable precisión técnica en, para expresar dramatismo irónico y humorístico. La destreza técnica, admirable, lleva al film a una autenticidad emocional. Nos da la impresión de asistir a una meditación sobre el cine en sí mismo y a una búsqueda profunda, a la vez que lúcida y existencial, de la muerte, como única solución válida para la vejez obsoleta y terca. El gran John Huston vive su mundo, lo moldea, lo personifica, lo representa, en esta obra que, sin ser maestra, alcanza las alturas de la excelencia. Aficionado al alcohol, aún en su senectud, el maestro no vacila en plasmar tal afición en el film. Hace cine selecto para aquellos espectadores que no se dejan llevar por el efectismo fácil y espectacular. Este film es una prueba que da la razón a los que han llamado a John Huston “cineasta del fracaso”. Pero, pese al triunfo o al fracaso, a John Huston –ha escrito un crítico- le interesa ante todo el esfuerzo humano. La acción en sí misma, antes que el resultado de ella. Los héroes hustonianos en ningún momento -al menos este es el caso- pierden su integridad moral, tengan o no la razón, se aferran al mundo que han creado. En definitiva, asistimos a la proyección de un film que nos muestra el ocaso de un modo de vida, que solamente vivirá en la pantalla, la vida en el oeste legendario, que a su vez surgió al hacer desaparecer otro modo de vida (las etnias originarias). El corcel y el juez, montado en él, genuinos representantes de una épica vivencial, en pugna contra la inevitable llegada del ferrocarril y de los autos, dan la medida a las intenciones del autor. Pese a esta cruda realidad, que es la realidad misma del realizador, la ironía y el humor no se pierden. Son testimonios de resignación consciente del anciano que se sabe próximo a su fin, pero que seguirá viviendo en espíritu, como el museo, que fue cantina-juzgado del Juez, dedicado a Lily Langtry, belleza ideal, hermosa y celestial, que aparece, bajando de un ferrocarril, para llegar a ese pueblo y admirar y palpar los objetos del recuerdo, de la leyenda y mito del Juez Roy Bean. Así, algún cinéfilo del siglo XXI recordará al maestro John Huston al ver el film. En memoria de antemano.” Hasta aquí el comentario, corregido y aumentado en redacción y estilo.

Ese cinéfico del siglo XXI, volvió a ver El juez de la horca que no sólo alcanza las alturas de la excelencia, sino que es una obra maestra de uno de los más grandes y queridos realizadores de la historia del cine, por la densidad de su temática, al tratar valores universales, y por su personal estilo. Un western  crepuscular en el que el amor al cine se expresa por el amor al ideal femenino (Ava Gardner, interpretando a Lily Langgtry, la Lola Montes del oeste, no tratada por Max Ophüls en su película de 1955, o a ella misma por el amor que le tenía el gran John Huston) y en la que la sed de justicia se aplica por el ejercicio arbitrario de la Ley, porque el Juez cree que la justicia hace la Ley y no la Ley a la Justicia.

El juez del patíbulo, es un remake de El forastero (The Westerner, Estados Unidos, 1940) de William Wyler, con Gary Cooper, como Cole Harden, Walter Brennan, como el Juez Roy Bean,  y Doris Davenport, como Jane Hellen Mathews, la famosa actriz. En la película de William Wyler, el aventurero Cole Harden es acusado de ser un ladrón de caballos y sentenciado a la horca por el despiadado Juez Roy Bean. En un intento por posponer su ejecución, Cole Harden afirma ser amigo de la actriz Jane Heller Mathews (la Lily Langtry de la película de John Huston), amante del Juez, salvándose por ello. La película de John Huston no es un remake cualquiera. La trama es más psicológica, conteniendo un cierto sentido de ironía y humor, en la que, según la sinopsis, “a finales del siglo XIX,  un ladrón de bancos es salvado de la muerte por una joven mexicana, autonombrándose Juez de un pueblo texano, cercano al río Pecos. El lugar progresa mientras el Juez Roy Bean roba y ahorca a los hombres que pasan por el lugar, imponiendo su propia Justicia” (FILMAFFINITY).