Callaron los tambores de guerra, ahora es la GUERRA. Innumerables tanques rusos tratan de dar la puntilla en Ucrania. El abusivo embate, innecesario y brutal, de uno de estos armatostes aplastando a un automóvil particular, demostró, al mismo tiempo, la fuerza militar y la impotencia de un ciudadano de a pie, como usted, querido lector, o como yo, perdón por la primera persona. El avance —en largas filas que parecen infinitas— de los tanques en las carreteras y en las ciudades de Ucrania pone fin al tranquilo sueño que el Viejo Continente disfrutó desde que las armas callaron al finalizar la Segunda Guerra Mundial tras seis años de cruentos combates y después al ser derrumbado el Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989: ¡nunca más se vería un enfrentamiento armado de la magnitud que sufrió Europa de 1939 a 1945!
El nuevo derramamiento de sangre en los frentes de batalla entre adversarios desiguales —el soberbio y abusivo Goliat (Rusia) contra el valeroso David (Ucrania)— recuerda varios de los momentos más sombríos del siglo XX. Desaparecer de un plumazo la hazaña que lograron millones de soldados y civiles que murieron en las dos guerras mundiales: que se respetara la soberanía y la integridad territorial de todas las naciones, por mero capricho de mandatarios con el poder de las armas a la mano, tendrá un grave costo para la Humanidad que repercutirá más allá de los confines europeos.
El capítulo de la historia que se abrió en 1989 por la destrucción del Muro de Berlín, que traía la esperanza de que los Estados eligieran sus destinos dentro de una “casa común europea” llegó al punto final. Ahora, comienza otro capítulo, pero más sombrío.
Con 150,000 refugiados más en 24 horas, Filipe Grandi, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) calificó el éxodo ucraniano como el más rápido y más grande que ha vivido Europa en su historia. Grandi confirmó que tras la invasión rusa suman 520,000 ciudadanos que escapan a través de sus fronteras rumbo a naciones como Polonia, desde el pasado 24 de febrero, lo que representa un hecho nunca antes visto, al recordar que lleva cuatro décadas a atender estas crisis a nivel mundial.
El funcionario de la ONU advirtió, incluso, que los números seguirán creciendo en los siguientes días en tanto no se logre un cese el fuego, pues, pese al desastre visible, es probable que “apenas estemos arañando la superficie”, pues aún hay decenas de personas escondidas o en espera de llegar a la frontera en busca de asilo.
Tanto ACNUR como el gobierno ucraniano advirtieron en días previos a la invasión, que hasta 5 millones de personas, casi la décima parte de la población nacional, podrían abandonar Ucrania debido a la invasión rusa. Janez Lenarcic, comisario europeo de Gestión de Crisis, advirtió que Europa debía prepararse para una crisis humanitaria de “proporciones históricas” en Ucrania.
El Comisionado de ACNUR destacó que Polonia es la zona más recurrida por los refugiados al acumular el paso de 280,000, pero esa nación reportó que ha contabilizado desde hace cinco días hasta 300,000, liderando la huida de la guerra. En los registros oficiales le siguen Hungría (94,000), Moldavia (40,000), Rumanía (34,000), y Eslovaquia (30,000).
En este sumario, vale la pena recordar una de tantas frases memorables del legendario político británico, Winston Churchill: “Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un Telón de Acero”. Cuando Churchill la dijo corrían los años de la histórica década de los 40 del siglo pasado, pero bien puede ser hoy. Al pueblo ucraniano la libertad apenas le duró 30 años, ya que el yugo ruso-soviético vuelve a tratar de someterlo. Si bien en 1921 las tropas bolcheviques de Vladimir Ilich Ulianov, mejor conocido como Lenin (seudónimo inspirado en el río siberiano Lena) entraban por Járkov, los herederos de Putin han hecho lo mismo un siglo después. Ucrania vuelve a ser invadida desde el norte para destruir su democracia mientras Europa miraba para otra parte. Bien escribió Albert Camus, “la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”, y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, se quejó ante la indiferencia de los países de la OTAN: “Nos han dejado solos”.
En pocos días —tan pocos que nadie puede asegurar el desenlace de este “juego peligroso” en el que Vladimir Putin apostó casi “todo o nada”—, parece que Occidente decidió cerrar sus filas ante el desafío del dirigente ruso al bravocunear con su armamento nuclear. Tan picó la cresta a los países demócratas que hasta los siempre neutrales como Suiza y Finlandia dijeron “¡YA BASTA!”. Paso inusitado para los parámetros y costumbres diplomáticas de los suizos y los finlandeses.
