Reseña crítica de Adriana Romero-Nieto
Presentación de La hija del fotógrafo de Claudia Duclaud
Fecha y lugar: sábado 23 de abril, 16:30, en el WTC
La rebeldía femenina es objeto de desdoro y fascinación. A aquellas que se atreven a desafiar los roles de su género, esos que la sociedad patriarcal les ha asignado, se les asocia con peligro, pecado, conflicto y desventura, pero también con estupor y apetencia. Son una encarnación de lo prohibido; y, lo vedado, como se sabe, atrae con la misma excitación electromagnética que provocan las corrientes libres en los procesos físicos de los metales. Pero tal vez también por ello, se les suele asignar a los márgenes, a un lugar limítrofe donde se coloca lo que no se comprende o no se sabe qué hacer con ello.
Así, pues, Julia, aparente personaje central (explico esto más adelante) de La hija del fotógrafo, publicado recientemente por Harper Collins México, inserta en “una familia enorme en la que abundan la progesterona y el melodrama”, se comporta en la novela de Claudia Duclaud como un imán o fuerza de atracción que revoluciona, no sin pagar un precio, comportamientos que de tan arraigados, también tan caducos y malsanos. Y es que es a través de ella, ciertos patrones, heredados de generaciones y contextos, en la novela se rompen o se desdoblan. Sin embargo, si se lee con cuidado, Julia es en realidad un personaje descolocado para la sociedad en la que se desenvuelve: desde esposa en un matrimonio sin amor, hasta amante de su jefe. Vuelta así, en cierto sentido, objeto utilitario o herramienta, como el imán mismo que no ejerce su poder si no se le aproxima algún otro metal, del verdadero protagonista de esta historia: el machismo enraizado.
La trama inicia ¾con cierta inspiración en la intrincada estructura narrativa de una de las mejores novelas en Latinoamérica, Cien años de soledad del muy conocido García Márquez, donde personajes de diversas tesituras, ascendencias se entrecruzan para dibujar un enorme árbol genealógico¾, con un narrador en tercera persona, con la infancia de Matilde (madre de Julia), donde las hijas reciben azotes por desobedecer y “el honor de la familia, de su apellido, eran tan importantes”; pasando por la vida de Regina (abuela paterna de Julia), adolescente que huye de casa con el primero amor, luego se convierte en mujer engañada y al final en una rica esposa de un médico que hace fraude; así como también atraviesa la obsesión y autocastigo de Beatriz (abuela de Julia) por cumplir la obsesión de su esposo Emilio por tener un hijo varón y pasa, al igual, por la historia personal de Juan (padre de Julia e hijo de Regina) que se libera de las exigencias de una clase social con la que no se identifica. Un mosaico de personajes femeninos y masculinos que se amoldan, para sobrevivir, a las circunstancias y a su época.
En cuanto a las mujeres, al principio ellas orbitan, quieran o no, alrededor de estos planetas masculinos y cambian o modifican su comportamiento en función de hacia dónde giran ellos. Volviendo a los personajes ya mencionados y por sólo, mencionar algunos: Lorenza, esposa de Camilo, al inicio se resigna a vivir en la pobreza; Regina al inicio perdona la indiferencia y las infidelidades del primer marido; Beatriz, esposa de Emilio, pare y pare hijas con la esperanza de dar con el niño; Paula (hermana de Matilde y tía de Julia) se vuelve en la novia intimidada y esclavizada de Enrique. No es sino hasta después de flotar un rato alrededor de los hombres, que algunas de ellas despiertan y deciden tomar en sus manos su propio destino.
Pero, como todo sistema disfuncional, el machismo también deja una huella en los personajes masculinos: aquellos que se vuelven esclavos de su aparente obligación de proveer como Camilo (padre de Regina), violinista fallido que deja la música para convertirse en zapatero y se avergüenza de que su esposa deba lavar ajeno, o de Jerónimo (segundo esposo de Regina) que a pesar de ser médico se envuelve en un fraude con una farmacéutica con la esperanza de ganar el amor de su esposa y darle a su familia una vida de lujos; o los que ven en la infidelidad un motivo de orgullo, como Alfredo, primer esposo de Regina que tiene una segunda familia y que no ve nada malo en ello; o que, una vez más, como Emilio, se sienten en la obligación de poblar al mundo de más hombres porque “Los verdaderos machos engendran machos […]” o como, Enrique, novio celoso y controlador de Paula a quien, en una evidente manipulación, le advierte: “A paso veloz te toma exactamente nueve minutos ir de la puerta de tu casa al estudio, así que me llamas justo antes de salir y nueve minutos después voy a llamarte para asegurarme de que ya llegaste […]”. Todos ellos se convierten, pues, en víctimas y victimarios, sin ser, posiblemente, ¾quiero darles el beneficio de la duda¾ muy conscientes de lo primero.
Y, heredera de todo este universo intrincado, Julia. Nieta de Beatriz y Emilio, por vía materna y de Regina y Alfredo, por vía paterna, nacida, como la autora, en un año bisiesto, descendiente de fotógrafos y de zapateros y, sobre todo, de Matilde y Juan, un par de padres astutos con las cuentas y el dinero que le pudieron pagar así, una educación privada y de cierto privilegio, además de poseedora de una belleza que muchas veces le sirve, otras tantas, le estorba. Con esa cualidad de atracción, la historia personal de Julia, conforme avanza la narración, se vuelve protagonista ¾pero, insisto, protagonista desde los márgenes¾ y el narrador, pasa de la tercera a la primera persona.
Una mujer que, después de leer su genealogía, con la que muchas nos identificamos, ¾nosotras que somos dignas hijas de un machismo que nos cala hasta los huesos, pero, a su vez, también dignas hijas de las sufragettes de Seneca Falls y de aquellas tantas feministas y mujeres robles que nos precedieron¾ nos invita a desafiarnos, a mirarnos con honestidad a cada una de nosotras. Y es que Julia tiene claro que somos consecuencia de los aciertos y errores de generaciones, a los primeros deberemos, como imanes, atraerlos, a los otros repelerlos. Porque, aunque sea a trompicones y desafíos, es urgente el continuo hurgar en nosotras mismas, en rebelarnos (con B) o revelarnos (con V) para pasar del daguerrotipo a algo más que una fotografía, una imagen fija. Con toda certeza seremos, como Julia, repudiadas o admiradas, sin puntos medios, pero no cesemos en nuestra lucha por convertirnos en alguien más que “la esposa de”, “la nieta de”, La hija del… fotógrafo.