En el año 1975, al final de la proyección de la película La historia de Adela H. (L’historie d’Adele H., Francia, 1975) de François Truffaut, programada en la V Muestra Internacional de Cine, en el desaparecido cine Roble, grité: ¡BRAVO TRUFFAUT, ERES EL MEJOR DE TODOS! Mi admirado crítico de cine, Emilio García Riera, respondió: “El mejor François Truffaut es, a mi parecer, el de las situaciones límite y los personajes en trance de perdición…”

Muchos años después (2000) recordé ese espontáneo grito (François Truffaut murió en el año 1984, en París, Francia) y escribí: “Efectivamente, maestro Riera, la búsqueda de la perfección es una situación límite, es una locura, como la locura de amor. Por eso, los surrealistas, llegando al extremo límite, pedían que se le levantara un monumento al amor carnal. La locura, ¿no?”.

He aquí el texto, tal cual, nunca publicado, que escribí en el año 2000, en homenaje a François Truffaut, titulado: VARIA UNIVERSAL: A LA BUSCA DE LOS ORÍGENES DE LA VOCACIÓN SOÑADA (CINESAURIO, Nos. 11 y 12, OCTUBRE-NOVEMBRE DE 2000):

A mis diez años y medio, gracias a ANTONIO SALAZAR, tuve en mis manos, por primera vez, el NÚMERO 78 del BOLETÍN SEMANAL, la Semana en el CINE, editado, el 22 DE FEBRERO DE 1964, por EMILIO GARCÍA RIERA, GABRIEL RAMÍREZ Y JORGE AYALA BLANCO.

En la sección 1/ LOS REALIZADORES, de la parte DOCUMENTACIÓN, leí: FRANÇOIS TRUFFAUT. Fecha y lugar de nacimiento: 6-II-1932; París, Francia. ANTECEDENTES: Después de hacer sus estudios primarios, Truffaut trabaja como oficinista y más tarde como obrero en una fábrica. En 1953, se dedica en firme a la crítica cinematográfica bajo la protección de André Bazin y se convierte en el virulento animador de los Cahiers du Cinéma.

TESTIMONIOS: A propósito de Jules et Jim, la bellísima película de Truffaut que sin duda se piensa ocultar al público mexicano en nombre de la “moral”, pueden citarse algunas cartas recibidas por el realizador. “Sin moralizar jamás, nos brinda usted una película que puede ser vista sin ningún inconveniente por un niño de doce años o por un adulto. Ha salvado usted dos peligros, la mojigatería y la complacencia. Existe un cine-verdad del cuerpo, de las apariencias. Usted ha hecho el cine del alma. ¡Qué victoria!” (Alain Resnais). “En principio he amado la historia y su forma de contarla. Nada de turbio en todo eso, nada más que grandes sentimientos. Nada de molesto, ningún impudor, ningún exhibicionismo, porque no hay nada mediocre. Los que encuentren la situación escabrosa, no se habrán enterado del tema; ni un instante turbio, mezquino, malsano. O, entonces, todos los mitos sublimes pueden ser reducidos al nivel del vodevil” (Maurice Le Roux). “Jules et Jim es el más bello de sus films  y uno de los más bellos que yo he visto. Como una nota de flauta en la naturaleza, como un ángel que pasa. Usted ha retenido su aliento por momentos con una delicadeza que me ha encantado” (Agnés Varda). “Es muy importante para nosotros los hombres saber qué somos para las mujeres e igualmente importante para las mujeres saber qué son para nosotros. Usted ayuda a disipar la niebla que envuelve la esencia de esta cuestión. A causa de esta u otras muchas razones, espero que su film tendrá amplia difusión” (Jean Renoir).

¿Tendré que explicarles el efecto que tuvieron tan poéticas opiniones sobre el yo-niño lector?

Jules et Jim (1961) de François Truffaut (Fransuá Trufó, como tantas veces Antonio Salazar me hizo que repitiera para saber pronunciar bien el nombre del realizador) se volvió una obsesión para mí.

La foto de Truffaut, en el BOLETÍN de la Semana en el CINE, “a la izquierda, de pie”, tras el camarógrafo y el tramoyista, dirigiendo una toma, aún la llevo en la memoria. Su figura desgarbada contrasta con su satisfactoria sonrisa. A partir de ese momento, no quería más que ver Jules et Jim o Una mujer para dos, como se le conoció en México.

Imagínense ustedes. Mi imaginación volaba y quedaba suspendida en el prematuro limbo liberal no acorde con la represiva educación cristiano-católica que me habían inculcado.

En el mes de julio de 1965, yo pasaba vendiendo Chicléts Adams (los ofrecía diciendo: “Compre chicles”), frente al cine París. El 28 de agosto del mismo año iba a cumplir doce años, y a punto me encontraba de terminar la escuela primaria.

Exhibían, ¡Oh sorpresa! La piel suave del mismísimo François Truffaut. El niño se sintió hombre de mundo, capaz de abrir todas las puertas que se opusieran al placer incontrolable, infinitamente prolongado de ver un film francés, ¡y de Fransúa Trufó!

Imagínense lo que sentí cuando el taquillero no me dejó entrar a la sala, el púber todavía no llegaba ni siquiera a la adolescencia. Y eso que ya había comprado mi boleto de entrada.

Mi prematura cinefilia teórica ya tenía dos obsesiones: Jules et Jim y La peau douce.

¡Ah! La peau douce (1963) mise en scéne de Fraçois Truffaut. Entre más pronto la pudiera ver mejor. Pero, cuando la vi ya había perdido la inocencia. Cuando la inocencia se pierde mitígase un poco, ¿qué digo?, un mucho, esa capacidad de entrega total y la dureza se cierne sobre las relaciones amorosas. El egoísmo se entrona, vía legal del matrimonio, y el adulterio no nada más provoca castigo social. Sino celos y muerte.

Casualmente, a mis treinta y una años, vi La piel suave cuando ya era casado y feliz, con una hija muy bella… Omito el “resumen du scénario” de La piel suave que transcribí en el texto. Mi comentario seguía: Si Pierre conquista a Nicole hablándole de literatura y de Balzac, quien el presente escribe quiso emularlo, al querer conquistar una bella y ardiente mujer casada, hablándole del cine de Truffaut. Doble adulterio. Doble tragedia. La historia me la reservo para un buen guión de cine autobiográfico. Sueño.

El texto continuaba (puesto a su consideración en la segunda parte de esta primera parte), con la transcripción (llena de imperfecciones) del escrito cómplice (lleno de plagios, lo confieso) que escribimos, Lourdes Cartas y yo, sobre el cine de Truffaut, en aquel azaroso 1984, año en que murieron en fatales circunstancias Antonio Salazar y François Truffaut.