Introita Disgresión Lizaldiana
Eduardo Lizalde, “El Tigre”, le canta a su amante, “La Tigra”, su pasión diaria en despedida. Nos hace imaginar su tenida entrega placentera, cuando el despido es para salir a sobrevivir, después de los espasmos, cuando el felino sale en busca de nutrientes afrodisiacos, para continuar a diario el rito de los adioses y llegadas. El mitológico viejo carnívoro-rumiante (*), ruge y muge, especie en extinción, Tigre Salvaje de caza y Toro Bravo de lidia, símbolos del poder sexual y la fertilidad, después de haber sido cazado y estoqueado, después de haber “follado” y “picado” y disfrutado, repito, a diario, la carne y los humus de la joven amante insaciable, para hacerla gozar y gozarla, sabiendo que queda Tigre-Toro para el segundo tercio y para el último, para el indulto, por su bravura y nobleza.
La poderosa deidad Tigre-Toro alegoriza la juventud perdida, llena de actitudes romántico-simbolistas, propias de la poesía absoluta, explicada por Michael Hamburger. Es la esencia misma del loco amor desesperado, del viejo amante que pierde su potencia y que, surrealistamente, le canta a la abstracta amante, complacida y complaciente.
Finalmente, el Tigre-Toro, despidiéndose a diario, retoma el cotidiano hecho repetido. Nuevamente, la amada es admirada y redescubierta, en carne y hueso; en pensamiento y obra. El acto sexual pasa a segundo término. El recorrido diario, quizá el último, lo hace apasionadamente, a sus casi 93 años. El Tigre-Toro, divinidad pagana, resiste a la pérdida de la potencia sexual, pero sigue comiendo carnes-vegetales y, por qué no, bebiendo vino tinto y encarnando vida amor y poesía, como la CAZA MAYOR: Mujer, todas las noches te digo ven… (“Te recorro a diario, con ojos, tacto, amor, como un país al que también a diario indescriptiblemente se olvida y se descubre y donde exilio, doble ausencia de un dios, es el amargo antes del trago.”).
Buñuel: Una odisea del destructor. La Destrucción y el Humanismo
De acuerdo con Eduardo Lizalde, parte esencial de todo proceso revolucionario… es la destrucción implacable de las formas caducas de vida. En el arte, es la crítica de las concepciones morales, filosóficas, políticas y estéticas… El crítico, afirma Eduardo Lizalde, debe saber descubrir cuándo un artista o una corriente artística están eludiendo las tareas importantes de la destrucción revolucionaria y sustituyéndolas por una crítica de apariencia ultrarradical que, en el fondo, se ocupa de una destrucción ya consumada social y culturalmente. Yendo al grano, Eduardo Lizalde escribió que Luis Buñuel cuenta la destrucción entre sus pasiones principales y tiene la idea clara de lo que representa en el cuerpo del humanismo esta rejuvenecedora técnica de Atila, refiriéndose primero a lo que Buñuel mismo dijo sobre este problema y, luego, a las discrepancias de interpretación que sus películas producen y, sobre todo, lo que consiguen… en el terreno de la destrucción revolucionaria.
Eduardo Lizalde estableció que se trata de determinar, concretamente, qué manifestaciones de la cultura son histórica y estéticamente válidas y cuáles no, problema más importante, según él, que plantea la obra cinematográfica de Luis Buñuel, en el sentido de que Buñuel hace una crítica revolucionaria hacia adelante. Eduardo Lizalde transitó, sin quitar el dedo del renglón, de sus comentarios sobre Nazarín (“Buñuel se encuentra menos satisfecho que sus críticos de los resultados humanos de Nazarín”) a sus comentarios sobre Viridiana: Prueba palpable de su insatisfacción es esta: Viridiana (cita a Emilio García Riera: “Viridiana es un suerte de Nazarín femenino”); Buñuel cubrió su pasión expresiva insatisfecha refilmando Nazarín, puliendo y repuliendo sus mismos conflictos interiores: la caridad, el bien, la rebeldía fracasada, en una tierra sin salida, el dogma divino de la salvación, la purificación por el robinsonismo religioso, el matrimonio del cielo y el infierno, el frentazo de la propia filosofía idealista con la realidad que la niega, etc.
El tigre saltó sobre el demoledor, para decir que se continuó, perfeccionando el personaje y sus dilemas. Lo citó: “denunciar la triste condición de los humildes sin embellecerlos”. Para Eduardo Lizalde, Nazarín estaba embellecido, deshumanizado como símbolo de la perfección que era… Demasiado puro para ser hombre y demasiado humano para ser dios.
El tigre saltó sobre el demoledor, para decir que Viridiana corrige y aumenta la edición del personaje que le da vida. Es más oscura y ordinariamente inconforme que Nazarín. Absolutamente bella, mediatizada por su condición de mujer en un paraje feudal, incapacitada para disfrazar su fascinación carnal, terrenalizada por su condición física y biológica, más pura y más impura que Nazarín, urgida de mayores cuidados personales, para la preservación de su absurda castidad de provinciana enferma, devota sin la más mínima resquebrajadura sobrenatural, limitada y alienada por los clásicos tabúes sexuales. Viridiana se convirtió sin remedio en la réplica salvajemente humana de Nazarín. Nazarín es ajeno a la presencia de una mujer deseable y semidesnuda. Viridiana se consterna ante la sola inocua aparición de las ubres de una vaca.
El tigre saltó y volvió a saltar sobre el demoledor, una y otra vez, diciendo: “Y con Viridiana, Buñuel destruye en grado superior. La destrucción y el humanismo llegan aquí al clímax de la revuelta buñueliana, con independencia de la violación por el mendigo y la entrega final. Con independencia también de la parodia que los mendigos, multiplicados como el pan y los peces, hacen de la Última Cena de Da Vinci…”
El tigre saltó y volvió a saltar sobre el demoledor, una y otra vez, diciendo: “Buñuel superó estéticamente (lo que incluye humanamente, en este caso) su Nazarín. Más difícil será que Viridiana produzca el efecto ambiguo y la actitud conciliadora que provocó aquella. Viridiana está muy cerca de la liberadora y total blasfemia revolucionaria, y no me refiero a la blasfemia contra lo religioso, sino, en general, a la blasfemia contra la sublimación de lo antihumano, contra todo lo que rebaja y envilece al hombre.
Lo que sea y como sea, el salto del tigre sobre el demoledor es de una reverencia irreverente, propia de un depredador crítico que, como Blas de Otero (Escribo como escupo), afirmó que Buñuel filmó como escupía, con la misma virulencia esplendorosa del poeta español… Por esto y más: ¡Tigre, tigre, sigue saltando, en tu casa, en la caza mayor!
Acaso de 69 años, como el autor del presente texto, como la misma edad de la quijotesca, vetada y proscrita, revista Siempre, tigra salvaje, vaca brava, indomables.


