Durante cualquier movimiento social, económico, político o militar, la producción y seguridad alimentaria son factores determinante para mantener  la estabilidad o el detonante de la crisis poblacional en ocasiones directa y en otras indirectamente, pero en todos los casos con resultados catastróficos.

A lo largo de la pandemia que – si bien ya va en declive-  aún ha prevalecido la estabilidad social porque el sector agropecuario se ha mantenido activo sin interrupciones y ha provisto de alimentos a la población pese a la carestía.

La crisis ahora agudizada por el conflicto bélico que enfrentan Rusia y Ucrania, avizora que se perderán ciclos de siembra que inician ya en abril.

Ucrania produce al año 33 millones de toneladas de trigo, de las cuales exporta 24 millones de toneladas: aporta el 4 por ciento de la producción mundial. Hoy está en serio riesgo de no sembrar.

En los daños colaterales, en los países como Polonia que reciben a los desplazados por la guerra, se comienzan a registrar problemas de abasto para alimentar a sus habitantes y a los más de tres millones de ucranianos que cruzan la frontera para salvar sus vidas.

Pero el tema no para allí, en el caso de Rusia, de acuerdo con datos del Ministerio de Agricultura, del 1 de julio de 2019 al 9 de abril de 2020, exportó 34.5 millones de toneladas de cereales, incluidas los 28.6 millones de toneladas de trigo, 3.1 millones de toneladas de cebada y 2.6 millones de toneladas de maíz, lo que lo ubica como uno de los proveedores más importantes a nivel mundial. Sin embargo, las presiones internacionales a Rusia para que cese sus ataques contra Ucrania propiciaron que el  presidente Vladimir Putin, determinara acaparar la producción alimentaria para que no haya escasez entre su población.

Los riesgos de producción y desabasto que apenas comienzan ya generan preocupación principalmente por la volatilidad e incremento en los precios de los insumos que se reflejará invariablemente en el de los alimentos. Y es que al escenario creado por la pandemia de cadenas de suministro rotas a nivel global –donde por meses pudimos observar los estancamientos y cuellos de botella de cargueros marítimos- y la inflación mundial, ahora se suman proyecciones de mayor tensión en el precio de los alimentos, que impactará sobre todo en el bolsillo del consumidor final, ya tan golpeado  por la pandemia.

Por lo pronto, Francia ya reconoció la contingencia alimentaria que vive Europa por la guerra, por lo que su ministerio de Agricultura solicitó a la UE incrementar de manera urgente la producción agrícola para compensar “una crisis mundial en la producción de alimentos”. En Alemania, en estos últimos días se han registrado compras de pánico por el temor a la escasez, principalmente en productos provenientes de Ucrania, como harinas, fideos, pero especialmente aceite de girasol, que ha ido desapareciendo de los anaqueles alemanes.

España también se encuentra en un alto riesgo de conflictividad política y social, debido a que los suministros de trigo y maíz de Rusia están interrumpidos por la vía marítima, con lo cual, los precios para alimentos para las reses y cerdos podrían comenzar a afectar seriamente la producción cárnica en tan solo un par de semanas. Aún si España tuviera proveedores alternativos para alimentar a sus animales, los productores no podrían soportar el incremento de precios en los precios.

En Nueva Zelanda, ya se sacrifican hatos ganaderos ante los incosteables precios de los alimentos para los animales tanto por la supresión de exportaciones rusas como por la acentuada interrupción de las cadenas de suministro.

Sin embargo, los más afectados serán como siempre los países más pobres. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) –organismo perteneciente a la Organización de las Naciones Unidas (ONU)- alertó que países como Yemen, Etiopía, Afganistán y Siria, que ya se enfrentaban a los peores niveles de inanición, se verán inmersos en una crisis humanitaria por alimentos debido a su alta dependencia de los suministros rusos. Ya antes de la guerra, el PMA advertía que para 2022, 283 millones de personas en el mundo requerirían asistencia alimenticia y advirtió que “La comida es un derecho fundamental al que todo el mundo debería tener acceso”. Sin embargo, esto se enfrenta con la realidad cotidiana, donde la guerra es sinónimo de hambre.

Otra de las afectaciones directas para la producción de alimentos es la escasez y precio altos de los fertilizantes. Y es que además Rusia y Ucrania juegan una estratégica y hasta determinante participación en la industria de los fertilizantes para uso agrícola, gracias a sus yacimientos de gas natural –que provee el amoniaco- así como las potasas y fosfatos. Tan solo un cuarto de la producción de fertilizantes utilizados en Europa proviene de Rusia y ya la mayoría de los países de esa región han advertido sobre los riesgos de la gran dependencia rusa para producir sus alimentos.

