¡Vade retro, Satanás!

Cuando en las elecciones presidenciales francesas de 2017, Marine Le Pen se enfrentaría por primera vez a Emmanuel Macron en la segunda vuelta de los comicios, escribí un artículo sobre el tema, que intitulé ¡Vade retro, Satanás! Para hacer sonar la alarma ante el grave peligro de que la extrema derecha conquistara la presidencia de la República.

En aquel entonces, como ahora, se conjuró el peligro y la carismática Marine no llegó al Elíseo. Aunque hoy, conduciendo a las huestes de su partido, Reagrupamiento Nacional, se prepara para alcanzar una victoria en las elecciones legislativas de junio, que se traduzcan en su nombramiento como primera ministra, y obligar a Macron a gobernar en cohabitación con ella.

La ultraderecha francesa está personificada, desde hace 50 años en la dinastía Le Pen, cuando Jean-Marie, exmilitar de la Legión Extranjera francesa y padre de Marine, fundó en 1972 el Frente Nacional, un partido eurófobo -anti-Unión Europea- islamófobo, homófobo, racista y antiinmigrantes. Con reflejos antisemitas, pues el patriarca Jean-Marie relativizó los crímenes del nazismo contra los judíos y hasta llegó a negar la existencia del Holocausto.

Durante este lapso de 50 años, Jean-Marie Le Pen contendió por la presidencia de Francia en 1974, 1988, 1995, 2002 y 2007, enfrentándose en segunda vuelta, en 2002, a Jacques Chirac. Por fortuna, se encendieron las alarmas en la sociedad francesa ante el peligro de elegir a un extremista, y Chirac triunfó con más del 80% de los sufragios. Se creo, además, un frente republicano para frenar a la ultraderecha.

Las inflamadas, virulentas declaraciones antisemitas y homofóbicas del viejo Le Pen, que le valieron incluso sanciones de la autoridad, hicieron que Marine, ya adueñada del partido, lo defenestrara y expulsara de esa agrupación en 2015. Al mismo tiempo que echaba a andar un proceso de remozamiento del propio partido, que desde 2018 pasó a llamarse Reagrupamiento Nacional.

Hoy Marine, aunque derrotada en la elección presidencial, está, como dije, en campaña para las legislativas de junio, al tiempo que prosigue su inteligente labor de dar a Reagrupamiento Nacional una imagen de derecha moderada, como lo está dando de sí misma –“desdiabolizandose”, dicen los franceses. Para atraer a los franceses de centro y de derecha moderada, con vistas a futuros combates.

Lo cierto es que, al analizar la elección francesa, la periodista Rachel Dobadio escribió en The New York Times: “Macron puede conservar la presidencia, pero Le Pen ya ha ganado”. Aunque, finalmente, el triunfo de Macron “salvó” a Francia -como dicen muchos- de un gobierno de ultraderecha.

En todo caso, Marine Le Pen, su partido y sus muchos simpatizantes gozan de excelente salud política y están prestos para otras batallas. Aunque comento, para hacer más entretenido el rompecabezas lepeniano, que esa dinastía podría estar en vísperas de una guerra civil entre la joven sobrina de Marine, Marion Marechal Le Pen, que cuenta ya con una breve pero interesante historia en el parlamento francés y acaba de “traicionar” a su tía al apoyar a un candidato “más ultra”, Éric Zemmour y su partido Reconquista en la reciente elección presidencial.

 

Dormir con el enemigo

Si las elecciones parlamentarias de junio privan de la mayoría a Macron y a su partido La República en Marcha y obtiene, en cambio, esa mayoría Reagrupamiento Nacional de Marine o a la Francia Insumisa del izquierdista Jean-Luc Mélenchon, el país volvería a ser gobernado por un presidente de la República y un primer ministro pertenecientes a partidos políticos distintos y hasta contrapuestos, en un régimen de “Cohabitación”.

Francia ya ha tenido esta experiencia en tres ocasiones: la primera de 1986 a 1988 entre el presidente François Miterrand y el primer ministro Jacques Chirac; la segunda, 1993-1995 entre Miterrand y Édouard Balladour; y la tercera 1997-2002, entre Chirac y Lionel Jospin. Complejo sistema en el que presidente y premier compiten por la primacía y por no ser ninguneados políticamente; y sistema híbrido que en algunos países hace del presidente casi una figura decorativa.

Las actuales circunstancias, reveladoras de un fuerte descenso de la popularidad de Macron, hacen suponer que sus compatriotas no le regalarán la mayoría absoluta -como en su primer quinquenato- en el parlamento, lo que significa que se obligará a gobernar en “cohabitación” con un primer ministro y una asamblea que habrán de ponerle piedras en el camino.

En consecuencia, tanto la derecha de Le Pen como la izquierda de Mélenchon, buscan desesperadamente concertar alianzas con formaciones políticas afines que les den la ansiada mayoría en el parlamento, mientras otras minorías, gravemente debilitadas, intentaran sumarse a la oposición o adherirse a La República en Marcha, del Mandatario.

