El pasado 25 de marzo, la SEMARNAT lanzó un comunicado de prensa que tituló: “¿DÓNDE ESTABAN LOS PSEUDOAMBIENTALISTAS CUANDO HACE AÑOS EMPEZÓ LA VERDADERA DEVASTACIÓN DEL SURESTE DE MÉXICO?”.

E inicia su comunicado diciendo: “El gobierno de la Cuarta Transformación trabaja en la remediación del desastre socioambiental que permitieron y promovieron administraciones pasadas para perpetuar el beneficio de unos cuantos por encima del bien común”.

No entiendo cómo hay quienes parecen no tener miedo a preguntar ciertas cosas.

Esta práctica de decir “¿y dónde estaban cuándo…?” que hoy se ha puesto tan de moda para deseacreditar las opiniones sobre la 4T -y, de pasada, esquivar los argumentos de fondo que la sana crítica plantea-, no lo dude, tiene sus peligros.

Piense el lector si no hay riesgo en preguntar “¿crees acaso que soy pendejo?”; y, a la esposa: “¿me engañas con otro hombre?”, o al jefe: “¿de veras me cree usted güevón?. Cuántas veces -coincidirán conmigo- no es mejor quedarse con la duda, que enfrentar la respuesta.

Pero, si en lo individual es peligroso andar preguntando, en política lo es más. Por ejemplo, “¿Ya me perdiste la confianza y quieres revocar mi mandato?”; o, preguntarle a la Madre Tierra “¿quieres que te pase por encima  un tren por toda la Península de Yucatán, eso sí, sin derribar un solo árbol?”; o, consultar al pueblo “bueno y sabio”: “¿Quieren cancelar el Metrobús en Durango?” “¿Quieres cancelar una inversión de más de 600 millones dólares de la planta cervecera de Mexicali?”, “¿Quieres cancelar el aeropuerto de Texcoco?”. En este delirio, sólo faltaría preguntar: “¿Qué más quieres que destruyamos juntos?”; así la Cuarta Destrucción(4D) avanzaría en caballo de hacienda. En toda pregunta yacen dos peligros: uno, en recibir la respuesta equivocada; otro, que nos digan la verdad lisa y llana.

Ahora la SEMARNAT, tirando a la basura una oportunidad más de quedarse callada, María Luisa Albores, la tercera encargada de la dependencia en tres años, es quien lanza en su comunicado (la muy ingenua), la retadora pregunta: “¿Dónde estabanlos pseudoambientalistas cuando hace años empezó la verdadera devastación del sureste de México?”.

Bueno, pues, ya que lo preguntan, les voy a decir en dónde estaba yo, simplemente porque me consta:

En los años noventas andaba elaborando el Libro Blanco, junto con Alejandro Encinas, a la sazón Secretario del Medio Ambiente del GDF, para establecer los índices de contaminación atmosférica (IMECAS) en la Ciudad de México, en la época en que caían muertos miles de pajaritos en el gran Valle de México; andaba clausurando la planta refinadora de plomo de Peñoles, en Torreón, Coahuila, por contaminar la sangre de cientos de niños; andaba confiscando miles de litros de leche adulterada (leche Betty), que se repartía con fines de proselitismo electoral, encabezados por el luchador social Martí Batres. Éstas, y muchas otras andanzas me tuvieron muy ocupado en las postrimerías del siglo XX.

Ya en el presente siglo, me anduve jugando la vida en el desalojo de las invasiones en la Reserva de Montes Azules (sin derramar una gota de sangre y sin un solo disparo); anduve en Río Frío, consignando talamontes en un operativo en el que fuimos atacados con armas de fuego y abatido a tiros un joven abogado, agente de la Procuradiría de Justicia del Edomex.

