Poderes de machos, ¿y el poder suave?

La lucha brutal entre poderes dispuestos a imponerse en la esfera internacional tiene en la guerra de Ucrania un escenario ideal: la brutalidad soviética, asesina, que se ceba sobre el pueblo ucraniano. La respuesta occidental, con Estados Unidos a la cabeza, la Unión Europea presente y la OTAN resurrecta. El mandatario ucraniano, Volodimir Zelenski, asumiendo al principio un papel protagónico digno de aplauso, pero que hoy se le ha subido a la cabeza.

El escenario de estas nuevas -o redivivas- hegemonías es también, ¡por supuesto!, de China, que para muchos es ya la primera potencia mundial, aunque la guerra de Ucrania esté dando impulso a la hegemonía de Washington. A Pekín, en su caso, la defensa de Occidente a la integridad territorial de Ucrania le aconseja mantener la prudencia en sus aspiraciones de integrar a Taiwán como parte del territorio del antiguo Imperio del Centro.

Igualmente, protagonistas en esta rebatiña de hegemonías son Turquía, cuyo territorio tiene un excepcional valor geopolítico, en la encrucijada de Europa, Asia y Medio Oriente. Asimismo, en Medio Oriente, el eje Israel, monarquías árabes del Golfo y Marruecos, que impulsa Estados Unidos, se perfila como actor importante en el escenario mundial. Finalmente, India, país protagonista clave de la Estrategia Indo-Pacífica, una alianza democrática contra China, da lugar a que los expertos comenten que aquella -Delhi- nunca ha sido tan poderosa internacionalmente como lo es en la actualidad.

¿Y cuál es la presencia de América Latina y el Caribe, el “Extremo Occidente” que dijera Alain Rouquier? Casi ninguna, porque hoy como ayer la región carece de líderes políticos ya no digamos visionarios, ni siquiera pragmáticos -hoy mismo desperdicia la oportunidad de dialogar, como región de peso, con Biden, mandatario de apertura, en la Cumbre de las Américas. Porque la región es víctima de una plaga de politiqueros incultos, rijosos y cortoplacistas.

¿Y qué decir del Reino Unido, en cuyo imperio, tomando prestada la constatación que tanto ha enorgullecido a los españoles al hablar de la España de Carlos V y Felipe II, podemos decir que “nunca se ponía el sol”? Que se ha jibarizado, que hoy mismo, gracias el Brexit renunció a la Unión Europea, y que, para muchos efectos, ya no es Europa. Que hoy, para colmo de males, el Reino es escenario de la lucha de su bufonesco primer ministro, Boris Johnson, quien para sobrevivir políticamente agita la amenaza de una guerra comercial con Bruselas, con la Europa comunitaria.

 

En una isla diminuta, miserable, en un rincón lluvioso de Europa

Así descrito por la actriz británica Emma Thompson, cuando legítimamente se indignaba contra los políticos demagogos y la población mezquina e ignorante que lanzaban al país al pantano del Brexit, este Reino Unido celebra hoy los 70 años de reinado de Isabel II, su jubileo de Platino, entre expresiones jubilosas y de afecto -y ternura- de la abrumadora mayoría de sus súbditos: el 98% de los ingleses son pro-monárquicos.

Los cuatro días, a partir del 2 de junio, del jubileo en honor de esta reina de 96 años, quien por su avanzada edad y frágil salud no pudo estar presente en todos, incluyeron el desfile, Trooping the Colour, de 1400 soldados escoltando el carruaje en el que ella viajaba acompañada por miembros de la familia real, la ceremonia de acción de gracias en la catedral de San Pablo, el Derby en Epsom Downs, la Fiesta de Platino de la BBC y el Gran Almuerzo del Jubileo.

La Fiesta de Platino de la BBC contaría con la mítica banda Queen, con Adam Lambert como vocalista, inaugurando el evento, con artistas como Alicia Keys, Andrea Bocceli y Duran Duran, Diana Ross, Elton John a través de una grabación, David Beckham y David Attenborough, entre los nombres de lujo de un evento inolvidable.

Hay, sin embargo, al lado de tanta alegría un toque de tristeza al pensar muchos que este será probablemente el último jubileo que celebre Isabel, la última vez que el pueblo verá a su reina, quien con 21 años apenas, prometió servir a sus súbditos por toda la vida y lo está cumpliendo. Claro que la esperanza de los esperanzados no muere y creen que esta Isabel cumplirá 106 años y celebrará su jubileo de Roble.

Lo cierto es que esta reina de “fin de época” contribuye a legitimar –“a encarnar”- a la monarquía en estos tiempos difíciles para el Reino. Como De Gaulle -dice Philippe Bernard- pudo en la V República encarnar tal legitimidad histórica.

