Un asunto personal
La guerra de Putin contra Ucrania sigue, mientras concluyo este artículo, el 1º de marzo, con todos sus horrores, produciendo víctimas inocentes; entre negociaciones que siguen sin llegar a puerto alguno; con Rusia sometida a sanciones, principalmente económicas, que le hacen mucho daño y el espantajo de la guerra nuclear con la que amenaza y provoca grandes temores el jerarca ruso.
Pero la guerra de Putin contra Ucrania es, además, un asunto personal para mi. En primer término, porque como embajador en ese país —2001 a 2004-—convencí al gobierno de México de abrir en Kiev la embajada, y realicé una gestión que contribuyó a dar presencia a México en Ucrania.
Tuve el gusto de presentar en Kiev la espléndida exposición Grandes Maestros del Arte Popular Mexicano, que ha sido exhibida en importantes países europeos, en Estados Unidos y en Latinoamérica.
Pero es, sobre todo, un asunto personal, por las amistades ucranianas que hice en ese país y en México, con las cuales comparto afectos y hoy indignación y angustia.
Además, el personaje Putin, hacedor de esta guerra, también es asunto personal para mi. A él me he referido a menudo en mis escritos y comentarios en la radio, la prensa y las redes sociales. Sin ánimo de justificar o esconder el carácter antidemocrático de su gobierno, ni sus violaciones a los derechos humanos, hice mía su indignación ante el menosprecio a Rusia después del colapso de la Unión Soviética, en 1991.
Ante el deseo y el placer de Estados Unidos, de hundir a un país desmembrándose, a un gobierno que fue poderoso y dejaba de serlo, y a su pueblo: ya Gorbachov habría dicho, entre bromas y veras, hablando de sus contactos con Reagan, que el objetivo del presidente americano era llevar a la URSS al borde del abismo y luego inducirla “a dar un paso al frente”.
En mis comentarios —uno, por cierto, de noviembre de 2013, titulado Los motivos del lobo—-el mismo título que el del artículo del 27 de febrero de 2022 escrito por Jorge Zepeda Patterson- era comprensivo con la agresividad del presidente ruso, ante la humillación a que se había sometido a su país y entendía yo su obsesión y su política internacional para recuperar el carácter de potencia mundial del Kremlin, como interlocutor de Washington y de Pekín.
La verdad es que “compré” a Putin su agresividad como expresión de patriotismo. No me di cuenta de que la defensa apasionada de la Rusia desaparecida –él afirmaría en 2005 y volvería a hacerlo este pasado diciembre, que el desplome de la Unión Soviética fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”- era también expresión de inseguridad, rencor y megalomanía del personaje.
Los verdaderos motivos del lobo
Un motivo que, en mi opinión, justifica la indignación de Putin contra Occidente: Estados Unidos y la Unión Europea —en este caso con una mezcla de desprecio— es el cerco que la OTAN está poniendo a Rusia desde el oeste, con la adhesión a esa Alianza militar, de Polonia, Hungría, la República Checa, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia, Albania y Croacia, que fueron miembros del bloque soviético.
Estos países, virtualmente en la frontera oriental de la Unión Europea con Rusia, son base de tropas, tienen instalaciones anti-misiles y cuentan con presencia aérea de la OTAN, la Alianza militar de Occidente para hacer frente a la amenaza de la Unión Soviética durante la guerra fría. Hoy una intolerable amenaza a Moscú, dice -válidamente- Putin, con el agravante de que Ucrania, territorio “puente entre Europa y Eurasia” pretende incorporarse a esa Alianza.
Putin asegura, además, que, en las negociaciones de Gorbachov con Reagan, ante el colapso inminente de la Unión Soviética, se acordó un estatus de neutralidad de los países que pertenecían a la órbita soviética, a cambio de que Moscú no interfiriera en la unificación de Alemania.
Moscú honró su compromiso y Alemania se unificó, pero Estados Unidos y Occidente no cumplieron su palabra. Aunque la versión de Washington sobre el acuerdo de Reagan y Gorbachov, es que se trató de un comentario informal, no de un compromiso.
La indignación de Putin ante el sitio que la OTAN —vale decir Estados Unidos y Europa— y su amenazante fuerza militar impone a Rusia es legítima, independientemente de lo que se hubiera ofrecido —o no— a Gorbachov; y, por consiguiente, una de las condiciones que el jerarca ruso exige para detener su guerra contra Ucrania: que esta renuncie a ser miembro de esa Alianza militar, está justificada.
Así se hizo saber a los delegados de Kiev en la primera reunión con sus homólogos rusos en la frontera de Bielorrusia y Polonia, para el cese de hostilidades. Sin embargo, el resto de las exigencias de Putin eran absolutamente inaceptables: el desarme incondicional de Ucrania y el reconocimiento de Crimea como parte de Rusia.
Hoy, además, la adhesión de Ucrania a la OTAN que nunca se aceptó puede perder importancia frente a la solicitud del presidente Volodimir Zelenski ante el Parlamento europeo de que se conceda a su país el estatuto de candidato a la Unión Europea.