Y mientras, ¿Qué ocurre en nuestro país? ¿Qué dicen nuestras autoridades en la materia? ¿Qué dice la cuatroté? Hasta el momento no hay indicios de alguna estrategia. El flamante subsecretario de Autosuficiencia Alimentaria de la Secretaría de Agricultura (SADER) y quien en su perfil en redes sociales se ubica como “Responsable de PRODUCCIÓN PARA EL BIENESTAR”, Víctor Suárez, a pregunta expresa ciudadana, dijo “se están decidiendo acciones al respecto. No serán medidas neoliberales como las de los gobiernos anteriores que desmantelaron nuestra agricultura, promovieron dependencia  y entregaron nuestra seguridad alimentaria a la especulación y volatilidad de los mercados globales”. La volatilidad de precios es ya el pan de cada día y parece no notarlo.  Es decir, no tiene nada.

Nuestros productores ya viven la volatilidad de precios en insumos lo que pone en riesgo su producción y atenta contra el bolsillo del consumidor final, de pobres y neoliberales por igual.

A este escenario se suma que la producción de fertilizantes a nivel nacional se vio muy afectada tanto por la pandemia como por la política del gobierno federal de satanizar los agroquímicos utilizados para la producción intensiva de alimentos y decantarse por la producción campesina de autoconsumo y la agroecología con todo y bandera ideológica.

De esta manera, de acuerdo con el Grupo Consultor de Mercados Agroalimentarios (GCMA) tan sólo en 2021, la producción nacional de fertilizantes cayó en más del 11 por ciento, ubicándose en 2.1 millones de toneladas métricas, que no surte ni de lejos, la demanda de más de 5 millones de toneladas métricas, por lo que más del 60 por ciento de la demanda se cubrió con importaciones, mismas que evidencian nuestra alta dependencia del exterior. Y sí, adivinó, nuestro principal proveedor de tales importaciones es Rusia, seguido de China.

Debido a esta alta dependencia, en las últimas semanas ya se han registrado incrementos de más de 120 por ciento en los precios de los fertilizantes, donde la urea y los fosfatos están por alcanzar los 25 mil pesos por tonelada. ¿En qué nos afecta? En los rendimientos de las cosechas de Primavera-Verano. ¿Entonces, cuál será el futuro de la producción nacional de alimentos? La SADER  calla como momia.

Hasta ahora, México no ha sufrido desabasto alimentario, pero pese a las cifras alegres del gobierno de la cuatroté, el incremento en los precios ya es notable. Sin ir más lejos, casos como el del limón, el del aguacate –ya permanente-, la cebolla y las frutas, podrían agravarse tanto por la problemática externa –cierre a las exportaciones y alta inestabilidad en las cadenas de suministro- tanto como por problemáticas internas de inseguridad y delincuencia organizada –principalmente en Michoacán, Jalisco y Colima- y la baja en la producción por la falta de estímulos fiscales y gubernamentales.

Significativamente, Víctor Suárez está más ocupado en la divulgación de cómo deben tributar los agricultores y productores agropecuarios, es decir primero que den recursos al erario y luego, si es que hay luego, verá como apoyarlos, eso sí a los pobres que no sean neoliberales.

Hasta este momento que se escribe esta columna, sigue sin conocerse la estrategia o las acciones de emergencia que llevará a cabo el gobierno federal para hacer frente a esta crisis global tanto en el ámbito agroalimentario como energético. ¿Qué hará en caso de un desabasto generalizado de alimentos? Aunque quisiera comprar alimentos ¿quién nos vendería en estos momentos, a qué precio?, ¿Cuál será el impacto financiero para nuestro país? Lo cierto es que nuestro subsecretario de Autosuficiencia Alimentación está ocupado promoviendo la participación en la revocación presidencial, invitando a conocer el espectacular aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y hasta difundiendo la foto amorosa del 14 de febrero de Juan Ramón López Obrador. ¡Sin duda hay prioridades!

A las familias mexicanas, que siguen inmersas en la precariedad laboral, cada vez les cuesta más llevar alimentos a sus mesas y esto sin duda, podría derivar en una aguda crisis social en medio de una sociedad ya de por sí tan políticamente polarizada que vive su propia guerra. Se necesitarán más que consultas absurdas para saber qué hacer como país frente a una crisis cada vez más agudizada.