El 11 de abril del año 4 antes de la era actual, es decir hace 2026 años, murió en Jerusalén Herodes, llamado el Grande.
Se sabe con exactitud la fecha del fallecimiento por cuanto a que Flavio Josefo, en sus Antigüedades judías, afirma “Una vez que hubo terminado estos asuntos, murió cinco días después de haber mandado matar a su hijo Antípatro, habiendo reinado, desde que consiguió que fuera asesinado Antígono treinta y cuatro años, y desde que fue designado rey por los romanos treinta y siete, …” (libro XVII, 188 y siguientes).
Anteriormente, en esa misma obra, Flavio Josefo, comenta que el sacerdote Matías había sido privado de su cargo de sumo sacerdote y que al otro Matías, el que había promovido un motín contra Herodes, junto con algunos de sus discípulos, habían sido quemados vivos.” Agrega: “Y la propia luna se ocultó aquella noche.” (Ob cit. 167 y 168).
Flavio Josefo, en su obra La guerra de los judíos, aclara lo relativo al motín que dio lugar a que Matías, su promotor, junto con otros jóvenes que le seguían, fueran quemados vivos:
“Había en la ciudad dos doctores que parecían conocer al detalle las leyes de la patria, y que por ello gozaban de una fama destacada en todo el pueblo: Judas, el hijo de Serifeo y el otro Matías, el hijo de Margalo. Muchos eran los jóvenes que acudían a ellos, cuando explicaban las leyes, y todos los días reunían un ejército de adolescentes. Al enterarse éstos de que el rey se hallaba sumido en la tristeza y la enfermedad, dijeron entre sus conocidos que ahora era el momento más idóneo para vengar a Dios y destruir todo lo que se había hecho en contra de las costumbres ancestrales. Estaba prohibido que en el templo hubiera estatuas, bustos y representaciones de algún ser vivo. El rey había colocado encima de la gran puerta un águila de Oro. Los dos doctores exhortaban a destruirla y decían que, aunque se arriesgaran por ello, era hermoso morir por la ley de sus antepasados. Los que mueran en esta hazaña tendrán un alma inmortal y conservarán por siempre una sensación de felicidad, …” (Ob. cit. libro I, 648 a 650).
Los astrónomos han calculado que el eclipse de luna a que hace referencia Flavio Josefo tuvo lugar el día 6 de abril. Durante su larga y dolorosa agonía, Herodes tuvo tiempo tanto para mandar matar a Antípatro, su hijo, a quien había designado como heredero en el trono, como para revocar el testamento solemne que había otorgado. Si bien tuvo fuerzas para ordenar la aprensión de muchos nobles judíos y concentrarlos en el Hipódromo de Jericó, ellas no le alcanzaron para hacerlos morir, como era su deseo (La guerra de los judíos, I, 659, 660 y 666).
Fueron muchos los crímenes que llevó a cabo Herodes para acceder al trono y para permanecer en él. Algunos de sus hijos no estuvieron a salvo de su sed de sangre.
Herodes el Grande vivió sesenta y nueve años, pues había nacido en el año 73 antes de la era actual. A pesar de haber sido rey de Judea, no era judío. Fue idumeo y por ello era visto como inferior o extranjero por los nobles, fariseos, saduceos, escribas y sacerdotes judíos.
Durante su reinado puso en orden a los judíos, se ganó la confianza de los romanos a los que Judea estaba sometida y se hizo respetar por los reyes vecinos a quienes hizo cuantiosos regalos en efectivo y en obras (Flavio Josefo, ob. ci., 401 y siguientes). En atención a la generosidad que tuvo con las autoridades romanas, ellas le permitieron reconstruir su provincia, que era mínima, si se le compara con la inmensidad del imperio romano. También le dieron licencias para reconstruir el templo de Jerusalén, las murallas de esa ciudad y los diferentes fuertes: el Herodión y, en especial, Masadá, una fortaleza inexpugnable. Desde los míticos reyes David y Salomón, nadie había realizado tantas obras en ese minúsculo imperio como lo hizo Herodes.
Flavio Josefo, en un apresurado resumen de la vida de Herodes el Grande, dice: “Su reinado duró treinta y cuatro años desde que se hizo con el poder tras el asesinato de Antígono, y treinta y siete años desde que fue nombrado rey por los romanos. En todo lo demás gozó una buena suerte, como ningún otro, pues, aunque no era una persona noble, consiguió el trono y después de conservarlo durante tanto tiempo se lo dejó a sus hijos. Sin embargo fue el ser más desgraciado en los asuntos familiares.” (Ob. cit. libro I, 665).
Herodes, a sangre y fuego, puso en orden la provincia a su cargo. A su muerte los habitantes de ella fueron incapaces de gobernarse y de soportar el yugo romano. Cayeron en la anarquía; a pesar de los reiterados consejos que les dieron los reyes vecinos, en el sentido de que siguieran sometidos a quienes en ese momento dominaban el mundo conocido, se rebelaron y provocaron una guerra que acabó con millones de sus habitantes.
Los judíos que no perecieron en la guerra: más de un millón; o por el hambre o las enfermedades, fueron vendidos como esclavos; los ancianos y los inútiles asesinados; los jóvenes más fuertes fueron enviados a Nerón para cavar la tierra en un intento de construir el Canal de Corinto (Pausanias, Descripción de Grecia, libro III; y Flavio Josefo, ob. cit. 540) y el resto llevados a Roma para servir de gladiadores o de presa de las fieras en los espectáculos públicos.
Respecto de Simón, quien junto a Juan de Giscala, habían encabezado los ejércitos judíos que se enfrentaron a los romanos, Flavio Josefo refiere:
“La procesión triunfal acabó en el templo de Júpiter Capitolino. Llegados ahí se detuvieron, pues una antigua costumbre de la patria mandaba permanece en ese lugar hasta que se anunciara la ejecución del general de los enemigos. Éste era Simón, el hijo de Giora, que entonces había desfilado entre los prisioneros de guerra. Con una cuerda al cuello lo arrastraron hacía un lugar en el Foro, mientras era azuzado por los que le llevaban. Existe una ley romana que prescribe ejecutar allí a los que han sido condenados a muerte por sus crimines. Cuando se dio a conocer que ya había muerto, todos aclamaron y comenzaron los sacrificios.” (Ob. cit. libro VII, 153 a 155).
Los judíos que habitaban en otras partes del imperio: Egipto, Antioquía y otros lugares fueron objeto de persecución (ob. cit. libro VII, 41 y siguientes). Vespasiano, el emperador y padre de Tito, el conquistador de Jerusalén impuso un tributo especial a los judíos (ob. cit. VII, 219). Flavio Josefo proporciona una cabal relación de la nueva Diáspora de los judíos.
Algunos que confunden a Herodes el Grande, rey de Judea, que patrocinó grandes obras dentro del territorio del imperio romano, con Herodes Ático, un ciudadano griego, nacido en Maratón en el año 101 de nuestra era; era inmensamente rico. Fue un retórico y político que financió la reconstrucción del Odeón que se halla subiendo a la Acrópolis de Atenas, al lado derecho, en el que se hacían audiciones musicales. También financió la reconstrucción del estadio de Delfos y del estadio olímpico de Atenas, que volvió a ser reconstruido a finales del siglo XIX, para que sirviera de sede de los primeros juegos olímpicos de los tiempos modernos. Herodes Ático murió en el año de 177.