De tal suerte, Berna rompió su tradicional neutralidad y anunció que aplicará, de forma “integral” las sanciones impuestas por la UE al sector financiero, productivo y estatal de Rusia debido a su invasión de Ucrania. Y congeló “con efectos inmediato” los activos, bienes y cuentas bancarias del presidente Putin, de su primer ministro, Mijael Michoustine, del canciller Serguei Lsvrov y de otros miembros del Kremlin. Ignazio Cassis, presidente de Suiza afirmó: “Damos este paso con convicción, de forma reflexionada y sin equívocos”. Suiza no está dentro del mundo euro, tiene su propia moneda: el franco suizo, que en paridad con el peso supera hasta el dólar estadounidense. Para la historia.
Mientras que Finlandia que no es miembro de la OTAN —Suiza tampoco pero colabora con la Alianza Atlántica desde hace muchos años—, pero sí de la Unión Europea, tomó medidas directas en apoyo a Ucrania pese a que su nivel militar es neutral. La primera ministra finlandesa, Sanna Marín, en rueda de prensa anunció: “Finlandia suministrará asistencia militar a Ucrania. Es una decisión histórica para Finlandia”.
Mientras prosigue esta inédita partida de ajedrez, y todo mundo espera, ansioso, el momento del jaque mate —¡ojalá y no!—, los protagonistas principales, Vladimir Vladimirovich Putin (San Petersburgo, 7 de octubre de 1952) y Volodimir Oleksandrovich Zelenski (Krivói Rog, Ucrania, 25 de enero de 1978), son diferentes no solo en la nacionalidad, sino en sus respectivas carreras para llegar al poder. Putin, espía de origen, Zelenski licenciado en Derecho, profesión que nunca ha ejercido, y famoso actor que llegó a la cúspide por la sátira de televisión Servidor del pueblo, título premonitorio de la realidad que le ha tocado vivir en los días que corren. Putin ordenó la invasión con la seguridad de que tomaría Kiev casi en cuestión de horas. La realidad le impuso algo muy diferente y por eso aceptó iniciar negociaciones, que no serán nada fáciles. ¿Hsta dónde llegará el hombre del Kremlin? En su camino se encontró con Zelenski. Cuando este le dijo a su pueblo “lucharemos”, los convirtió en soldados que cayeron convencidos en la magia del discurso de Pericles a los atenienses.
Bien lo explica Susana Torres Prieto, profesora e investigadora Asociada al Harvard Ukrainian Research Institute y catedrática de Humanidades de IE University de Segovia en su análisis La entelequia de Putin, del que citamos algunos párrafos: “Al margen de todos los análisis que se puedan hacer en estos días, la invasión de Ucrania había cobrado en la cabeza de Vladimir Putin desde hace muchos años, quizás desde siempre, porque está justificada en un puñado de mitos fundacionales que todas las naciones tienen y que el mismo presidente, teóricamente, dejó por escrito en julio del año pasado, cuando publicó un artículo titulado “Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos”. Esa ha sido siempre su entelequia, su irrealidad vivida, su situación perfecta e ideal que sólo existe en su imaginación. La Gran Rusia imperial que tiene en si misma su principio de acción y su fin. El artículo de Putin abunda en esa idea que es más frecuente en la sociedad rusa de lo que quisiéramos pensar en occidente de que Ucrania y Bielorrusia (esta última, curiosamente, no mencionada por el Presidente en su escrito) son, en el fondo, provincias de Rusia, separadas artificialmente de ella por los manejos intrigantes de Europa occidental. Hay mapas físicos y políticos. Y luego hay mapas míticos. El mapa que el presidente ruso tiene en la cabeza ahora mismo pertenece a esta última categoría”.
“Como todas la falacias —continúa Torres Prieto— bien construidas, el artículo tiene partes de medio verdad, regurgitadas en medio de mentiras: construir un buen relato propagandístico no es cosa de ignorantes. ¿Existió un estado que se llamó la Rus´ de Kiev entre los siglos X y XIII que incluía territorios que hoy pertenecen a Rusia, Ucrania y Bielorrusia? SÍ, existió. ¿Ocurrió que cuando su capital, Kyiv, cayó en manos de los mongoles una de las ramas de la dinastía reinante evitó su propia masacre pactando con los mongoles y haciéndose sus súbditos? Sí, ocurrió. ¿Sucedió que cuando los mongoles retrocedieron esa misma rama dinástica se estableció en Moscú y fundó un ducado que llegó a ser un imperio? Sí, sucedió. Entre eso y afirmar que la moderna Ucrania es un estado artificial que ha separado a un pueblo que tiene una misma religión y cultura, que es lo que cree el presidente ruso, hay un mundo, y más de seis siglos de historia. La idea de que en los territorios más cercanos a la frontera rusa conviven, o al menos convivían pacíficamente hasta 2014, personas que se encontraban más ligadas cultural o religiosamente a Rusia tampoco es mentira, pasa en todas las zonas fronterizas. Fomentar y alimentar la rebelión armada dentro de las fronteras de otro país soberano es otra cosa”.
