Quincena espeluznante

En mi artículo del 7 de agosto, titulado “La hora de los autócratas en América”, me referí extensamente a Trump y, menos extensamente, a los autócratas latinoamericanos, un buen número de izquierdistas, que gobiernan, del Rio Bravo a la Patagonia y Ushuaia. Aunque Gabriel Boric, presidente de Chile y el mandatario colombiano Gustavo Petro, ambos nuevos gobernantes, no se muestran como autócratas y me arriesgaba a darles un voto de confianza.

Hoy escribo sobre autócratas de Europa, en la Unión Europea y sobre el futuro previsible de este proyecto visionario, ante el acoso que sufre desde dentro y del exterior. Sin embargo, esta quincena espeluznante en el mundo me obliga a hacer comentarios previos, sobre otros temas. Para empezar, sobre América Latina y su giro a la izquierda, del que también se ocupa el New York Times que, en nota del 6 de agosto en Bogotá, menciona en términos críticos pero realistas, a gobiernos hoy de izquierda, de cuyos líderes, coincidiendo conmigo, salva únicamente a Gabriel Boric y a Gustavo Petro.

Dice el NYT que “los nuevos líderes en Colombia y Chile son mucho más progresistas socialmente que los izquierdistas del pasado, que hacen un llamado a alejarse de los combustibles fósiles y abogan por el derecho al aborto, en un momento en que la Suprema Corte estadounidense está moviendo a Estados Unidos en la dirección opuesta.”

Una de las noticias importantes de esta espeluznante quincena se refiere precisamente a la toma de posesión de Petro, el primer presidente de izquierda, exguerrillero, de Colombia, quien lleva como vicepresidenta a Francia Márquez, la primera mujer que ocupa el cargo, afrodescendiente, que viene de los movimientos sociales y, como ella dice, “de los y de las nadie”. Este Petro, se propone combatir contra la desigualdad, revitalizar los acuerdos de paz con la guerrilla y volver al ejército a los cuarteles, hacer una reforma fiscal que afectará a los más ricos y echar a andar una agenda ambiental. Todo ello -anótese- en un ánimo de conciliación y diálogo con los conservadores, con los que no piensan como él.

Noticias también de este período siguen produciéndose en Estados Unidos: La aprobación definitiva, por el Congreso, de la llamada Ley de Reducción de la inflación, propuesta por el presidente Biden, que promueve las energías verdes, reduce costos de las medicinas y aumenta los impuestos a las empresas. Complementa este impactante éxito del mandatario la información de la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos de que el pasado julio fue un mes sin inflación y de que, lo hace notar Paul Krugman, premio Nobel de Economía, es previsible “un descenso considerable de la inflación a corto, mediano y largo plazo”. Aparte de que, añade Krugman, “Biden ha capitaneado un enorme auge del empleo”.

Esta situación debería favorecer al presidente y a los Demócratas en las elecciones de noviembre; aunque no necesariamente sucederá así. Aunque todo esto ya ha contribuido a la indignación de los Republicanos, comenzando por Trump, que sigue emperrado en declararse víctima de fraude cuando competía por su reelección como presidente y enfrenta ahora posibles responsabilidades por la sustracción de documentos oficiales -algunos top secret-, así como una investigación de la Fiscalía de Nueva York sobre posibles delitos financieros cometidos por la Organización Trump.

El expresidente, que se ha adueñado del partido Republicano, el Grand Old Party, está en pie de guerra, “incendiando de nuevo la escena política”, dice el periódico El País, con discursos catastrofistas, como el que pronunció el 6 de agosto en Dallas, en un congreso conservador. Congreso en el que participó ¡Viktor Orban, primer ministro de Hungría!, con un discurso en el que exhortó a tomar las riendas -Trump y los euroescépticos, respectivamente- en Washington y en Bruselas, e hizo gala de racismo brutal al oponerse a la mezcla de razas, cuya consecuencia es que los países “ya no son naciones, sino únicamente un conglomerado de gente.” Como es de suponerse, Orban fue aplaudido frenéticamente. Los autócratas de ambos lados del Atlántico unidos.

