En el mes marzo pasado se cumplieron cien años de la publicación del libro de versos Andamios interiores, poemas radiográficos, Editorial Cultura, de la autoría de Manuel Maples Arce. Esta obra dio inicio a al movimiento literario que se conoció como estridentista, que fue calificado, en el mejor de los casos, como renovador y, en el peor, como destructor de algunos mitos oficiales.
Maples Arce fue considerado como uno próceres del vanguardismo latinoamericano del siglo pasado. Como no sé mucho de poesía y de los movimientos, escuelas o corrientes literarias, me abstengo de comentar algo sobre esos temas. Sólo quiero resaltar algunos aspectos que casi no han sido mencionados con motivo del centenario.
Manuel Maples Arce nació en Papantla, Veracruz, el día del Trabajo, o sea el 1º de mayo de 1898; parte de sus estudios los hizo en su estado natal. Los profesionales los realizó en el entonces Distrito Federal.
Don Manuel, aparte de poeta, fue un jurista. Se formó profesionalmente en la Escuela Libre de Derecho. Sus compañeros de generación y sus contemporáneos se distinguieron por ser excepcionales juristas. Entre sus contemporáneos están don Javier de Cervantes, eminente abogado, historiador, elegante, siempre vestido de negro y con sombrero; don Javier Piña y Palacios, él junto con su contemporáneo don Juan José González Bustamante, en su tiempo, fueron considerado como las máximas autoridades en derecho procesal penal. Don Germán Fernández del Castillo, una cumbre del derecho mercantil y que fue rector de la Escuela Libre de Derecho. Don Daniel Escalante y Ortega, conocedor del derecho administrativo y diplomático, siempre propio y elegante.
Fue compañero de Maples Arce don José Ángel Ceniceros, autoridad en derecho penal, iniciador y director de la revista Criminalia; fue Secretario de Educación Pública en el sexenio de don Adolfo Ruíz Cortines. Anteriormente había sido subsecretario de relaciones exteriores y procurador general de la República.
Manuel Maples Arce Presentó su examen profesional para obtener el grado de abogado el 28 de marzo de 1925. Tituló su tesis: La cuestión agraria. Se desempeñó como diplomático en diferentes países.
En 1957, por razón de mi trabajo, se me indicó llevar unos documentos a don Javier Piña y Palacio, egresado y Maestro de la Escuela Libre de Derecho quien, en ese entonces, era director general Jurídico de la Secretaría de Educación Pública. Llegué al lugar que se me indicó; estaba en la planta central del edificio que se halla sobre la calle república de Argentina, entre las calles de Luis González Obregón y Venezuela, en el Centro de la Ciudad de México. Hice entrega al Maestro Piña y Palacio de los documentos que llevaba. Según me comentaron, en ese momento, se hallaba acompañado del abogado Manuel White Morquecho, que laboraba en esa Secretaría; recuerdo que también mencionaron al abogado Manuel Maples Arce. Eso me llamó la atención, por cuanto a que sabía de su trayectoria como poeta y diplomático.
En ese entonces el secretario de Educación Pública era don José Ángel Ceniceros, egresado de la Escuela Libre de Derecho. Eso explicaba la circunstancia de que laboraran en esa esa Secretaría tanto don Javier Piña y Palacio como don Manuel White Morquecho.
Fue la única vez que entreví a don Manuel Maples Arce. No hablé con él y tampoco lo saludé de mano. El recuerdo que tengo de él es borroso; si me pusieran una fotografía de ese tiempo no sabría distinguirlo.
Estas notas están encaminadas a poner de relieve que un jurista también puede ser un buen poeta; no sólo eso, también hacer aportes revolucionarios en ese campo.
No volví a ver don Manuel. Leo que murió el 16 de julio de 1981, en esta ciudad de México. Su obra, contenida, principalmente, en su pequeño libro: Andamios interiores, lleva como subtítulo: Poemas radiográficos.
La ciudad insurrecta de anuncios luminosos,
flota en los almanaques,
y allá de tarde en tarde,
por la calle planchada se desangra un eléctrico.
El insomnio, lo mismo que una enredadera,
se abraza a los andamios sinoples del telégrafo,
y mientras que los ruidos descerrajan las puertas,
la noche ha enflaquecido lamiendo su recuerdo.
El silencio amarillo suena sobre mis ojos.
Prismal, diáfana mía, para sentirlo todo!
Yo departí sus manos,
pero en aquella hora
gris de las estaciones,
sus palabras mojadas me señalaron el cuello,
y una locomotora
sedienta de kilómetros la arrancó de mis brazos.
Hoy suenan sus palabras mas heladas que nunca.
Y la locura de Edison a manos de la lluvia!
El cielo es un obstáculo para el hotel inverso
refractado en las lunas sombrías de los espejos;
los violines se suben como la champaña,
y mientras las ojeras sondean la madrugada,
el invierno huesoso tirita en los percheros.
Mis nervios se derraman.
No me imagino lo que haya dicho o comentado don Miguel S. Macedo, maestro de derecho penal del poeta y entonces rector de la Escuela Libre. Me refería don Manuel Herrera y Lasso que don Miguel siempre era propio, seco y muy poco dado a las bromas y, mucho menos, a las de sus alumnos. Pero estoy seguro de que alcanzó la comprensión y hasta palabras de elogio de su profesor de derecho constitucional: don Emilio Rabasa. Éste, en su juventud había hecho poesía a la manera de los románticos de su tiempo. De este gran Constitucionalista y Maestro ya hablé en otra ocasión; de su poesía tal vez lo haga en otra entrega.