En la extrema derecha Marion Marechal ya se mueve con la intención de conformar una fuerte coalición de derecha, incluyendo a Zemmour y Reconquista. Lo que es visto con desprecio por Marine, que no perdona deslealtades. Pero la real politik puede hacerle perdonar y consolidar alianzas.

En la izquierda, por el contrario, parecen más fáciles los acuerdos entre Mélenchon, fortalecido en los comicios -obtuvo casi el 22% de los votos- y la Francia Insuisa, con el Partido Comunista y Europa Ecología Los Verdes. Aunque está por verse si los socialistas, destrozados electoralmente, se integran a esta posible coalición de izquierda.

Respecto a Los Republicanos, esta derecha igualmente hecha pedazos, no es remoto que, atendiendo a la oferta de Macron, de incluirlos en La République en Marche, se incorporen al carro del vencedor.

En todo caso, Le Pen y Mélenchon, probable premier ella o él, y Macron son personalidades fuertes y políticos ambiciosos. Por eso, al referirme al tema hago notar que el presidente y su primera ministra o primer ministro tendrán que “dormir con el enemigo”. Como en una famosa película de los 90, de la que tomo prestado el título.

 

Dolor de corazón y propósito de enmienda

La elección presidencial francesa dejó bien claro que el país está profundamente dividido entre segmentos cuyas ideas, sentimientos y aspiraciones de futuro son inconciliables y cuya opinión sobre sus líderes políticos desborda pasiones más que reflexión. Un cuadro este, por cierto, del que no escapa un buen número de naciones, incluido México.

Macron es consciente de la precariedad de su triunfo y dijo en su discurso de la victoria, en el Campo de Marte la noche del domingo 24 de abril, “la cólera que les llevó a votar por Le Pen debe tener respuesta”. Un mea culpa con propósito de enmienda.

Un propósuto de enmienfa que ira cristalizando en el día a día del segundo quinquenato, empezando por la designación de colaboradores del presidente, que mostrarán, para empezar, la tendencia conservadora o social demócrata del gobierno.

Por lo pronto, el presidente en su discurso del Campo de Marte, insistió en que será presidente de todos y de su compromiso de atender los legítimos reclamos de quienes, desencantados, votaron por la extrema derecha. Habló de este nuevo quinquenato y de sus valores y objetivos humanistas, ecológicos, republicanos, sociales, de empleo, empresarial, académico y cultural.

Interesa subrayar, además de la mención a un gobierno ecológico, su manifestación expresa de que los cinco próximos años de su gestión no serán una repetición de los que están concluyendo sino “la invención colectiva” de un programa de gobierno al servicio del país y de .su juventud.

Es muy importante, asimismo, que Macron se haya referido a la guerra de Ucrania, tanto para lamentar su tragedia como para declarar que Francia tiene autoridad -claridad de su voz, su fuerza- para hablar del tema.

 

El corazón de Europa

Expertos y en los medios se afirma que Macron, al triunfar en las elecciones, salvó a Europa. Porque el eje franco alemán, motor de la Unión Europea no podría seguir siéndolo con Marine Le Pen, eurófoba, aunque haya moderado su oposición a la Europa comunitaria, como presidenta de la República Francesa.

Es cierto, en efecto, que Marine Le Pen rechaza a la Unión Europea como organismo supranacional formado por Estados nacionales y sus pueblos. Acepta, cuando más, una Europa de Naciones con la soberanía intacta, que cuestiona los fundamentos del club de los Veintisite.

Es cierto, también, que la derrota de la francesa es una derrota de dirigentes de gobierno y de oposición iliberales -vale decir, contrarios, abierta o solapadamente, a la Europa comunitaria y a “la dictadura de Bruselas”. Basten, como ejemplo de tales personajes Matteo Salvini, el político italiano rabiosamente anti Unión Europea, actualmente en la oposición y el premier húngaro Viktor Orban, amigo de Putin, actualmente sancionado por Bruselas en virtud de las leyes antidemocráticas expedidas en Hungría.

Lamentablemente hay países de la Unión Europea: los de Europa Central y del Este; y quizá los balcánicos, que no aceptan la primacía de la legislación constitucional de Europa sobre las constituciones nacionales.

Se dice, en términos alegóricos, que Alemania aporta el razonamiento y Francia pone el corazón en el eje franco alemán de la Unión Europea. Lo cierto es que ambos países -y sus gobernantes- son esenciales para la supervivencia y el funcionamiento de esta Europa visionaria del siglo XXI.

Concluyo señalando que Macron, cuestionado en Francia por “su arrogancia” -un cuestionamiento que deriva, en buena medida del defecto muy latino, ¿y nuestro como ?-, ha sido un convencido e inteligente impulsor de la Europa Comunitaria, en lo económico, en materia de defensa y en política exterior, como “Europa potencia”.

Es también, quizá, el gobernante que podría seguir manteniendo el diálogo diplomático, que no debe cerrarse, con Putin. A pesar de todo.

Se afirma, fundadamente, que al menos por ahora, Macron, después de la partida de Ángela Merkel, es “el verdadero líder de Europa”.