Criatura de la Guerra Fría

La Organización del Tratado del Atlántico Norte -OTAN, NATO, en inglés- creada por el Tratado del Atlántico Norte o Tratado de Washington, que se firmó el 4 de abril de 1949 y es un sistema de defensa colectiva, en el cual los Estados que lo integran se obligan a defender a cualquiera de sus miembros en caso de que sea atacado por una potencia externa.

La Guerra Fría hizo de la Organización trasatlántica, a fin de cuentas, una alianza militar, instrumento de “disuasión” -amenaza- de Estados Unidos y, en el cabús, Europa Occidental, más Canadá, del “Mundo Libre”, a la Unión Soviética y sus satélites, y a China. Lo que tuvo que dar lugar a la creación del Pacto de Varsovia, el acuerdo de cooperación militar, suscrito el 14 de mayo de 1955 en la capital polaca y del que formaron parte la URSS y sus satélites, siendo observadores China, Norcorea y Mongolia.

El equilibrio de poder (Balance of Power) estaba servido.

Adicionalmente a sus miembros europeos y de Norteamérica, la OTAN cuenta con los llamados Socios globales, que gozan de ciertos privilegios en materia de cooperación militar. Entre estos Socios se encuentran Australia, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda, invitados a la cumbre de la Alianza trasatlántica que acaba de concluir en Madrid, que da testimonio de la estrategia transpacífica que quiere echar a andar la OTAN.

También Colombia es, desde mediados de 2018, Socio global de la OTAN. Extraña asociación de un país -como Latinoamérica a excepción de Cuba- ajeno al enfrentamiento Este-Oeste y que no se encuentra en el Atlántico Norte. Aunque en 2008 Bogotá participó con expertos militares en acciones de la OTAN en Afganistán; y además, como lo recordé en mi artículo anterior, en esta nuestra revista, sobre el presidente electo Gustavo Petro, Colombia ha sido desde siempre, aliado incondicional de Estados Unidos.

Es poco sabido que en 1954 la Unión Soviética propuso unirse a la OTAN, lo que fue rechazado por los miembros de la Alianza, lo que era comprensible: la URSS no era una democracia, sino una brutal dictadura gobernada por sátrapas herederos, por así decirlo, de Stalin. Sin que esta afirmación signifique que Occidente: Estados Unidos y Europa estaban “libres de pecado”. Luego vino el Pacto de Varsovia, que ya mencioné.

El período de poco más de 45 años de Guerra Fría la OTAN actuó como fuerza disuasoria frente al bloque socialista, al tiempo que se desarrollaba en ambos bloques una retórica agresiva, que en Occidente se tradujo en auto elogio al “Mundo Libre” -en realidad un mundo no exento de dictaduras, violaciones de derechos humanos y bolsones de pobreza intolerable- y en un rabioso anticomunismo.

Por otro lado, en 1958, todavía en el período de la Guerra Fría, el presidente francés Charles De Gaulle, protestó por el liderazgo de Estados Unidos en la OTAN, propuso que fuera dirigida, en términos de igualdad, no solo por Washington, sino también por Francia y el Reino Unido, y al no tener respuestas favorables, el mandatario galo sacó a Francia de la Alianza. En un período que fue de 1966 a 2009.

La Posguerra o la Agonía

El bloque del Este -la URSS y sus satélites- se desintegró, pero la Alianza Trasatlántica no solo se mantuvo, sino extendió su presencia militar hacia el Este, en los países excomunistas del desaparecido bloque soviético: República Checa, Hungría, Polonia, Bulgaria, los Estados bálticos, etc. Lo que ha sido motivo de indignación de Putin y una de las razones que arguye para invadir Ucrania.

Putin afirma que Estados Unidos incumplió lo acordado entre Gorbachov y James Baker, secretario de Estado de George Bush, de que la OTAN no avanzaría “ni una pulgada” hacia el Este, una vez que Gorbachov aceptó la unificación de Alemania y su entrada a la OTAN.

George F. Kennan, distinguido político e internacionalista estadounidense en la época de la Guerra Fría, escribió a este respecto: “… expandir la OTAN sería el error más fatídico de la política estadounidense posterior a la Guerra Fría… que inflamará las tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas en la opinión rusa… habrá de restaurar la atmósfera de la guerra fría…”.

Pero, al fin y al cabo, como había concluido la Guerra Fría, la OTAN languidecía y era víctima de las declaraciones de Donald Trump en vísperas de su presidencia, calificándola de “obsoleta”. Tiempo más tarde, John Bolton, ex consejero de seguridad nacional del mencionado presidente, comentaría en un libro de su autoría que Trump “estuvo a milímetros de sacar a Estados Unidos de la OTAN”.

El presidente francés Emmanuel Macron también se refirió a la OTAN en términos negativos, declarando a The Economist, un mes antes de una reunión en Londres, por el 70 aniversario de la Alianza, en diciembre de 2019, que ésta se encontraba en “muerte cerebral”. Duras palabras, que fueron muy criticadas, pero revelaban una realidad innegable.

Porque, como decía Gérard Araud, diplomático retirado y hoy analista del diario francés Le Pont: “¿Cuál podría ser el futuro de una alianza sin enemigo, impreparada, además, para luchar contra las verdaderas amenazas que enfrentaba Europa: el terrorismo, el cambio climático y la migración incontrolada?”

Putin, sepulturero fallido

La guerra de Putin contra Ucrania ha tenido una sola consecuencia favorable al autócrata en relación con la OTAN, su “bestia negra”, cuyos avances hacia el Este e implantación en países satélites de la antigua Unión Soviética lo enfurecen: que el presidente ucraniano Volodymir Zelensky, declarara, triste y resignado, que su país no se incorporaría a la Alianza. Y nada más.

