C’mon C’mon, Siempre adelante (C`mon C`mon, Estados Unidos, 2021) de Mike Mills, con Joaquín Phoenix, Gaby Hoffmann, Woody Norman, Molly Webster.

Un tío, por parte de su madre, se encarga uno días del cuidado de un niño de nueve años, porque ella tiene que cuidar a su marido enfermo. Casualmente, el tío trabaja en un proyecto radiofónico en el que se les pregunta a los niños y jóvenes que piensan sobre el futuro. Las entrevistas abarcan buena parte del relato. La película tiene interés no tanto por Mike Mille (20 de marzo de 1966, Berkeley, California, Estados Unidos), su guionista y realizador, sino por la interpretación del famoso actor Joaquin Phonix. La sorpresa es la estupenda actuación de Woody Norman, en el papel de un precoz niño caprichoso, como todos los de su edad, con cierta sensibilidad para entender las contingencias negativas de la vida familiar. El relato, en blanco y negro (fotografía de Robbie Ryan), aparte de las vistas de varias ciudades de los Estados Unidos, penetra en el alma infantil, mientras acontece un conflicto familiar entre hermanos (su madre y su tío) y su relación distanciada y recordada que tuvieron con la difunta madre de los dos. En el relato, aparece Molly Webster, como una periodista de la radio pública de New York, quien en la vida real lo es.

 

Sólo una mujer (Nur eine Frau, Alemanía, 2019) de Sherry Hormann, con Almila Bagriacik.

Una joven mujer, de origen turco, vive en Berlín, con su familia de inmigrantes (madre, padre y hermanos varones). Es obligada a viajar a Turquía para casarse con un primo. No contenta con su rol dependiente y abusada por su marido regresa embarazada a Alemania con el propósito de emanciparse. Para ello tiene que romper con las ortodoxas costumbres musulmanas de sus familiares. Las cosas se complican, al enfrentarse a las intransigencias de algunos de sus hermanos, principalmente del más joven, quién en un arrebato de fanatismo la asesina, para salvar el honor de la familia. Basada en hechos reales, ocurrido en 2005, la realizadora Sherry Hormann (20 de abril de 1960, Kingston, Nueva York, Estados Unidos), llevada a vivir a Alemania cuando tenía 6 año, arma un testimonio ficcional, narrado de manera no convencional (avances y retrocesos en la historia), en el que la asesinada explica su tragedia, con voz fuera de cuadro, como una rebelión post mortem, apelando a que se le haga justicia, y en el que se insertan imágenes reales, en video, de ella (Hatun “Aynur” Sürücü). La interpretación de Almira Bagriacik, conducida por la  mano de la realizadora, le confiere sustancia a la lucha de las mujeres por ser libres, en cuerpo y alma, para hacer y deshacer su vida como mejor les convenga a su desarrollo personal.

 

La Traviata, mis hermanos y yo (Mes frères, et moi, Francia, 2021) de Yohan Manca, con Mäel Rouin Berrandou, Judith Chemla.

Un niño llamado Nour (Mäel Rouni Berrandou), hijo de inmigrantes italianos, aficionado a la ópera, principalmente a La Traviata de Giuseppe Verdi,  tiene que lidiar con la pesada presencia de sus barbajanes hermanos mayores y turnarse con ellos, para cuidar a su viuda madre enferma. Un encuentro casual, cuando él trabaja pintado el local en el que se dan cursos de verano, con Sarah (Judith Chemla), profesora de música y cantante de ópera, le cambiará el destino de ser uno más, en la miserable vida de su pueblo, a orillas de mar, en la costa sur francesa. Lo que al principio parece ser una historia lacrimógena y una telenovela rosa se va afinando y se convierte en algo más: una dimensión exaltante del aprendizaje del arte, concretamente de la más abstracta de las artes: la música, y su variante más pura y espectacularmente dramática: el cante operístico. El joven realizador Yohan Manca (9 de octubre de 1989, Fontainebleau, Francia), con su opera prima, nos deleita, en breves momentos, con el bello cante de Luciano Pavarotti y de María Callas.

 

Detengan la tierra (Stop-Zemlia, Ukrania, 2021) de Kateryna Gornostai.

Un grupo de jóvenes conviven, dentro y fuera de las aulas, destacando, en la puesta en escena, algunos de ellas y de ellos, a los que la realizadora Kateryna Gornostai (15 de marzo de 1989, Lutsk, Ukrania)  cuestiona sobre sus sentimientos y deseos, principalmente sobre la pasión de las pasiones: el amor. Un tanto tedioso y largo experimento sobre el paso de la “verde vida” a la “madurez emocional”. Las entrevistas y las vivencias, cuasi infantiles de los jóvenes, me recordaron lo expresado por Carlos Gurméndez, sobre el amor pasional: “La búsqueda de amor que lleva a cabo el joven es una manifestación activa, energía del poder íntimo de la pasión, una etapa  dolorosa necesaria para completar su desarrollo psíquico.”

 

Ensayo de un crimen (México, 1955) de Luis Buñuel, con Miroslava, Ernesto Alonso.

Érase un niño que llegó a adulto con un complejo de culpa, sintiéndose criminal, y que por razones misteriosas logró superarlo. Si de experimentos se trata, trascribo dos comentarios de la entrevista que le hicieron José de la Colina y Tomás Pérez Turrent a Luis Buñuel, para su libro “Luis Buñuel. Prohibido asomarse al interior”. Tomás Pérez Turrent: “En Ensayo de un crimen hay dos fetiches muy reconocibles: La caja de música y el maniquí”. Luis Buñuel: “La caja de música ya estaba en la novela. El maniquí lo inventé yo. Tal vez soy un precursor de los consumidores de muñecas de goma que se venden en las tiendas de ofertas eróticas”. José de la Colina: “El fin de Ensayo de un crimen es irónico, o por lo menos ambiguo”. Luis Buñuel: “Me han criticado mucho ese Happy end, Pero es un poco como el final feliz de Susana. Archibaldo tira la cajita de música al lago, se va caminado y encuentra a Lavinia. Su primer impulso -el instinto criminal- es matarla, pero se arrepiente, la toma del brazo y se van felices. Ahora bien: el espectador puede preguntarse qué va a suceder con Lavinia. Posiblemente Archibaldo la mate una hora después. Porque en realidad nada indica que él haya cambiado”. A menos que no triturar al grillo y tirar su bastón indiquen lo contrario.