Murió Ignacio Merino, conocido en el teatro por su apellido materno: Lanzilotti. En los setentas, escribió y dirigió las tandas que en su momento (y tal vez no haya sido superado) fue la obra de teatro universitario de mayor número de representaciones: 800 y que más tarde con otra dirección y otro elenco que menguó su esplendor alcanzó las 2000.

Yo vi nacer Las tandas del Tlancualejo, cuando Nacho investigó, para su tesis en la UNAM, el teatro de revista y en una “conferencia-espectáculo” un trío nos dejó escuchar las reaccionarias canciones que animaron el teatro de revista de los cuarentas, tales como Laza los cárdenos en contra del Presidente Cárdenas al que se tildaba, como alude el título, de rojo. Inspirada en esa tesis, él y su cuñado, Hesiquio Ramírez, hicieron una obra, con música y todo, para crear Las Tandas del Tlancualejo, donde revisaron, siempre en chunga pero con filo, la historia de México desde la Conquista hasta la Revolución. Recuerdo vagamente lo de: “mataron a Carranza, mataron a Obregón a muchos generales les dieron chicharrón y hasta los estudiantes mataron de un jalón”. Uno, en medio del alborozo, no da crédito de que en escena sea posible el rescate del auténtico lenguaje popular, la recreación de nuestros ritmos como el  danzón o el cha cha cha o incluso, bajo del agua, el sonido de la danza de los viejitos. La obra es irreverente, procaz, grotesca al modo expresionista y en resumen, una explosión de arte popular profundamente mexicano.

La cantata de Neruda

Sabido es que los mexicanos y chilenos nos disputamos una canción, “Cielito lindo”, y un héroe popular: Joaquín Murrieta, con erre para nosotros, Murieta para ellos. En la puesta en escena de Fulgor y muerte, la cantata de Pablo Neruda, todo era inolvidable, pero a través de los años todavía recuerdo la escena de los migrantes en el barco rumbo a San Francisco, atraídos por la fiebre del oro, la violación y asesinato de Teresa, la esposa de Murieta y su cadáver, casi crucificado, colocado sobre una carreta que recorría el escenario. Murrieta toma venganza a mano armada contra los rangers de California, responsables del asesinato, y se convierte en la imagen de la rebeldía latinoamericana, no sólo en  México, con la insuperable puesta en escena de Lanzilotti, sino en Chile o Perú. Con la obra de Neruda y sus representaciones se condena a Pinochet y es un gesto de solidaridad con Allende y su gobierno de Unidad ¨Popular. Se sumaron a esta obra excepcional el escenógrafo Alejandro Luna, la diseñadora Fiona Alexander, el coreógrafo chileno Rodolfo Reyes, la música de Leonardo Velázquez, guiados todos por el talento de Lanzilotti.

 

El teatro independiente de los setentas

Yo siempre creí que el movimiento de teatro independiente se había iniciado cuando Luis Cisneros había tomado el Foro Isabelino, que dirigía Héctor Azar, pero justo antes del confinamiento por la pandemia, fueron el propio Nacho, el coreógrafo Rodolfo Reyes, Alejandra Zea y Ausencio Cruz, entre otros compañeros, y comentaron que en la facultad había nacido ese movimiento. Provenga de Cleta o de la Facultad, culminó con el Primer Congreso de Teatro Independiente que reunió a Cleta, el Llanero Solitito, los Matlazincas, Contratanto, Banqueta, La Chispa de Argentina, Tepito Arte Acá y Garabato, entre otros. Éramos, reunidos en la Escuela de Teatro de Bellas Artes, (que dirigía entonces el muy querido y prestigiado Dagoberto Guillaumin) más de 200 personas. Organizamos unas funciones con la Delegación Venustiano Carranza, a beneficio del Bloque Popular Revolucionario, de El Salvador.