AMLO es un costal de mañas. Lo hemos constatado una y otra vez. Para él la política es el arte de engañar y de inventar distractores. Lo hace cada vez que es sorprendido en una mentira, exhibido en un error o fracasado gravemente. No es una novedad. Mentir, con todas sus letras, es su modo de hacer política y de distraer. Ese ha sido su sistema para permanecer en ella. Lo ha hecho a lo largo de su vida. Lo inconcebible es que una y otra vez caemos en sus engaños.
En su actuación como político y en lo que va de su sexenio, se la ha pasado mintiendo e inventando distractores. Me imagino que mientras viaja en avión, en su camioneta o camina, va pensando en cómo distraer a la opinión púbica para el caso de que sea sorprendido mintiendo o incurra en un error político. Una vez que encuentra el tema, lo apunta; cuando llega a su departamento en Palacio Nacional, lo pone en su buró y, en el momento oportuno, lo saca y lo hace público. Todo lo anterior viene a colación a raíz de su nueva “puntada”; la que tiene que ver con la militarización de la Guardia Nacional.
Él está enterado de que la Guardia Nacional es una institución netamente civilista. Lo sabe por cuanto a que firmó el decreto de 28 de marzo de 2019, por virtud del cual ordenó se publicaran las reformas al artículo 21 constitucional que, en su parte relativa, dispone lo siguiente:
“Las instituciones de seguridad pública, incluyendo la Guardia Nacional, serán de carácter civil, disciplinado y profesional…”
La naturaleza civilista de la Guardia Nacional la ratifica otro precepto que él mismo ordenó publicar: el artículo 73 constitucional; éste, con pésima redacción, dispone que el Congreso de la Unión tiene facultad:
“XXIII. Para expedir leyes que, con respeto de los derechos humanos, establezcan las bases de coordinación entre la Federación, las entidades federativas y los municipios; organicen la Guardia Nacional y las demás instituciones de seguridad pública en materia federal, de conformidad con lo establecido en el artículo 21 de esta Constitución; así como la Ley Nacional sobre el uso de la Fuerza, y la Ley Nacional de Registro de Detenciones”.
A estas alturas del sexenio no nos puede salir con que no lee lo que firma o que ya se le olvidó lo que disponen esos preceptos.
AMLO también sabe que está obligado a cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanan. No puede negar que así lo prometió al tomar posesión de su cargo; todos fuimos testigos de que lo hizo. Habiendo hecho lo anterior, por qué ahora sale con que:
“… enviará un acuerdo esta semana para que la Secretaría de Defensa Nacional (Sedena) quede a cargo de la Guardia Nacional. Voy a mandar un acuerdo para que ya por completo la Guardia Nacional dependa de la Sedena y esperaremos el resultado de la reforma.” (El Financiero, lunes 8 de agosto en curso).
Cuál es la explicación a eso que, aparentemente, es un despropósito jurídico. Es muy simple: es un distractor a la exhibida, que llega a encuerada, de que fue objeto en Coahuila y en los Estados Unidos de América.
En Coahuila, quiso “lucirse” como benefactor y mostrar que está preocupado; lo hizo a costa de la tragedia minera que implica la desaparición de diez obreros de una mina de carbón. Una mujer, esposa de uno de los mineros desaparecidos, con lagrimas en los ojos, le dio las gracias por tomase una foto con ella y por haberse aprovechado de sus lágrimas y de la tragedia que sufren. Eso duele.
No es todo. En los Estados Unidos le dieron una encuerada más. Ahora corrió a cuenta de Jarerd Kushner, el yerno de Donald Trump. Él, en sus memorias de reciente aparición, reiteró que AMLO, cuando Trump le “tronó los dedos”, no sólo obedeció las ordenes que le dieron; hizo algo más: se agacho, usando el término en un sentido erótico. Nadie se agacha para atrás.
En ese entonces, para no acatar las ordenes que le dieron, no invocó la soberanía nacional. Diligentemente, tal como se lo ordenaron, puso en la frontera veintiséis mil soldados.
AMLO, ante esas dos “encueradas” en público, para distraer la atención de los mexicanos, inventó otra “acción valiente”: militarizar la Guardia Nacional. Todos se fueron con la finta.
Señores comentaristas y editorialistas, en este momento lo que hay que saber y, en su caso, censurar es: ¿AMLO pretendió o no aprovecharse y sacar beneficios de la tragedia de los mineros coahuilenses? La otra pregunta ¿AMLO, en violación de nuestra soberanía se agachó ante Trump? De esto, y no de la militarización de la Guardia, es de lo que hay que hablar.
Lo de la militarización, con amparos se vendrá abajo. Lo de la reforma para incorporar la militarización en la Constitución, no va a pasar. De expedirse el acuerdo con el que AMLO amenaza a la sociedad civil, puede ser impugnado a través de dos vías: el amparo y la controversia constitucional. La experiencia ha demostrado que los jueces de distrito, en defensa de la Constitución, son más confiables que los supuestos ministros de la Suprema Corte de Justicia; también lo son en lo relativo al otorgamiento de la suspensión y, finalmente en la concesión de amparos.
De ser impugnado el acuerdo por la vía de la controversia constitucional, AMLO sabe que cuenta con la Suprema Corte de Justicia para negar la suspensión y para declarar la constitucionalidad del acuerdo, a pesar de los evidentes vicios que contiene. Es un hecho que, por virtud de la intervención de la Corte, a largo plazo, se puede desvirtuar la acción de los jueces de distrito.
No importa. Llegado el caso, cuando la Corte resuelva la controversia constitucional que se intente y, en su caso, se declare la constitucionalidad del desmedido acuerdo presidencial, AMLO ya habrá perdido parte de su poder. Para el año 2023, México se hallará en plena efervescencia electoral o, para el 2024, ya habrá presidente electo. Esperemos que éste, si es de Morena, a pesar de los favores que le deba a AMLO, dé un vuelco a la política militarista.
La acción demoledora de instituciones emprendida por AMLO y su 4T no reconoce límites. La ley, las instituciones democráticas, la división de poderes, los escasos recursos presupuestales, no son obstáculos a su acción. Todo es depreciado, anulado o prostituido con un fin: satisfacer una ambición desmedida de poder.
Refiere un autor griego lo siguiente: “Hermes llenó un carro de mentiras, engaños y todo tipo de trapacerías y partió con él a través de la tierra distribuyendo a cada tribu una pequeña porción de su carga. Cuando iba a cruzar Arabia se le rompió el carro inesperadamente y se detuvo; los árabes, como si se tratase de la carga preciosa de algún mercader, se dedicaron a desvalijarlo hasta dejarlo vacío y no permitieron que continuara el viaje hacía otros pueblos. `De aquí se desprende que los árabes sean, como yo mismo lo he experimentado, mentirosos e impostores y que en su lengua no haya ni una palabra de verdad´. La nación de los moros se caracteriza por ser de naturaleza desleal para todo el mundo; no guardan la lealtad a nadie de los extranjeros ni la tienen tampoco entre ellos mismos; no siendo en absoluto fiables, tienen bajo sospecha al resto de la humanidad”.
Me sospecho que Procopio de Cesarea, que es quien refiere esa fábula, se equivocó de lugar, que el carro lleno de mentiras, engaños y todo tipo de trapacerías, se descompuso en Tepetitán, estado de Tabasco, lugar en donde nació AMLO; de ahí su manera de ser y de comportarse en política. No encuentro otra explicación.