¿En dónde andaba yo en esos años, me preguntan? Pues andaba clausurando el Hotel Riu en Cancún, que había violado todas las normas posibles en materia ambiental; andaba declarando la alerta ambiental por las descargas de aguas negras de la Bahía de Acapulco; clausuraba en el mismo puerto la invasión de la Zona Federal Marítimo Terrestre de un hotel del Grupo Vidanta (el mismo que ahora contrata abogados sin licencia para litigar en Houston, Texas). En fin, sería largo contarles en dónde he andado los últimos 30 años, luchando en diversos ámbitos por evitar la devastación ambiental, y, también, tratando de explicarles -como ahora con el presente artículo- a quienes no tienen idea de lo realizado por los muchos que somos y que ahora llaman “pseudoambientalistas”: actores, deportistas, científicos, especialistas ambientales, todos ciudadanos sinceramente preocupados por la destrucción ambiental.

¿Qué no saben en dónde andaban José Sarukhán, Julia Carabias, Víctor Lichtinger o Gustavo Alanis? ¿Qué no saben dónde andaban Emmanuel, Alex Lora, Eugenio Derbez o Bárbara Mori? ¿No saben lo que hacían por el medio ambiente Raúl Anguiano, Francisco Toledo, Ricardo “El Finito” López o Ernesto Canto? Pues son ellos, y muchos más, los que hasta hoy han luchado por evitar la destrucción de la selva del sureste mexicano; los que se oponen a las energías contaminantes; los que denuncian la aberración de declarar Área Natural Protegida a las 14 mil hectáres de la cuenca salobre e inerte del Lago de Texcoco.

Hasta aquí he tratado -poniendo en riesgo mi modestia por hablar de hechos personales- de responder a la pregunta de la SEMARNAT lanzada erga homnes (o sea, a todo el que se dé por aludido), y he intentado dibujar un horizonte de los protagonistas defensores del medio ambiente de los últimos años.

Y ahora yo les pregunto: ¿Y ustedes qué han hecho en más de tres años de gobierno por resolver, o al menos detener, la devastación ambiental? ¿Saben qué? Lo que no sabemos es dónde están USTEDES, aquí y ahora.

Si las consultas han servido para destruir aeropuertos, industrias, selvas y humedales, durante su gestión y sin consulta de por medio, han dejado en la inanición presupuestal a la SEMARNAT, a la PROFEPA, a CONAFOR, y han desaparecido la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas y Cambio Climático, al Instituto Mexicano de Tecnología del Agua… y las que les faltan.

Más grave aún: ahora, por si fuera poco, “la devastación ambiental” -como ustedes la nombran en su comunicado-, goza de afirmativa ficta (aprobación automática) gracias a un pomposo acuerdo, del 22 de noviembre del 2021, en cuyo Artículo Segundo ordena:

“Se instruye a las dependencias y entidades de la Administración Pública Federal a otorgar la autorización provisional a la presentación y/u obtención de los dictámenes, permisos o licencias necesarias para iniciar los proyectos u obras a que se refiere el artículo anterior, y con ello garantizar su ejecución oportuna, el beneficio social esperado y el ejercicio de los presupuestos autorizados.”

Este acto de gobierno es lo que los juristas llamaríamos gobernar de facto (de hecho), y no de iure (de Derecho).

Y concluyo con la siguiente reflexión: no niego que el País esté enfermo de tiempo atrás, lo que me preocupa es que el médico que lo atiende sea capaz de curar o, al menos diagnosticar la enfermedad. Hace poco -les platico-, llegó a mis manos un ingenioso y certero chiste: “Compré hace tres años un coche y, desde entonces, no lo he lavado. Está muy sucio, pero la culpa la tiene el dueño anterior, porque así me lo vendió”.

No justifiquemos, pues, los errores del presente, con los errores del pasado. Quienes defenestan a los activistas ambientales, les aconsejo: estudien, fórmense su propio juicio y actúen como verdaderos servidores públicos que buscan el bien común. No repitan irreflexivamente los dicterios en contra de los pronuciamientos ambientalistas; eviten ser como los perros del Filósofo de Güemes, quien decía: “Sólo el perro de adelante sabe por qué los de atrás ladran”. En suma: pongan en “off” la mañaneras, y denle “on” a sus cerebros. Verán qué rico se siente.

El autor es ex procurador Federal del Medio Ambiente.