El abstencionismo activo ante la consulta de revocación de mandato tuvo exitosas repercusiones. Se puede afirmar que la estrategia opositora le cambió la jugada al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, contribuyó al debilitamiento de su ejercicio ratificatorio y le forzó a emprender una “campaña del descaro” para mitigar el tamaño de su derrota. No es poca cosa que haya fracasado la gran maniobra política de la mitad del sexenio de quien, hasta hace unos meses, monopolizaba la agenda política de México. Además, dicho traspiés se amplificó al embonarse con el desechamiento de la Ley Bartlett ocurrido una semana después.
Una de las reglas de la estrategia indica que, si puede, una fuerza debe eludir la confrontación cuando un adversario más poderoso ha determinado el escenario de batalla y lo ha hecho asegurándose las condiciones más ventajosas. Como quedó claro en los hechos, la consulta de revocación de mandato no nació como demanda de una parte de la ciudadanía. La idea de la consulta surgió desde Palacio Nacional como una estrategia de dominio político, con previsibles intenciones transexenales. Desde el Ejecutivo se presionó para que se expidiera la ley respectiva, se redactó la pregunta sesgada que contendría la boleta, se presionó a una servil Suprema Corte para que la validara y se ordenó la recolección de firmas para cumplir el requisito formal.
Para ser ratificado con bombo y platillo, el inquilino de Palacio Nacional fijó la meta de 40 millones de votos, cantidad prevista en la lógica de superar el umbral que el texto constitucional exige para que estos ejercicios tengan validez (40% del electorado) y considerando que, a los sufragios obtenidos en la elección presidencial (30.1 millones), deberían sumarse otros 10 millones producto de su “exitosa gestión”. Para alcanzarla, contaba con sus “grandes logros” de gobierno, su popularidad, el apoyo de los partidos de la coalición gobernante, la maquinaria electoral sufragada con recursos públicos (servidores de la nación), la operación del clientelismo electoral basada en el uso indebido de recursos públicos y con su incesante promoción personalizada. La ambiciosa meta se desagregó en cuotas que se debían cubrir por estado de la República, con la participación de las dependencias del gobierno federal, los gobiernos estatales y los ayuntamientos afines. Fueron algunos boquiflojos operadores de esta estrategia quienes ventilaron públicamente el dato de los 40 millones de votos (uno de ellos, no el único, fue el senador con licencia Félix Salgado Macedonio. Además, personas del círculo cercano confirmaron esa meta a condición del anonimato).
Con el campo, el momento y las reglas de la contienda definidos de manera que ofrecieran ventaja al Presidente de la República, el plan oficial esperaba que la oposición se embarcase en el intento de sacarlo del cargo, con lo que se demostraría que los opositores eran golpistas y que él era una víctima que solo podía ser rescatada “por el pueblo”. Una oposición beligerante lanzada en pos de la revocación, además de legitimar el ejercicio, difundiría la consulta despertando el interés del público y calentaría los ánimos para que los simpatizantes del gobierno redoblaran la movilización. Pero, contrariando el plan de AMLO, la oposición coincidió mayormente en abstenerse ante la revocación de mandato, lo que descolocó la estrategia oficial. Ante la falta de una competencia, se impuso el desinterés y la denuncia de que, más que democracia participativa, la consulta era una maniobra política.
La idea del abstencionismo activo surgió de la ciudadanía y de organismos de la sociedad civil, comenzó a concebirse desde la consulta para el supuesto “juicio a los expresidentes” y se consensó a través de las redes sociales (véase la columna de este autor publicada el 31 de julio del 2021 en el portal de etcétera). De manera informal y paulatina, fue asumida por los partidos de Va por México y por la mayoría de la abigarrada y difusa oposición, salvo algunas personas y pequeñas agrupaciones.
La decisión opositora fue estratégica. En los hechos, ésta aplicó una de las orientaciones del general, estratega militar y filósofo Sun-Tzu, quien vivió hace 2 mil 500 años en China. En su conocida obra El arte de la guerra, expuso que una de las claves del triunfo es “evitar al enemigo poderoso” mientras las condiciones le den ventaja. Además, en la determinación opositora se concretó otro consejo del estratega (cuya obra es utilizada lo mismo en la política que en la administración de negocios), que consiste en “irritar al enemigo poderoso y fomentar su egoísmo, si tiene un temperamento colérico y es arrogante”.
Pronto se vio que las previsiones y la meta de AMLO eran demasiado optimistas. Los 30.1 millones de votos no están escriturados, la gestión no ha sido exitosa, la popularidad nunca se traduce automáticamente en votos, ni el aparato de clientelismo electoral funciona como espera su creador. A principios de febrero, el Presidente de la República dio la orden de que se redoblaran los esfuerzos para sacar buenos números en su ratificación, sin limitarse por la ley ni por ninguna consideración ética. Él mismo dio la muestra violando con flagrancia y contumacia tres prohibiciones constitucionales que le impedían difundir propaganda gubernamental para influir en los electores, promover el voto en su favor e invadir las funciones del INE en la promoción de la consulta. La que pasará a la historia política de México como “la campaña del descaro” incurrió en violaciones graves y dolosas a los principios constitucionales. Tuvo como piezas estelares la frase lacayuna de los senadores de Morena con la que invistieron al presidente como “encarnación de la Patria, la Nación y el Pueblo”; el descarado activismo de sus gobernadores y de los integrantes del gabinete presidencial, la participación de los generales de la Sedena y la Guardia Nacional en la campaña proselitista; la multimillonaria, ilícita y ofensiva campaña publicitaria y, sobre todo, la coacción del voto como operación de Estado y el acarreo de electores en niveles industriales.
En fin, un López Obrador confundido por la ausencia de contrincantes, compitiendo contra sí mismo, con un comportamiento colérico y arrogante, actuó a la desesperada para elevar artificialmente la estadística de participación. Pero tales esfuerzos no tuvieron sino magros resultados: la ciudadanía lo desairó, la participación solo llegó al 17%, la meta de 40 millones se esfumó, lo mismo que la mitad de los votos que AMLO obtuvo en 2018 y ni siquiera alcanzó la votación de su coalición partidista en la elección intermedia del año pasado.
El Fracaso Nivel 2 de la llamada 4T, que arrojó la consulta revocatoria del 10 de abril, es un digno corolario del éxito de la estrategia de abstencionismo activo con el cual la oposición la enfrentó.
Twitter: @rafaelhdeze

