De tan mala suerte gozamos en nuestro querido México, que no le bastó a nuestro presidente sorprendernos con la ocurrencia inconsciente de anunciar en una conferencia de prensa la militarización de las tareas de seguridad pública, dejando a la Guardia Nacional a cargo del ejército mexicano, protagonista en el presente gobierno.

En San Lázaro, el Pleno de la Cámara de Diputados, amaestrados mayormente por el partido a la cabeza del poder, aprobaron en un abrir y cerrar de ojos la iniciativa presidencial para que la Secretaría de la Defensa Nacional controle a la Guardia Nacional. El siguiente paso legislativo implicará el análisis de nuestros senadores para discutir y votar la iniciativa presentada. La oposición obviamente hizo alusión a que, por las implicaciones que representa, dicho asunto se llevará a nuestro Máximo Tribunal Constitucional mediante una Acción de Inconstitucionalidad, mientras tanto, la dominancia militar crece y tanto Andrés Manuel como nosotros, pueblo de México, perdemos control estatal.

Aunque en dicha sesión los diputados de Morena insistieron arduamente en que esta iniciativa no busca militarizar al país, sino que pretende consolidar y fortalecer a la Guardia Nacional pasándola a cargo del ejército y, como siempre, evitar la “terrible” corrupción en México, en realidad sucede lo contrario pues además de incumplir el compromiso realizado por nuestro actual gobierno de mantener las tareas de seguridad pública con un carácter puramente civil, la Guardia Nacional estaría siendo absoluta y completamente sometida y dominada por la milicia.

De aprobarse la reforma, será el acabose de nuestro país toda vez que el palabrerío del ejecutivo federal se transformaría en ley, entregando a las Fuerzas Armadas el funcionamiento y la operación de nuestra nación.

El permitir que el ejército asuma el control de nuestro cuerpo de seguridad, concediéndole peso y poder desmedido, aunque estratégicamente le regala a nuestro máximo gobernante como una especie de “contraprestación” el respaldo de su gran poder fáctico y político, así como su protección y lealtad, ello puede implicar consecuencias catastróficas para nuestro México. Debemos preocuparnos. Lo que parecía verborrea política es ahora un riesgo mucho más latente pues “inintencionalmente” se ha creado un monstruo autoritario desmedido cuyo poder es imposible de contener.

Esperemos que nuestros senadores recapaciten respecto de la decisión de la Cámara de Diputados tomando en consideración que la supuesta crisis de violencia e inseguridad que azota al país no es justificación para otorgar la plena dominancia militar y perder nuestro control estatal, dejando a México en la cuerda floja a punto de ser gobernado por un dictador armado.