El desafío para el trono y para la reina, es en el corto plazo, aunque no se quisiera, preparar y echar a andar la sucesión. Que, en principio está asegurada con el príncipe Carlos, de 73 años, heredero del trono quien, dice la analista Agnes C. Poirier, ejerce ya “una regencia que oculta su nombre”, pues Isabel ha iniciado un reposo forzado por su avanzada edad y su frágil salud, desde el pasado otoño.

No sin hacer notar que el heredero no es el miembro de los Windsor más popular: Según las encuestas, lejos de la reina, que es la más popular, se encuentra el príncipe Guillermo, Kate su esposa y Eduardo, el hijo más joven de la reina, y es hasta el quinto lugar de las preferencias populares donde aparece Carlos.

 

¿Y la vida personal de la reina?

El servicio a su país deja en una nebulosa la vida privada y los sentimientos de la reina Isabel: su matrimonio, enamorada, con el hombre atractivo, irónico, impertinente, infiel, que la acompañó hasta hace dos años, cuando él falleció, y quien se resignó, a pesar de su vanidad, al rango de príncipe consorte de la reina. Los disgustos graves que le dio su tercer hijo, Andrés, ¿el predilecto?, su amistad con el depravado Epstein y la estúpida depravación de este Andrés, que “tiene el juicio de un conejo, como Enrique VIII” -diría John Carlin- y obligó a la reina a “borrarlo” de la familia real en los actos públicos.

El caso de Diana afectó a la reina, quien al suceder el accidente mortal de la princesa y de su amante, reaccionó desapareciendo del escenario público y provocó reacciones de sorpresa y disgusto de los muchos británicos que querían a la princesa esposa de Carlos. Hasta que Isabel, convencida por Tony Blair, entonces primer ministro, retornó de su retiro, rindió homenaje a la difunta y dio a entender que se había retirado con sus nietos, los pequeños hijos de Diana y Carlos, que necesitaban calidez y ternura.

El caso, por último, de su nieto Harry, casado con la estadounidense Meghan Markle, arribista y despótica, que convenció al falto de juicio e influenciable de su marido, de abandonar Inglaterra, irse a vivir a Estados Unidos y “vender su marca de nobles”, comenzando con una entrevista a Oprah Winfrey, dañina para Buckingham, pues Meghan declaró, entre otras cosas, haber sufrido agresiones, verbales, racistas de alguien de la familia real. La pareja ha vuelto en visita cordial a Londres, a participar en el jubileo de la reina.

Más podría comentarse de Isabel y sus relaciones familiares, sociales y políticas. Me concreto a decir que de las audiencias semanales que la reina acostumbra a celebrar con los primeros ministros, quizá las más desagradables hayan sido con Margaret Thatcher, arrogante y de quien se dice que trataba a la monarca, jefa del Estado, como su igual.

Me abstengo, en esta ocasión, de hablar de las audiencias con el actual premier.

 

La jefa de Estado

Conforme al derecho constitucional, en los regímenes parlamentarios, monarquías o repúblicas, el jefe de Estado tiene esencialmente facultades de forma y ceremoniales, mientras que el jefe de Gobierno: presidente o primer ministro, es quien gobierna.

En vista de ello, la tarea de Isabel II se circunscribe a actuaciones formales, como abrir las sesiones del parlamento y representar al Reino Unido ante otros Estados nacionales y, en su caso, Organismos internacionales. Isabel, sin embargo, ha ejercido, con la discreción y sutileza de su personalidad y estilo, funciones trascendentes, que bien pueden considerarse de gobierno.

Todavía como princesa, pronunció un discurso que pretendía apoyar al virrey de la India, Lord Mountbatten, para llevar a buen fin el proceso de independencia de ese país, concluido en 1948. Un proceso traumático que, dicen los expertos, inició el fin del Imperio británico, pero dio principio a la Commonwealth -Mancomunidad- que se formaliza en 1949 en comunidad de cooperación política y económica. Y lidera Londres. La reina Isabel ha hecho, desde siempre, su esfuerzo más inteligente y apasionado para fortalecer la Commonwealth, que hoy todavía cuenta con catorce “coronas”, entre ellas, Canadá, Australia, Papúa Nueva Guinea y la isla de Santa Lucía.

Sobre el particular dice el historiador Robert Lacey: “A través de ese instrumento llamado la Commonwealth [Comunidad de Naciones], que ha sido la gran obra de la reina durante estos 70 años, 45 naciones se han independizado bajo su enorme influencia. Eso nos ha dado un enorme poder suave que nunca habríamos tenido”.

Por eso digo God save the Queen, a esta gran reina, aunque lo sea de un imperio desdentado.