Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años…”

Don Quijote de Orson Welles (España, 1992), película inconclusa de Orson Welles, montada por Jesús Franco, con Orson Welles, como él mismo, Francisco Reiguera, como Don Quijote, Akim Tamiroff, como Sancho Panza.

Según Peter Cowie (El cine de Orson Welles, Ediciones Era, México, 1977), el proyecto Don Quixote empezó en 1955, producido por Oscar Dancingers, guion de Orson Welles, sobre la novela de Cervantes, y fotografiado de Jack Draper. Inconclusa adaptación de la novela al cine que hasta 1992 fue terminada por Jesús Franco, director de montaje, respetando la idea original del famoso realizador norteamericano, quien había alcanzado fama mundial por la realización de El ciudadano Kane (Citizen Kane, Estados Unidos, 1940-1941).

Peter Cowie escribió: “Cervantes ha sido durante mucho tiempo uno de los autores favoritos de Welles, y es una lástima que este no haya completado, hasta la fecha, su versión cinematográfica de Don Quijote. Quedan diez minutos por filmar (la película será entonces de hora y media de extensión) y, es posible advertirlo, Welles casi tiene miedo de hacerlo. La filmación ha continuado esporádicamente desde 1955… Welles ha modificado la forma de varios incidentes y situaciones de la novela (aunque… la moraleja y el sentido de su versión son semejantes a los del original); hay que tener en cuenta también que Don Quijote y Sancho Panza eran ellos mismos anacrónicos cuando Cervantes escribió y, en la segunda parte, la gente dice con frecuencia: ¡Mira! Ahí están Don Quijote y Sancho Panza. ¡Hemos leído el libro sobre ellos! Wells ha dicho: Cervantes les dio una dimensión festiva, como si ambos fueran personajes de ficción y más reales que la vida misma. Mi Don Quijote y Sancho Panza están precisa y tradicionalmente dibujados siguiendo a Cervantes, pero son a pesar de ello contemporáneos”.

En la versión de José Franco, que acabo de ver, no se  ha incluido lo escrito por Peter Cowie: “Así uno de los episodios de la película muestra a Don Quijote en un cine, apresurándose a ir en ayuda de la heroína, amenazada por los traidores en un espectáculo, sólo para dividir la pantalla (esta es, por supuesto, la interpretación de Welles de la lucha contra los molinos); en otra, los molinos de viento de la novela reencarnan en la forma de una pala eléctrica que sumerge a Don Quijote en el fango; en otra defiende a un toro en la arena. El episodio final, todavía incompleto, muestra a Don Quijote y a su escudero que sobre viven, aparentemente incólumes, a un cataclismo atómico”.

Ninguna de las secuencias anteriores, reitero, aparecen en el montaje de José Franco (111 minutos) que acabo de ver. Al principio, aparecen imágenes fijas de Molinos de Viento, bajo créditos, acompañados por la música pegajosa de Daniel J. White, que será elemento acompañante de toda la película. Un corte nos permite ver un auto que recorre una carretera sinuosa, seguido de otro corte que nos permite ver el mismo auto circulando, me imagino que por Sevilla. En el auto va Orson Welles, fumando un puro. Un nuevo corte nos permite verlo filmando la ciudad, como anticipación escenográfica de las reales coreografías de las procesiones de Semana Santa, en Sevilla, y las correrías de toros, por las calles y la plaza de toros, en Pamplona, en las que Sancho Panza, buscando a su Señor Don Quijote, se involucra en las tradiciones de una España ‘contemporánea’ que no ha perdido sus vestigios religiosos (marchas católicas) y paganos (lidia de toros bravos).

El relato cinematográfica tiene un comienzo, a todas luces, clásico, al combinar imágenes, de esculturas, pinturas y paisajes de la época actual, combinadas por una voz fuera de cuadro, que resumen del Capítulo Primero, de la Primera Parte, del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra, relato perderá su clasicismo, para convertirse en una sucesión de imágenes barrocas de una aventura locuaz, no exenta de humor, de la figura patética, pero sobre todo humanista, de Don Quijote.

Voz fuera de cuadro: “En un lugar la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor… Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años: era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobre nombre de Quijano, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia, en los autores que de este escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad. Es, pues, saber que este sobre dicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso –que eran los más de año- se daba en leer  libros de caballerías con tanta afición y gusto que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza…”

La voz fuera de cuadro, tal por cual de la novela, llega a uno punto culminante de clasicismo, cuando lo leído y la viva imagen de Don Quijote, interpretado por Francisco Reiguera, leyendo las obras de caballería, sugiere que el personaje comienza a perder la cordura, al confundir la realidad con la fantasía: “… y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber de ellos, y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas intricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que ha mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura.

Nunca sabremos, a ciencia cierta, cuales habrán sido las intenciones de Orson Welles al filmar Don Quijote. Creo que sus intenciones no eran esteticistas. Probablemente eran humanistas. Lo que sea, todo lo que se diga y escriba sobre ello serán conjeturas. Hay una parte, en la película, donde Jesús Franco afirma que, para Orson Welles el personaje principal es Sancho Panza, pues él se ocupa de seguirle la corriente al Caballero de la Triste Figura, quizá por la ilusión de obtener riqueza y poder, de cuidarlo y rescatarlo del abismo en que va cayendo su ideal de Justicia social. Sancho Panza, se involucra en el mundo moderno, asombrándose de todo lo que ve, tal vez creyendo que lo que ha visto es la ínsula prometida (poder ver a la luna de cerca, a través de un telecopio, ver aviones caer abatidos por misiles), buscando a Don Quijote perdido y encontrándolo, ya completamente enfermo y desahuciado, sin haber logrado su objetivo, pero con el ánimo presto a la aventura. Don Quijote pasa por el mundo moderno como una figura fantasmal, como una figura folklórica, ante la indiferencia y el asombro de la gente,  buscando su ideal, en nombre de su amada Dulcinea, como una gesta romántica de caballerías medievales, de sacrificio y hombría.

Peter Cowie escribió que Orson Welles tenía la intención de ligar la película con un comentario y un diálogo, hablados por él. En el montaje de Jesús Franco, figura como él mismo. Peter Cowie comenta, además (no se ve en el montaje de Jesús Franco), que cuando la película se inicia Orson Welles está leyendo la novela de Cervantes, en un hotel mexicano. Patty MacCormack, una joven turista norteamericana, le pregunta qué está leyendo. Él trata de explicarle el libro en términos que un niño de nuestros días pueda entender. En el montaje de Jesús Franco, aparecen niños con Sancho Panza en pleno divertimento, jugando sin saber a qué, pero se ven alegres, quizá sin entender nada.