Patear el tablero

La “operación militar especial, para defender a los ucranianos de origen ruso de los abusos y del genocidio que comete el gobierno de Kiev, y para desnazificar a ese gobierno”, como ha llamado e intentado justificar Putin a la invasión del ejército ruso a Ucrania, tiene en jaque a reporteros y analistas, incapaces de prever cuando terminaría y cómo.

En paralelo a la guerra, la diplomacia actúa incansablemente, sin que hasta el momento haya alcanzado acuerdos aceptables por los beligerantes; por Rusia, para ser realistas. Mientras, esos expertos analizan, por una parte, los motivos del presidente ruso, “los motivos del lobo”, que lo han hecho lanzarse a una guerra infame, que parece no tener fin.

Motivos, unos comprensibles, aunque no justifican la invasión, son el cerco que la OTAN está imponiendo a Rusia y que, de introducirse esa Alianza militar en Ucrania, su acoso a Moscú sería intolerable. Asimismo, la discriminación a la minoría ruso-ucraniana -el 20 por ciento de la población- derivada de las leyes de 2017 y 2019, que prohíben el empleo del idioma ruso en comunicaciones oficiales y en la enseñanza escolar. Legislación que también afecta a las minorías húngara y rumana.

Comprensible también la indignación de Putin -con quien me solidarizo en esto- de que Occidente humillara a Rusia, la otrora poderosa Unión Soviética, a la que, Reagan, si hemos de creer la amarga broma de Gorbachov, llevó al borde del abismo y la indujo a “dar un paso al frente”. De esta humillación habla Vladimir Fedorovski, brillante diplomático del equipo de Gorbachov, para asegurar que James Baker, el secretario de Estado norteamericano prometió que la OTAN no se extendería “ni una pulgada” hacia el territorio de la ex Unión Soviética.

Fedorovski añade que George Kennan, otro diplomático, estadounidense, que fue muy importante durante la guerra fría y también en la época del colapso de la Unión Soviética, le dijo que el haber humillado a Rusia fue “el error más grave de Occidente, desde Jesucristo (sic) y lo pagará muy caro”.

Por otra parte. en más de uno, de los innumerables comentarios sobre el tema, se cita la afirmación de Putin, de que la debacle de la Unión Soviética fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”; sentimiento que, añadido al de la humillación sufrida por Rusia, más los que he mencionado sobre el acoso de la OTAN y la discriminación a los ucranianos de origen ruso, es comprensible que le provocara la indignación que lo hizo lanzarse a invadir militarmente a su vecino.

Independientemente de ello, hay quienes consideran motivos más personales del personaje para lanzarse a una guerra infame y de enorme riesgo militar y político para Rusia y para su pretensión y orgullo de potencia mundial: la infancia en San Petersburgo, en la pobreza -una “infancia siniestra”, dice el periódico francés L’Express- y su juventud, en el ambiente del hampa, formaron el carácter duro de Putin, que nunca retrocede. Nina Khrushcheva, profesora universitaria en Nueva York y bisnieta de Nikita Krushchev, de quien escribe una biografía, considera al multicitado Putin un mesiánico, obsesionado por pasar a la historia al lado de Pedro El Grande y Catalina La Grande.

Lo cierto es que, gane o pierda nuestro autócrata su apuesta por la grandeur de la humillada Rusia y por su propia grandeza, equiparable a la de Pedro y Catalina, ha “pateado el tablero”, desacomodando a las potencias y “sembrando tempestades”: China y Estados Unidos frente a Rusia, la toma de conciencia y los retos de la Unión Europea, el pacto nuclear con Irán, la guerra en Siria, Israel, Turquía, etc.

Mientras observamos la evolución de esta tragedia, como resultado de las sanciones impuestas a Rusia y de las incansables negociaciones para detenerla: Estados Unidos, China, Europa -destacadamente Francia y Alemania- con Putin y Zelenski -a quien visitaron este 15 de marzo en Kiev los primeros ministros polaco, checo y esloveno; y mientras analistas y futurólogos llegan a prever hasta una larga guerra, de 10 o 20 años y la derrota de Rusia, “como en Afganistán”, el escenario internacional, “el tablero”, experimenta ajustes, de los que destaco a algunos.

 

Despertar de Europa

Comienzo aludiendo brevemente a Ucrania. Desde que se planteó el tema de la OTAN como elemento de discordia entre Occidente y Rusia, en el caso de Ucrania, sostuve que este gobierno debería renunciar a su pretensión de integrarse a esa alianza militar, negociando, en cambio que se aceptara su candidatura a la Unión Europea. Una candidatura que debería negociarse con Bruselas, en un ejercicio de “diplomacia florentina”.