En síntesis, Estados Unidos, dividido, de hecho en dos mitades, entre los millones de ciudadanos que creen en la democracia americana, ejemplar por muchos conceptos para el país y para el mundo -me refiero a los conceptos y no al deleznable imperialismo de Washington- y otros millones que son supremacistas blancos, racistas -aunque haya entre ellos negros e hispanos-, que creen en conspiraciones y que no descartan la violencia armada para defender sus intereses, irá en noviembre a votar en las elecciones de mitad de mandato.

Lo deseable para Estados Unidos -y para el mundo- es que los comicios hagan de los demócratas el partido mayoritario, y no al partido Republicano, cuya aspiración de hacer al país grande de nuevo: Make America Great Again, es hacerlo iliberal, chovinista, racista y, hoy por hoy, obsesionado por un mesías: Trump.

Vale la pena leer al prestigiado escritor Ian Buruma, cuyo libro The Churchill Complex: The Curse of Being Special, From Winston y FDR to Trump and Brexit, analiza el fenómeno Trump, haciendo notar que ante el Estados Unidos camino al iliberalismo y el Reino Unido del Brexit, queda en manos de los líderes de la Unión Europea -Emmanuel Macron y, aún habla de Ángela Merkel- “la tarea de recordar a ambas naciones cómo se supone que deben comportarse las naciones democráticas”. Por eso digo yo, es imperativo que se fortalezca, contra viento y marea: contra los “caballos de Troya” enemigos de dentro y los enemigos externos, la Unión Europea, que debe ser la conciencia moral de Occidente.

Los quince días por los que estamos transitando registran acontecimientos importantes en diversas latitudes: ejecuciones a opositores de la brutal dictadura militar de Myanmar y la nueva condena “por corrupción” a la líder depuesta Aung San Suu Kyi. La entronización de Kaid Said, “el Faraón de Cartago”, como llama el periódico francés Le Ponit al presidente de Túnez, quien a través de una tramposa reforma constitucional ha sometido a los poderes legislativo y judicial. ¿Triste final de la Primavera Árabe?

Afganistán es el escenario de la dictadura islámica, ignorante, de los talibanes, uno de cuyos crímenes es el sometimiento brutal de la mujer. También es noticia la Iglesia Católica, porque el papa Francisco ha decidido eliminar la amplísima autonomía de la que gozaba el Opus Dei, asociación católica nacida en España, elitista, vinculada a las clases empresariales y adueñada, desde inicios de los años 60 del pasado siglo, de ministerios del régimen de Franco, al que, con visión tecnocrática, modernizó. El papa, ha dicho más de un comentarista, no ha hecho sino dejar clara la primacía jesuita sobre el Opus.

Taiwán y Rushdie son, asimismo, temas obligados de esta digresión que extiendo más de la cuenta. Primero, para referirme a la visita de Nancy Pelosi, presidenta de la cámara de Representantes estadounidense, a Taiwán, que fue una provocación a China, en momentos en que se hace más necesaria la sintonía de Washington y Pekín frente a la agresión militar de Putin a Ucrania.

Como es obvio, el gigante asiático reaccionó con indignación y, por lo pronto, realizando ejercicios militares sin precedentes, que amenazan con cruzar la línea divisoria de la frontera no oficial de la isla y China continental. Ojalá que lo sucedido no afecte los alambicados acuerdos entre Pekín y Washington, conforme a los cuales China tolera la existencia de la “Isla rebelde”; y que se reanuden pláticas y negociaciones de las dos potencias mundiales en ámbitos diversos: comercio, medioambiente, etc.

También es necesario referirse al intento de homicidio, del que ha sido víctima Salman Rushdie, el escritor indio nacionalizado británico, como consecuencia de su libro Versos satánicos, escrito en 1988, que indignó a millones de musulmanes porque, decían se burlaba del profeta Mahoma, y dio lugar a que el ayatolá Ruhala Jomeini, líder espiritual de Irán, proclamara una fetua, que era una condena a muerte, ordenando a todo musulmán a ejecutarla.

Una condena que ya alcanzó a traductores y editores, con un saldo mortal y, en el caso de Rushdie, lo ha hecho objeto de un atentado fallido en Londres y de este del 12 de agosto, en el Estado de Nueva York, que lo dejó gravemente herido, aunque, felizmente -se informa. ya fuera de peligro, aunque en la expectativa de una muy lenta y quizá incompleta recuperación.

