“Mil” variaciones y un tema

Por enésima ocasión mis artículos se refieren a la invasión rusa a Ucrania: la guerra de Putin, en los que a menudo incluyo comentarios sobre América Latina y el Caribe. En el escenario de una guerra, que anuncia la desintegración del viejo orden mundial y la aparición de uno nuevo en el que, dice el decano de la Universidad China de Hong Kong, Zheng Yongnian, “los países rebosan de ambición, como tigres que miran a su presa, deseosos de encontrar cualquier oportunidad entre las ruinas del viejo orden”.

Al lado de Estados Unidos -con Europa en el cabús- como Occidente, China y Rusia, habría que anotar como potencias a la India y Turquía en esta rebatiña por sitios en el nuevo orden mundial que se está configurando. Igualmente, a otros actores nacionales, regionales y continentales: ¿Latinoamérica y el Caribe entre ellos?

Me referiré al papel que tendría nuestra región en el nuevo tablero geopolítico del mundo, pero antes me detengo en las conversaciones sostenidas entre representantes de Rusia y de Ucrania el lunes 28 de marzo, que nos situarían en el “aquí y ahora” de la guerra y en su futuro previsible.

 

¿Señales positivas en las conversaciones Rusia-Ucrania?

Así lo ha dicho el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky al referirse a las conversaciones celebradas en Estambul el lunes 28 de marzo, entre representantes de ambos países. Bajo la mediación del presidente turco Recep Tayyip Erdogan, un personaje de peso internacional significativo y que mantiene estrechas relaciones con ambos contendientes.

Aunque no es tiempo aún de echar las campanas al vuelo, las propuestas que se han puesto sobre la mesa son, en mi opinión, realistas y quizá realizables: Moscú ofreció, “para aumentar la confianza mutua, reducir drásticamente las operaciones militares en las áreas de Kiev y Chernihiv -norte de Ucrania.

De vital importancia son las propuestas de Ucrania: una Ucrania neutral, sin armas nucleares y renunciando a alianzas militares; es decir, a la OTAN. Kiev, sin embargo, buscaría como garantes internacionales de su seguridad, a Estados Unidos, China, Francia, Reino Unido -miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU-, Alemania, Polonia, Turquía, Israel y Canadá. El país tendría la opción de incorporarse a la Unión Europea.

Desde el inicio del conflicto, estando muy consciente de la profunda, ruidosa indignación que producía en Putin el cerco de la OTAN a Rusia y, sobre todo, la pretensión de Kiev de integrarse a esa alianza militar, opiné en mis artículos y en mis conversaciones sobre el tema, que Kiev debería renunciar a tal pretensión; pero en cambio -añadí- tener la opción de integrarse a la Europa comunitaria. Lo que le exigirá un ejercicio de “diplomacia florentina”, consciente yo, que la Unión Europea es un club de muy difícil acceso; y que, por otro lado, Putin no celebraría tal acceso.

Se concretarían, también, acuerdos sobre la península de Crimea, que Moscú se anexó, así como sobre los territorios de la región del Donbass, de ucranianos rusófilos, desgajados de Ucrania y controlados por Rusia. Kiev habló, por primera vez, de negociar el estatus de Crimea, pero en un período de 15 años, y habló también del Donbass, que no trataría de recuperar por la fuerza.

Según el ministro de asuntos exteriores turco, los “progresos significativos” hacen pensar en la posibilidad de que los cancilleres ruso y ucraniano lleguen e suscribir un acuerdo en presencia de Zelensky y Putin. Una reunión que el presidente ucraniano viene proponiendo y Putin, hasta hoy, rechaza. Pero si las negociaciones conducen a la paz, quizá se lleve a cabo.

Si bien Erdogan tiene que estar comprometido a fondo en una negociación que, de progresar le dará réditos políticos, la primera reacción estadounidense, en boca del secretario de Estado Antony Blinken es de escepticismo, aunque añadiendo que “si Ucrania considera que hay avances, nosotros aceptaremos lo que diga”.

Esto que he escrito tiene fecha de 29 de marzo y no sé si las negociaciones conduzcan a buen puerto. Aunque ya el 30 de marzo aparece la noticia del rechazo del Kremlin a sus consejeros pacifistas.

 

Latinoamérica ¿a la izquierda?, frente a la guerra

En más de una de mis anteriores colaboraciones me referí a la irrupción de la izquierda, de la “Marea Rosa”, en los gobiernos latinoamericanos e hice un recorrido, que actualizaré en un recorrido relámpago, por la región, identificando a los regímenes ya en el gobierno y a las personalidades y partidos de izquierda, que previsiblemente serán gobierno.

Hice notar, sin embargo, que el retorno de la “Marea Rosa” no es tan evidente, porque los votantes, ¿la mayoría?, no necesariamente dan su apoyo a la izquierda, aunque voten por ella, sino expresan su rechazo al gobierno en funciones, castigando al oficialismo, rechazando a las élites hegemónicas y votando por algo distinto, sea de izquierda o de derecha. En el entendido de que las opciones de centro son impopulares.

En un veloz repaso de los gobiernos de izquierda en América Latina y el Caribe, comienzo con los impresentables: Cuba, que no se decide a dar el paso a la democracia política y la economía de mercado, Venezuela y su asignatura pendiente de elecciones libres, y Nicaragua, de retorno a la dictadura, como la de los Somoza, víctima de una pareja de asesinos.