“Desde hace años, desde que él mismo inauguró en 2016 una enorme estatua del príncipe Volodymer de Kiev, al lado del Kremlin en Moscú, Putin ha insistiendo en reclamar para sí una parte de la historia que no le corresponde, ni por hecho ni por derecho, sólo a ellos. Es una historia común que comparten tres naciones modernas. A una de ellas, Bielorrusia, desgraciadamente ya la silenciaron hace tiempo, y sólo queda Ucrania para desmentir la entelequia. Para Putin es fundamental insistir en la idea que son un único pueblo, una única cultura, una única religión y justificar así, al menos frente a su propia ciudadanía , sus aspiraciones territoriales”…”…Putin y su entelequia son sólo la última iteración de una manera preocupantemente extendida entre parte de la sociedad rusa de entender su lugar en el mundo. Ni que decir tiene que mientras todo esto pasaba, Ucrania construía su propia historia, a lo largo de siglos durante los cuales, por lagos periodos, fue parte de ese Imperio que sueña Putin. Después de años de pacientes preparaciones, probablemente desde la cumbre de la OTAN en Bucharest en 2008, cuando se contempló la adhesión de Ucrania y Georgia a la organización euro-atlántica, Putin, como un buen jugador de ajedrez, ha ido realizando movimientos en un tablero al que nadie parecía estar mirando. Y ahora, con la Crimea anexionada, los mercados orientales completamente abiertos, y Europa energéticamente dependiente, acaba de dar jaque. Porque puede. Y porque siempre quiso. Habrá que ver si es mate”.
Por una parte, por la otra, Volodimir Zelenski, el actor cómico que se convirtió en líder de la resistencia con su llegada a la política desató dudas y críticas, pero su llamamiento a no rendirse caló profundamente entre la ciudadanía. Al final de la serie de televisión que le dio fama, pronunció un “discurso” como maestro que representaba que terminó con estas palabras: “Finalmente, Ucrania está unida… Esta es nuestra victoria”. Y el maestro terminó convertido en presidente. Presagio, quizás, de lo que el destino le deparaba a él y a los ucranianos. De película, pero así fue.
Apenas había transcurrido un mes de la serie Servidor del pueblo, en abril de 2019, Zelenski llegó a la presidencia de Ucrania, con más del 73 por ciento de los votos pese a los deseos de Vladimir Putin. Su lema de campaña real, así como la que usaba en la serie, fue combatir la corrupción. La fórmula le funcionó en un país agobiado y cansado de la corrupción. La figura totalmente ajena a la política y su popularidad creada por la televisión cayó de perlas a los ucranianos que lo votaron masivamente, haciendo a un lado a los políticos de siempre.
“Limpiar la política” fue su lema. Desde antes de anunciar la candidatura a la presidencia, fue el favorito de las encuestas. La suerte de su antecesor, el presidente Petro Poroshenko estaba cantada. El nuevo Servidor del Pueblo estaba a la vista.
Hijo de padres judíos, el “profesor” como se le llamó por su papel en la serie de TV, en la vida real fue graduado en Derecho, aunque nunca ejerció, porque su verdadera vocación era la “comedia”, aunque no fuera “divina”. A nivel interno, se enfrentó con el rechazo del establishment. El salto a la presidencia conllevaba riesgos. En el Parlamento no se le aceptó la propuesta de reintroducir la responsabilidad penal por enriquecimiento ilegal. En el exterior, Zelenski, casado, padre de dos hijos, se enfrentó con la realidad de no ser tomado en serio por los demás líder3s políticos europeos. Hasta Donald Trump lo quiso comprometer en sus líos contra el hijo del entonces vicepresidente de EUA, Joe Biden, nada menos. Zelenski la libró.
Putin siempre desconfió de él, por su apoyo al movimiento nacionalista Euromidán, que culminó con el derrocamiento, en 2014, del presidente Víctor Yanukovitch, del prorruso Partido de las Regiones. La aprobación, en julio de 2019, de la controvertida Ley de Idiomas, que priorizó el ucraniano en la vida pública, tensó más la cuerda. Y el rompimiento fue total con la solicitud de Kiev de unirse a la OTAN, algo que Putin consideraba y consideran una “amenaza a la seguridad nacional”. El presidente ruso acusó a Zelenski de ser un “títere” de EUA y de la Alianza Atlántica. Ahora se ven las consecuencias de esos desprecies. Sin embargo, quienes durante meses se quejaron de la elección de 7n cómico como Presiente de Ucrania, ahora elogian su liderazgo de guerra.
Zelenski ya demostró su estatura como líder nacional de Ucrania. Del “puede ser la última vez que me vean vivo”, al “nos dejaron solos” y al “necesito municiones, no un aventón” ante la oferta de evacuación de EUA, consiguió el envío de más apoyo militar y sanciones contra Rusia, incluyendo cortar el acceso de algunos bancos rusos al sistema SWIFT lo que le pegó en la línea de flotación al sistema económico ruso para disgusto de Putin.
Esta historia todavía no tiene punto final. La incógnita persiste. VALE.