Autócratas y su antídoto

América tiene un buen número de autócratas en el timón de los países o, desde la oposición, ejerciendo influencia que amenaza la estabilidad. Para empezar, en Estados Unidos, que ha sido ejemplar, emblemática democracia en el interior del país, aunque no lo sea en sus relaciones internacionales.

Hoy el tema de esa democracia ocupa titulares en los medios y es objeto de comentarios de políticos y destacados analistas -en mi anterior artículo mencionaba a George Soros- casi todos los días, a menudo con informaciones de justificada alarma.

Ejemplo de ello son las conclusiones del comité del Congreso que examinaba los acontecimientos del 6 de enero de 2021, cuando irrumpió una turbe en el Capitolio, pidiendo la horca para el vicepresidente Mike Pence y amenazando de muerte a Nancy Pelosi, subrayándose el hecho de que entre quienes declararon ante el comité se encontraban altos funcionarios de la administración Trump y hasta los hijos del mandatario: Todos le pedían una declaración pública que detuviera la violencia.

El presidente no lo hizo y la violencia desatada dejó saldos de muerte -incluso suicidios- y provocó una peligrosa inestabilidad política y social, la que agravarían las resoluciones de la Corte Suprema en torno al aborto y la oposición, por motivos ideológicos y de negocio, a prohibir la adquisición de armas de fuego de toda índole, por particulares, incluso menores de edad.

Una información de este 2 de agosto se refiere a la dura condena -siete años de cárcel- a uno de los participantes en el asalto al Capitolio, Guy Reffitt, miembro de un grupo paramilitar, quien encabezó el asalto hasta que lo frenó el gas lacrimógeno. Un personaje cuya conducta no parecería reprobable a un amplio segmento de la población, si tomamos en cuenta que, según la encuesta de FiveThirtyEight, casi el 41 por ciento de los estadounidenses sigue teniendo buena opinión del ex mandatario, mientras la encuesta del Instituto de Política de la Universidad de Chicago, nos descubre, además, que la mayoría de la ciudadanía considera corrupto al gobierno y un tercio de ciudadanos dice que “pronto habrá que tomar las armas contra él”.

En este contexto, no es extraño que el expresidente siga declarando -he tenido que reconocer su carisma al verlo y oírlo- que quizá vuelva a contender por la presidencia, “para enderezar al país, hundido por los demócratas, en un pozo negro de delincuencia”. Una declaración a la que probablemente sigan otras, incluso presentándose el personaje como la voz de espacios mediáticos de extrema derecha, una estrategia que -dice The Washington Post– le ha funcionado bien.

La democracia estadounidense, que según respetadas organizaciones que miden “la salud” del Estado de Derecho en el mundo, como FreedomHouse y el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), se deteriora peligrosamente, requerirá de la señal fuerte, que será procesar a Trump por su intento, con premeditación, alevosía y ventaja de golpe de Estado, para marcar un alto a este declive peligroso.

Es deseable -indispensable- además, que Trump, el autócrata y sus cómplices, a veces hasta el servilismo, del partido Republicano, el Grand Old Party, se enfrenten a un verdadero antídoto: el partido Demócrata fuerte durante la elección de mitad de mandato, el próximo 8 de noviembre. Hoy por hoy, sin embargo, un buen número de encuestas prevén una “ola roja”: el partido Republicano arrebatando e los demócratas mayoría y control de la Cámara baja e incluso el Senado; salvo una reciente, la encuesta de Usa Today/Suffolk University, que concede una estrecha ventaja a los demócratas.

La reciente ejecución en Kabul de Ayman al-Zawahiri, sucesor de Osama Bin Laden, de la que informó por televisión el presidente Biden, declarando que Estados Unidos hacía justicia con ello a los 2977 muertos en el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, ha sido interpretada por los expertos como una acción que restaría gravedad y ahorraría críticas a la desordenada, desastrosa retirada de Washington de Afganistán, que dejó al país en manos de los talibanes, sin control alguno.

La explicación que dan los expertos es válida, pero no excluye la mía respecto a la oportunidad de tal acción, cuando Biden y el partido Demócrata requieren desesperadamente de “oxígeno”, en vísperas de las elecciones de noviembre. La muerte del “odioso” enemigo de Estados Unidos, con la que se hizo justicia -se vengó- a los muertos en el ataque a las Torres Gemelas, abona a la maltrecha popularidad del mandatario.