Mi sugerencia coincide con los planes de Ucrania hoy, que la Unión Europea apoya en principio -como también los apoya, seguramente, Estados Unidos-. Aunque el camino será arduo y requiere, lo digo, de “diplomacia florentina”: porque los Veintisiete, en su reunión de Versalles este 11 de marzo, excluyeron la adhesión fast track de Kiev a la Unión, ofreciendo únicamente un compromiso de “mínimos”, y reconociéndolo como “parte de la familia europea”.

El presidente ucraniano Zelenski ha declarado, asimismo, que Ucrania debe admitir que no podrá formar parte de la OTAN, a pesar de que “durante años hemos escuchado que las puertas estaban abiertas, pero también hemos escuchado que no podríamos unirnos”. Consciente, sin decirlo, de que uno de los motivos de Rusia para justificar la invasión, era la pretensión de Kiev de adherirse a la alianza.

Lo me interesa subrayar, derivado de la invasión militar de Rusia a Ucrania, es el nacimiento “tardío de una Europa geopolítica” -dice Josep Borrell, el ministro de relaciones exteriores de la Unión Europea. Nacimiento anunciado cuando los Estados miembros acordaron, en rara unanimidad, la aprobación de sanciones a Rusia, por la invasión.

Nacimiento, entre el “crujir de dientes” de los populistas europeos, putinófilos, desacreditados: Matteo Salvini (que, en su momento, se opuso a las sanciones a Rusia por la anexión de Crimea), Marine Le Pen, Éric Zemmour y hasta el premier húngaro Viktor Orban. Mafiosos que, al menos por el momento, habrán de interrumpir su labor de zapa de la construcción europea, su agresiva y destructiva eurofobia.

Este nacimiento de la Europa geopolítica implicará un esfuerzo en el ámbito militar, si es que considera de interés “nacional” -de la Unión Europea- tener presencia militar en un escenario y no simplemente ser seguidora o complemento de acciones decididas por Estados Unidos. Alemania, de hecho, ha incrementado sustancialmente su gasto de defensa y la Europa comunitaria está enviando material militar ofensivo a Ucrania.

Más importante, desde mi punto de vista, es que la Unión Europea tenga una presencia política internacional, lo que Borrell ha intentado, pero hoy lamentablemente como ministro de asuntos exteriores de una entidad que hace agua, por la falta de consenso en principios y temas clave. Ojalá que este nacimiento de la Europa geopolítica signifique su consolidación como “Estado” supranacional, como Europa potencia.

Un comentario final para este inciso: la Rusia de Putin, con la invasión criminal a Ucrania, se ha convertido en un Estado paria y Putin en un gobernante condenable. Sin embargo, mal haría Europa si aislara a Rusia y cancelara el diálogo con ella. Por el contrario, es necesario atraerla, para “construir, como diría De Gaulle, una Europa del Atlántico a los Urales y de los Urales al Pacífico”. Es lo que ha intentado siempre Macron a través de sus encuentros con Putin en los últimos años. Cerrar la puerta al Kremlin es abrirle la puerta de Pekín.

 

El convidado de piedra

En el tablero mundial -que Putin pateó- no tiene una presencia significativa América Latina. Sin embargo, la irrupción de la marea rosa -la izquierda- de norte a sur del continente, así sea en muchos casos más que opción ideológica voto de castigo, daría oportunidad de echar a andar una estrategia “continental” de promoción y justicia social en nuestros países y de fuerte presencia internacional de nuestra región.

A reserva de tratar con detalle el tema en un próximo artículo, adelanto mi idea -y la esperanza- de que los gobiernos de mayor peso en la región se concierten “en pos de una mejor calidad democrática” como lo señaló el presidente argentino Alberto Fernández y para otros proyectos que den a la región el peso global que debe tener.

El eje Argentina, Brasil y México, que propone el mencionado mandatario, está condicionado, para empezar, a la postulación y triunfo de Lula en los comicios de su país y a que López Obrador se asesore por expertos.

Yo, por mi parte, incluiría en el grupo al presidente Gabriel Boric, de Chile, que me parece un político sensato y -me atrevo a decir- el más auténtico de izquierda.

Me preguntaría si también amerita incluirse, si gana la elección, al colombiano Gustavo Petro, por la importancia de su país, que hasta hoy había votado a la derecha. Un país, Colombia que da otras sorpresas, como la irrupción, con un significativo apoyo popular, de la afrodescendiente Francia Márquez. activista medioambiental, por los derechos humanos y feminista, abogada y política.