En Centroamérica, Honduras, Xiomara Castro ha prescindido del acedo socialismo de Hugo Chávez -que siguió en su momento Mel Zelaya, marido de Xiomara- se ha acercado a Estados Unidos y postula el “socialismo democrático”. Está pendiente la segunda vuelta de los comicios para presidente de Costa Rica, a celebrarse el 3 de abril y en las que compite el centro izquierdista José María Figueres.

América del Sur tiene gobiernos de izquierda en Perú, cuyo presidente, Pedro Castillo, carente de rumbo, vive “a salto de mata”, víctima de intentos de defenestrarlo por el Congreso, Bolivia, bajo la presidencia de Luis Arce, delfín, distanciado, de Evo Morales, Chile y su flamante mandatario Gabriel Boric, y Argentina, donde el presidente Alberto Fernández gobierna bajo el permanente asedio de Cristina Fernández de Kirchner, la vicepresidenta que intenta ejercer, con éxito, una suerte de Maximato callista sobre el mandatario.

Alberto Fernández, López Obrador y Lula -si triunfa en la elección presidencial de Brasil- deberán, según lo propone el mandatario argentino, encabezar un movimiento continental de izquierda, “en pos de una mejor calidad democrática”. Yo, por mi parte, propondría incluir en el grupo a Gabriel Boric, un izquierdista auténtico, hábil, carente de rencores, incluyente. Quizá, también, si triunfa en los comicios, al colombiano Gustavo Petro, por el peso de su país y la presunción juris tantum de su autenticidad y habilidad política.

Respecto a la política exterior de México, he señalado reiteradamente nuestro compromiso, por solidaridad y por conveniencia, con Centroamérica, y el imperativo de avanzar en los proyectos de cooperación con Estados Unidos, con vistas al desarrollo del sureste mexicano y de los países del Triángulo del Norte: Guatemala, El Salvador y Honduras.

Una diplomacia inteligente -que exige profesionales de la diplomacia- concertaría proyectos de cooperación que encabezara, por Estados Unidos, la vicepresidenta Kamala Harris, y requeriría, desde luego la negociación-presión con el gobierno corrupto de Guatemala, el torpe y pretencioso del salvadoreño Nayib Bukele y la cooperación, seguramente en “buena vibra”, de Xiomara Castro, la presidenta hondureña.

La diplomacia mexicana -profesional- podría dar nuevo impulso, con Chile, a la Alianza del Pacífico, la plataforma comercial hacia Oriente, que ha funcionado de manera excelente. Sus otros miembros son Perú y Colombia; es decir la izquierda, previsiblemente también en Colombia.

Un gobierno mexicano de izquierda podría, quizá, convencer a Cuba de dar el salto a la democracia y a la economía de mercado sin dejar de ser, por ello, un país socialista. Asimismo, nuestro gobierno podría contribuir al diálogo entre gobierno y oposición de Venezuela, como se echó a andar hace poco en México -y el impasse puede y debe superarse.

En el tema venezolano y quizá en otros, México debería hacerse acompañar de la diplomacia española y, con ella, de la diplomacia de la Unión Europea, hoy encabezada por el español Josep Borrell, con empatía hacia América Latina. De nuevo -siempre- con diplomáticos mexicanos profesionales.

América Latina y, por consiguiente, sus gobiernos de centro izquierda y de izquierda se enfrentan al imperativo de pronunciarse sobre la guerra en Ucrania y lo que se ha notado es una multiplicidad de reacciones, unas derivadas de la reflexión, otras, de la ignorancia. En otras palabras, la “Marea Rosa” latinoamericana carece de una posición común.

México ha condenado la invasión rusa a Ucrania y ha votado -e incluso presentó con Francia un proyecto de resolución- en la ONU en el mismo sentido. Sin embargo, ha habido algún comentario no afortunado del presidente que desluce el planteamiento valioso de México. Peor aún, la creación de un grupo de amistad México – Rusia por diputados de Morena contradicen la posición mexicana ante la ONU y han dado lugar a que en el extranjero haya una mala imagen de nuestro país.

La posición de otros países latinoamericanos de izquierda ha sido en general tibia y, en consecuencia, objeto de críticas y malentendidos en el extranjero. Excepción hecha de Gabriel Boric, el mandatario chileno de verdadera izquierda, que condenó sin ambages “la invasión a Ucrania, la violación de su soberanía y el uso ilegítimo de la fuerza”, en un tweet personal, desde el 24 de febrero.

No está por demás hacer notar que los izquierdistas delirantes e ignorantes que coexisten con la izquierda inteligente, informada y auténtica en América Latina, se identifican con los personajes y partidos de extrema derecha en Europa: Eric Zemmour anhelaba en 2018 ser un “Putin francés”, Marine Le Pen se entrevistaba con el autócrata ruso, según testimonio fotográfico que hoy la francesa intenta hacer desaparecer. El líder ultraderechista italiano Matteo Salvini, se presentó en el 2015 en el Parlamento Europeo, con una camiseta luciendo la imagen de Putin. Estos y otros políticos han jugado por Rusia contra la Unión Europea, y más de uno ha recibido financiamiento de Moscú.