Todo apunta que las corridas de toros y las peleas de gallos tienen sus días contados en México. Una suspensión definitiva concedida en un amparo impedirá las corridas en esta Ciudad de México. Una resolución de la Segunda Sala de la Suprema Corte, apuntan en el sentido de las corridas de toros y las peleas de gallo no son en sí un valor susceptible de ser protegido y salvaguardado como lo pretendía hacer el gobierno del estado de Nayarit.  Ambas actividades, en las que se maltrata y sacrifican animales, con el tiempo, pudiera estar prohibidas.

La suspensión definitiva otorgada por un juez de distrito en este mes de junio es un golpe serio al negocio de la tauromaquia. Estaba echada a andar la próxima temporada en la Plaza de la Ciudad de México. Seguramente había toreros contratados, bonos y boletos vendidos. Todo se vino abajo. La resolución que emitió la Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia pudiera ser la puntilla que dé fin a las corridas que se dictó esta semana, dada la calidad de quien la emitió, pudiera ser determinante de su destino.

Las corridas de toros tienen más partidarios que las peleas de gallos. Sus argumentos son los mismos que se invocaron en Cataluña y que aún se invocan en España, para evitar que se prohíban en el resto del territorio de ese país: la desaparición de una raza de animales única y la pérdida de fuentes que dan trabajo a un sin número de personas: ganaderos, caporales, toreros, novilleros, ayudantes, plazas, vendedores y demás. También se afirma que la desaparición implicará la extinción de una manifestación cultural que es propia y representativa de las naciones de habla hispana. Hay otros argumentos.

Quienes defienden las peleas de gallos son menos, aunque quienes se dedican a criar esas aves, los que organizan los encuentros y elaboran los útiles necesarios, pudieran ser de igual número de los que están dedicados a organizar las corridas de toros.

Son mucho menos los que se dedican a la organización de peleas de perros. Por implicar un acto de barbarie, por lo general, están prohibidas. Son menos los defensores de ese tipo de actividades.

Hace algunos años, bajo el pretexto o con razón de protegerlos, se prohibieron los actos en los circos en los que participaban animales. Dieron la cara las sociedades protectoras de animales. Éstas, al pretender hacer un propio juego, hicieron el de los grandes monopolios de salas de cine. Eran ellos los que sufrían una competencia desleal por la presencia temporal de los circos en una plaza. Uno de los principales motivos que movían a los padres a llevar a sus hijos a los circos era el que conocieran los elefantes, leones o tigres. Desapareció ese atractivo y el interés en asistir a las funciones.

Por el lado que se vea, las corridas de toros implican el maltrato de animales que sienten y sufren. Ello independientemente de su bravura y belleza.

El hecho de que en una corrida se les agreda con banderillas y otros instrumentos para provocar su bravura es una negativa a la afirmación de que es una raza única y producto de siglos de selección. Lastimar a esos animales no puede ser considerada más que un acto de salvajismo que no es propio de una sociedad civilizada. Hacer que sufra un animal es atentar contra los valores de seres civilizados, como se entiende que son los humanos.

También son censurables, y con mayor razón, las llamadas “corralejas”, que se organizan en algunos países de América del Sur; en ellas, aparte de las banderillas, del acoso multitudinario; frecuentemente se pone fuego a los cuernos de los toros. Éstos, en su desesperación, corren descontrolados y espantados. Es inadmisible infligir esa clase de tormentos a unos animales y hacerlo por diversión.

Los jaripeos, en los que el montador está expuesto a un mayor peligro, si no fuera por el uso de las espuelas que lastiman a los animales, pudiera ser una actividad más permisible. En ellos los jinetes corren graves riesgos. Frecuentemente, cuando no se adoptan las medidas protectoras, pierden la vida o quedan lisiados de por vida. En muchos estados de la Unión Americana esas montas están permitidas.

Todo acto por virtud del cual se cause dolor o sufrimiento a un animal es contrario a los valores que son propios de gente civilizada. Al parecer en México serán los tribunales, no las leyes o el legislador, los que pondrán alto a esa forma de barbarie.

La de los toros era una característica de la cultura priista. En el constituyente de 1917 algunos legisladores puritanos, que deseaban cambiar las costumbres broncas de los mexicanos, propusieron su eliminación; esos mismos se inclinaron en el sentido de que México adoptara una política antialcohólica; porque el estado combatiera el consumo de sustancias que envenenaran al individuo y por la supresión los juegos de azar. Tuvieron éxito en parte. Prueba de ello son la fracción XVI del artículo 73 y el último párrafo del artículo 117 de la Constitución Política.

En esta materia terminaron por imponerse los revolucionarios broncos, los de origen campesino, los amantes de la charrería y de las corridas de toros. Los gobiernos priistas fueron los defensores y aun promotores de las corridas. Hubo presidentes que se dejaron ver en las corridas y las charreadas.

Al parecer en el gobierno morenista están prevaleciendo los adversarios a las corridas de toros y de las peleas de gallos. “No somos iguales”, gusta decir AMLO. Al parecer uno de los rasgos que los hacen diferentes es la animadversión que un importante sector de Morena tiene hacía los toros y las peleas de gallos. Si esto es cierto, pudiéramos estar ente el fin de la tauromaquia y de todo lo que huela a hacer sufrir a os animales.

También pudiera ser el fin de la importación de los gallos de pelea cubanos y españoles. Todo está cambiando. La cultura de protección de los animales está terminando por imponerse. Ahora la acción de las sociedades protectoras de animales pudiera enderezarse a promover amparos para impedir las corridas en las principales plazas de la república hasta alcanzar las resoluciones suficientes para integrar jurisprudencia.

El mes de junio será recordado como el mes en que se inició el fin a la tauromaquia.