Otro antídoto antiTrump -y contra cualquier candidato republicano- que, según analistas favorecería a los demócratas en los comicios tanto presidenciales como legislativos, sería que Biden renunciara a presentarse a su reelección en 2024: de acuerdo con una encuesta de NewsNation/Decision Desk HQ, el 60% de los encuestados dijo que no desea que el presidente se postule como candidato a reelegirse. (A título de curiosidad, la misma encuesta revela que el 57% de quienes la respondieron no desea que Trump sea nuevamente candidato).

América Latina también padece autócratas: en México, “nuestros pagos”, diríase en Argentina- ciertamente, como lo informan y analizan en forma amplísima, académicos y periodistas, en múltiples medios, empezando por nuestra revista. En el Caribe, autócratas que son dictadores, como Díaz-Canel, el dictador en turno, de Cuba, que enterró la epopeya de la revolución cubana -si es que hubo tal- y lejos de caminar hacia la democracia y a la economía de mercado, hoy en la atmósfera política favorable en el Estados Unidos de Biden, en la Unión Europea y en una América Latina, un poco de marea rosa democrática -¿social democracia?-, se emperra en mantener una feroz dictadura.

En Centroamérica. autócratas son el derechista gobernante guatemalteco Alejandro Giammattei persiguiendo a la prensa; y el también derechista presidente salvadoreño, Nayib Bukele, “inmaduro y vengativo” como lo hace notar Bertha Deleón, que pasó de abogada del presidente a refugiada en México; y, desde luego, el espeluznante matrimonio de Daniel Ortega y Rosario Murillo, que han hecho de Nicaragua su feudo en el que son señor y señora de horca y cuchillo, persiguiendo, encarcelando, torturando adversarios políticos, y haciendo del sandinismo un grupo de convenencieros, un fraude que se ostentó de izquierda.

En América del Sur, Venezuela ha padecido a Chávez y hoy padece a su designado sucesor, Nicolás Maduro, un gobernante y un gobierno de izquierda sin prestigio, asentado en el fraude político, con millones de venezolanos emigrando y sentado en la riqueza petrolera. Pero como la esencia de la política es la negociación aprovechando coyunturas, Caracas tiene hoy el recurso petrolero, preciado ante las serias restricciones impuestas al petróleo y gas por la guerra de Ucrania, que le abre puertas a negociaciones con el mismo Washington. Además, el presidente Petro, próximo a asumir en la vecina Colombia, quizá sirva de “padrino” de Caracas en su diálogo con la oposición, que dejó inconcluso en México. Veremos.

Autócrata es también, Jair Bolsonaro, el tramposo presidente derechista de Brasil, que previsiblemente se enfrentará dentro de dos meses al izquierdista Lula, quien, en caso de vencer a Bolsonaro, alejaría a su país de un indeseable autócrata. Lo que no quiere decir que el antiguo obrero metalúrgico esté libre de pecado, pero sí es alguien que respeta las reglas de la democracia, y que se está lanzando a la presidencia en compañía de destacados dirigentes de partidos de otro signo.

El último autócrata en esta rápida panorámica es mujer: Cristina Fernández viuda de Kirchner, vicepresidenta de Argentina, de larga historia en la política, pues ejerció, entre otros cargos, senadora en dos ocasiones y presidenta de la Nación dos períodos -2007 a 2015. El personaje es, además, destacada líder del peronismo, obsesionada con el poder -y por el dinero, siendo acusada de corrupción- actualmente se vive “borrando” al presidente Alberto Fernández. El único antídoto de esta mujer será un presidente y un gobierno de distinto signo.

Concluyo mencionando a dos presidentes que, hasta hoy, no son autócratas: Gabriel Boric, de Chile y Gustavo Petro, de Colombia, que asume este 7 de agosto. Se trata, me parece, de dos políticos que espero den un perfil más decente y eficaz a la región. Ojalá.

Autócratas están siendo más visibles en todos los rincones del globo y a ellos me referiré en otra de mis colaboraciones.