Pero esta, que, en la post Guerra Fría, se encontraba en crisis, en “muerte cerebral”, según la brutal expresión de Macron, revivió ¡gracias al amo del Kremlin!, cuya iniciativa, precipitada según más de un analista, de invadir Ucrania encendió las alarmas de guerra y la indignación en Occidente; y el miedo, porque, cito de nuevo a Arnaud, “no hay mejor ‘pegamento’ para una alianza, que el miedo compartido, ese miedo que reavivó la agresión rusa a Ucrania.

Como pocas veces cohesionados, la Unión Europea y Estados Unidos -Biden, ya no el irresponsable Trump- se olvidaron de Rusia como potencial “socio estratégico” según lo que se consideraba factible en la reunión de la Alianza, en Londres hace 12 años, y condenaron a Moscú por su guerra de agresión a Ucrania que ha causado sufrimiento y destrucción indecibles, violando el derecho internacional humanitario.

Al mismo tiempo, los países occidentales, decidieron fortalecer su Alianza Trasatlántica y extenderla a otros espacios geoestratégicos, en un “enfoque de 360 grados”: Asia Pacífico, pero también el sur, vale decir el norte de África, -y Ceuta y Melilla ¡bajo el paraguas protector de la Alianza!, el Sahel y Medio Oriente. Un enfoque de 360 grados que Javier Solana, ex secretario general de la Alianza, llama OTAN global y previene de que dividirá al mundo en bloques enfrentados.

La OTAN aborrecida por Putin, indignado ante la multiplicación de los tentáculos de la Alianza en los antiguos países del bloque comunista, no se extendió a Ucrania, pero sí a Finlandia y Suecia, que hicieron a un lado su neutralidad proverbial y han solicitado incorporarse a la Alianza, lo que fue aceptado por los 30 Estados miembros del órgano, aunque ello debe ratificarse por los parlamentos nacionales de cada Estado.

Este nuevo descalabro, grave, sufrido por Putin, no solo implica más países del entorno occidental de Rusia que se incorporan a. la OTAN, sino que, con el ingreso de Finlandia, las fronteras de la Alianza con Rusia, de 1215 kilómetros actualmente añaden 1300, lo que significará una frontera de 2515 kilómetros.

En síntesis, la Guerra de Putin, como la llamo no dio cuenta de Ucrania, contra lo que probablemente creía el presidente ruso, aunque ha producido destrucción y sufrimientos, no se sabe hasta cuándo. Dio lugar, además, al renacimiento de la OTAN y a una atmósfera de enfrentamiento, por hoy retórico, pero quién sabe para mañana.

Rusia pasó del socio estratégico de Occidente a Estado paria en manos de un irascible dictador.

El éxtasis madrileño

La guerra sin fin que inició Rusia invadiendo a Ucrania el 24 de febrero de este año, tuvo que marcar en todos los aspectos, a la cumbre de la OTAN, que se celebraría en Madrid el 29 y 30 de junio. En ella habría de tratarse también la adhesión de Suecia y Finlandia, así como las relaciones con China.

En el llamado Concepto Estratégico, documento clave para la Alianza, aprobado en Madrid, se define a Rusia como la “amenaza más significativa y directa” para la seguridad de los aliados, al tiempo que se aborda por primera vez a China y los desafíos que plantea Pekín. “rival sistémico”, para la seguridad, los intereses y los valores de los aliados. Los documentos también afirman que el cambio climático es “un desafío definitorio de nuestro tiempo”.

Queda claro que Rusia es el enemigo inmediato de los países de la Alianza, de la Alianza, en tanto que China puede serlo en el mediano plazo. Asimismo, como lo mencioné más arriba, lo decidido en Madrid fue una estrategia en clave geopolítica, de 380 grados, por la que la Alianza -vale decir aunque sea reiterativo, su condición militar- estará presente, tanto en Europa del Este como en el área del Indo-Pacífico y África -Magreb y Sahel- y Medio Oriente.

Bien dice Javier Solana -también repito su aserto- que esta OTAN global dividirá al mundo en bloques enfrentados. Como en la Guerra Fría. Desde luego, reaparecen las expresiones de autoelogio: “las democracias” frente al resto del mundo; y -tomo prestada la expresión de Biden, pero no solo dirigida a Putin y a Europa- de que en lugar de tener una Europa -el mundo- finlandizado, neutral y pacífico, construimos un mundo otanizado, de alianzas militares.

La OTAN reaparece más poderosa que nunca.

 

Banalidades madrileñas

La recepción y cena espléndida en el magnífico Museo del Prado, que ofreció España -los reyes y el presidente de Gobierno y su esposa- a sus invitados, jefes de Estado y de Gobierno y el secretario general de la OTAN, seguramente dio oportunidad de hacer diplomacia, pues los diplomáticos más de una vez tratamos cosas importantes en tan banales encuentros.

También dio ocasión, gracias a la indiscreción de los fotógrafos, de que observáramos, divertidos, a los personajes vedetes de la política internacional: al premier italiano, Mario Draghi sentado en una mesita y hablando por teléfono. Después nos enteraríamos de que debió abandonar Madrid precipitadamente por urgencias políticas.

Observamos, caminando apresuradamente, para detenerse de pronto, observar largo tiempo un cuadro y conversar con alguien, al primer ministro británico Boris Johnson, caricaturesco pero cultísimo, que hablaba sobre alguna pintura a alguno de sus pares.

Vimos, en fin al presidente de gobierno español Pedro Sánchez, feliz, “triunfal” y a su esposa Begoña Gómez, elegante y en cordial, empática conversación con un sonriente Joe Biden.

El título Agonía y Éxtasis de este articulo es un recurso retórico y para nada alude a Miguel Ángel, biografiado en la novela de Irving Stone.