La legítima indignación de Putin por la amenaza militar de la OTAN a Rusia, a pesar de la violencia verbal del ruso al expresarla, debió manejarse con diplomacia por parte de Estados Unidos y de la propia Alianza. Lo que no sucedió.
El otro de los motivos esgrimidos por Putin no es, en cambio, aceptable, ya que, partiendo del origen común: la Rus de Kiev, e historia común de los pueblos ruso y ucraniano, que sin embargo los llevó por distintos caminos, el mandatario concluye que Ucrania como país independiente de Rusia es una incongruencia, y afirma que los ucranianos no son sino “pequeños rusos”.
Afirma Putin que Ucrania fue una creación de Lenin, cuando debatía con Stalin sobre la Constitución de 1922: mientras el georgiano pretendía una Rusia unitaria, sin provincias autónomas, Lenin quiso otorgar a Ucrania y a las repúblicas socialistas un estatuto de autonomía que les daba la posibilidad de acceder a la independencia. Putin, como es obvio, daba la razón a Stalin.
Estos motivos que expone el presidente ruso responden a su creencia y convicción de la grandeza de una Rusia enfrentada a un Occidente, ya en decadencia; pero que quiere balcanizarla. Su creencia en una Rusia que incluye a Ucrania, como país independiente, pero ambos socios económicos, naturales y complementarios.
En un artículo, publicado en julio de 2021, Putin desarrolla su idea de “la unidad histórica de rusos y ucranianos”, y la de la grandeza de esta “Tercera Roma” como se llegó a decir de Moscú, del “Fénix de Oriente”, como nombra a Rusia la doctora Ana Teresa Gutiérrez del Cid, investigadora de la UAM y experta en Europa del Este.
Critica acerbamente a las “élites ucranianas que justifican la independencia del país negando su pasado” -su esencia rusa- a “los radicales y neonazis… que, después de despojar al pueblo ucraniano, guardan los recursos robados en bancos occidentales…” Dice que “Ucrania ha sido lanzada a un juego geopolítico peligroso cuyo objetivo es convertirla en una barrera entre Europa y Rusia, una punta de lanza contra Rusia, la anti-Rusia “que jamás aceptaremos”.
El artículo alude también a la “guerra civil” provocada por las autoridades de Kiev contra los ucranianos de origen ruso que habitan en las regiones del Este y “han sido víctimas de un genocidio”: 13,000 víctimas en el Donbass (la región cuyas repúblicas de Donetsk y Lugansk fueron reconocidas por Rusia como independientes de Ucrania).
El largo artículo acusa a Ucrania de haber incumplido los llamados acuerdos de Minsk, por los que se comprometía a establecer un estatuto de autonomía para los habitantes —de mayoría rusa— del Donbass. Hace notar que Kiev atenta contra la cultura de esas poblaciones, que también son ucranianas, al no aceptar que el idioma ruso tenga también carácter de lengua oficial en la mencionada región.
¿Guerra, tregua, paz?
Los comentarios sobre lo que sucede en esta guerra absurda corren el riesgo de estar atrasados en el momento mismo de hacerlos, porque las acciones y sus consecuencias se multiplican y cambian a cada momento.
Por esta razón mejor me dedico a averiguar razones y sin razones de la guerra, asomándome a lo que puede mover a quien la ha iniciado. Que, además, siento que tiene una cuenta pendiente conmigo. Porque —ingenuo— me dejé llevar por sus motivos legítimos: la indignación por las humillaciones que ha sufrido Rusia y su válida aspiración de potencia mundial.
Me olvidé, sin embargo, de preguntarme por las pulsiones del líder, tan comunes a la mayoría de los líderes políticos, mareados con el poder… enloquecidos. Como no pocos piensan en éste tildándolo de paranoico; aunque alguien como el expresidente François Hollande, quien lo trató, afirma que Putin actúa con toda frialdad sin el menor asomo de locura.
Concluyo con estos comentarios: primero, mientras el régimen ruso ha terminado siendo una autocracia, armada legalmente a gusto de Putin, Ucrania cuenta con un régimen constitucional democrático y sus gobernantes han sido electos democráticamente y actúan en una democracia, independientemente del talento político y de la raigambre moral de cada uno. Y si alguien intentó trampear a la democracia, fue el presidente Viktor Yanukovich, sometido a Moscú y que terminó siendo defenestrado.
Segundo comentario: La reforma legal que, a mediados de la década pasada, se aprobó y privó al idioma ruso y los de otras minorías, como el húngaro, de su carácter de lengua también oficial en donde residieran ucranianos de origen ruso, húngaro o de otras nacionalidades, fue una injusticia y un error político.
Hago notar, asimismo, algo que me interesa subrayar: que el desafío de Putin ha dado como resultado —para bien— que la Unión Europea actuara como un todo a la hora de responder con sanciones al autócrata agresor.
Por otra último, hago mía la reflexión de Henri Kissinger quien afirma que, “para que Ucrania sobreviva y prospere, no debe ser puesto de avanzada del Este o del Oeste, uno contra el otro, sino ser puente entre ambos”.
