En su iniciativa de reforma política-electoral, Andrés Manuel López Obrador propone reformas a 18 artículos constitucionales. Puso sobre la mesa cambios mayores al régimen político, al sistema de partidos y a las instituciones electorales. Ojo, no digo que todas sus propuestas sean positivas o incluso realizables. Hablo de que algunas me parecen interesantes y las apoyo, otras me generan dudas y a varias me opongo, pero su presentación sacudió a las burocracias partidistas y a los grupos que controlan al INE y al TEPJF.
La oposición descalifica la iniciativa presidencial, catalogándola de un intento de retorno a los años de la hegemonía priísta, para destruir las instituciones de la democracia y acabar con la pluralidad. No creo que ese sea el objetivo del Presidente, por la sencilla razón que no lo podría realizar, porque carece de la mayoría calificada de dos tercios para aprobar ésta o cualquier otra reforma constitucional. Ni los partidos representan auténticamente a la sociedad, ni el INE es perfecto. Siempre existen aspectos que pueden mejorarse.
La propuesta de López Obrador es compleja. Respecto a los cambios en la forma de elección de los integrantes de las cámaras del Congreso de la Unión, no sólo propone reducir su número, apunta hacia en sistema bipartidista, porque el método de listas estatales para elegir diputados y senadores, en el corto plazo y mediano plazo, concluiría en dos polos políticos-electorales. Al final, el PVEM, el PT y una parte del PRI se integrarían a Morena; el PRD y la otra parte del PRI se fusionarían con el PAN. Movimiento Ciudadano permanecería. Si el bipartidismo funciona, al final terminaría sumándose a alguno de los polos.
No es la primera ocasión que México tiene un sistema bipartidista. Desde la consumación de la Independencia hasta la llegada al poder de Porfirio Díaz, existieron dos polos: liberales y conservadores. Durante la Revolución Mexicana reinó el caos y los conflictos políticos se arreglaban a balazos. De 1929 a 2000, el PRI mantuvo el poder, pero desde finales de la década de los años setenta del Siglo pasado, el Gobierno impulsó la pluralidad controlada. En 1988, esto acabó. Carlos Salinas intentó una suerte de bipartidismo con el PAN, hasta que en 1997, el PRD también ganó posiciones de poder.
AMLO propone un bipartidismo con reglas democráticas, donde cada polo dispute realmente la conducción del país, no una competencia simulada como la hicieron en cinco sexenios el PRI y el PAN. Esto beneficia a dos: Morena y PAN. Se parte del supuesto que México es un país socialmente plural, pero políticamente bipartidista. ¿Será?
Para que el bipartidismo tenga futuro tendría que reunir por lo menos cuatro características: a) Que cada polo quiera derrotar al otro, no eliminarlo; b) Respeto a las reglas del juego democrático, c) Unidad en las tareas de Estado, disputa en las formas de gobierno y d) Rechazo a la injerencia de factores reales de poder y del crimen organizado. Eso pienso yo, ¿usted que opina? La política es de bronce.
@onelortiz