El intento de homicidio, de obedecer la fetua, ha puesto de manifiesto que, aunque Irán en algún momento afirmó que esa orden ya no está en vigor, lo cierto es que publicaciones y núcleos fundamentalistas del país celebraron el atentado. Asimismo, que el fundamentalismo islámico, a través de las múltiples franquicias de Al-Qaeda, los restos del Estado islámico o “lobos solitarios”, sigue presente y amenazante: contra la libertad de expresión, como en este caso y el de las caricaturas de Mahoma, hace unos años en Francia; contra la libertad de creencias y otras.

Y, como noticia “de última hora”, que tiene que ver, por cierto, con Irán, son los comentarios de Bruselas -la Unión Europea- en el sentido de que las respuestas, apenas recibidas, de Teherán a lo propuesto por los europeos en relación con el pacto nuclear que Irán, la Europa comunitaria, Estados Unidos y el Reino Unido pretenden revivir -Trump lo echó abajo- son “razonables”. Lo que significa, se añade, que el acuerdo puede cerrarse “esta semana”. Ojalá.

 

Europa, ¿esperanza o quimera?

La Unión Europea es un proyecto visionario que tiene bases sólidas: un importante número de países con Estados y estructura de gobierno sólidos, economías organizadas -a pesar de las turbulencias que pueden sufrir como parte que son de la economía globalizada- y organización social, valores morales y culturales comunes -las minorías: inmigrantes, por ser minorías, lejos de constituir un peligro, terminarán enriqueciendo culturalmente y en términos de población a un continente de pocos nacimientos.

Esta Europa comunitaria ha sido motivo de orgullo de sus habitantes -creo- durante largos años y del deseo ferviente de pertenecer a ella por parte de los países que aún no la integraban: Yo fui, en 2004, testigo de la euforia de los polacos cuando su país fue admitido al selecto “club de Bruselas”.

Sin embargo, la Unión Europea, que con tan sólida estructura de los Estados y comunidades que la integran y contando con un arquitectura jurídica y órganos de gobierno y administrativos, con un parlamento, enfrenta fuerzas: políticos, sociedad civil y Estados nacionales que la critican duramente, que quisieran hacerle cambios radicales o que, de plano, pretenden hacerla desaparecer y convertirla en un grupo de Estados soberanos que, cuando más, llegan a acuerdos puntuales en temas puntuales.

Hoy la Europa comunitaria sigue operando gracias principalmente al “motor” franco alemán que hoy pilotean Emmanuel Macron y Olaf Scholz. Con el apoyo valioso del presidente de gobierno español Pedro Sánchez. Pero sin contar, lamentablemente, con la Italia de Mario Draghi, víctima de la inestabilidad política de Italia. Cuenta Europa, además, con responsables inteligentes, visionarios y comprometidos: Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión y Charles Michel, presidente del Consejo Europeo. Yo incluiría a Joseph Borrell, Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, quien, como español, conoce a fondo y le interesa la relación de Europa con América Latina.

Pero los enemigos de la Unión Europea son numerosos: dentro y desde el exterior. Los primeros verdaderos “caballos de Troya”, son el premier húngaro Viktor Orban y Jaroslaw Kaczynsk, verdadero gobernante de Polonia, así como personajes de la oposición, por ejemplo, la francesa Marine Le Pen y el italiano Matteo Salvini. El enemigo exterior por excelencia es Vladimir Putin, que considera a Rusia bajo su mando, la depositaria de los valores cristianos, frente a una Europa descreída y amoral.

Mientras Kaczynski, populista, anti europeo en el fondo, dictatorial: su gobierno ataca la libertad de prensa y al poder judicial y amenaza histéricamente a la Unión Europea, comparándola con Putin, otro polaco Adam Michnik, periodista famoso y miembro, en su momento, del sindicato Solidaridad, que contribuyó a derrocar a la dictadura comunista satélite de la URSS, nos recuerda que Europa, Occidente al que pertenece México: “Extremo Occidente”, es “el derecho romano, la democracia ateniense, la misericordia judeo-cristiana, las Luces, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano…”