Después de setenta años, el jueves 8 de septiembre en curso, finalizó el reinado más largo de la historia (7 décadas), después de los 72 años del de Louis XIV el Grande (1643-1715), de Francia —hijo de Louis XIII el Justo, convertido en rey a los cinco años de edad, bajo la regencia de su madre Anna de Austria—: el de la reina Elizabeth II del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

A la muerte de Elizabeth II, inmediatamente empezó el reino de Charles III (Charles I fue coronado en 1649; Charles II, hijo del anterior, tuvo que abandonar Inglaterra y se refugió en Francia, pero fue reinstalado en el trono en 1660), cuyo nombre original es Charles Philip Arthur George, el hijo mayor de Elizabeth Alexandra Mary Windsor, que había nacido (mediante operación cesárea) en Londres el 21 de abril de 1926, hace 96 años. La hija del rey George VI y de la reina madre, Elizabeth, se convirtió, a los 21 años, en la soberana del Reino Unido cuando los británicos apenas celebraban el séptimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y el futuro de la monarquía era incierto, tan incierto como podría ser el que ahora enfrenta su hijo mayor, a los 73 años de edad. Esa es la incógnita del momento, en medio de la larga serie de homenajes religiosos y civiles que se celebraron durante diez días: desde el momento de la muerte de la soberana hasta su funeral de Estado en la abadía de Westminster en la Capilla Conmemorativa del Rey Georges VI,  el próximo lunes 19 de septiembre, en Londres. That is the question.

Es posible que el mundo, no solo Gran Bretaña, nunca vuelva a a ser testigo de unos funerales como los que tuvieron lugar  en los recientes días con motivo del fallecimiento de la reina británica. La última monarca en recibir los honores que se le han brindado a lo largo de 70 años. Muy pocos creyeron, ni ella misma, que ocuparía el trono durante tanto tiempo. Está visto que todo lo que suceda alrededor de la familia real británica es pompa y circunstancia. Lo bueno y lo malo. Por ejemplo, la  lectura protocolaria de la declaración del nuevo rey británico se dio no solo en Londres, sino en Edimburgo, Cardiff y Belfast, las respectivas capitales de Escocia, Gales e Irlanda del Norte. y, todavía, aunque sea solo protocolariamente, en otros países ultramarinos como antes se les llamaba. Veintiún salvas de cañón se dispararon en homenaje del nuevo monarca.

Ahora bien, el respaldo a la corona dependerá del comportamiento —público y privado— del nuevo rey. En gran medida, la suerte del heredero está marcada desde su divorcio, en 1992, con la mítica Princesa Diana, de Gales, cuya desafortunada muerte (1997) en un rocambolesco accidente automovilístico en París, y por el desaseado manejo que la reina Elizabeth dio al percance, puso en un tris a la monarquía británica. Solo el tiempo dirá la última palabra. El background que tiene Charles III y su reina consorte, Camilla, duquesa de Cornualles (née Camilla Rosemary Shand, y en su primer matrimonio Camilla Parker Bowles), fue uno más de los escándalos reales que ha conocido la familia real británica. El príncipe de Gales, el heredero al trono, engañaba a su esposa, la “princesa del pueblo”, con una amante que ya era casada y con dos hijos. Diana dio la pauta en una entrevista: “éramos una pareja de tres”.

De hecho, merced a uno de esos “escándalos”, Elizabeth Windsor llegó al trono. El tema ha llenado la historia del United Kingdom con toda suerte de reportajes, crónicas, películas, serie de televisión y hasta obrillas teatrales, que si no las hay debería haberlas. Han sido el centro de la opinión pública. La suerte y el futuro de Elizabeth dio un giro de 180 grados cuando su tío, Edouard VIII —hermano de su padre, el príncipe Alberto, que sería el rey George VI—,  abdica al trono en 1936 para poder casarse con la plebeya estadounidense doblemente divorciada, Mrs. Wallis Warfield Simpson, con la que tenía relaciones desde 1934. El anuncio provocó una crisis política entre el soberano y el gobierno conservador del primer ministro Stanley Baldwin. Edouard no pudo obtener para Wallis las prerrogativas de alteza real.

Entonces, muchos temieron por la supervivencia de la monarquía. Sobrevivió, como ha sobrevivido a otras crisis. El asunto de la Wallis, como le llamaban en aquella turbulenta época, fue en 1936 cuando estalló la Guerra Civil de España, el prolegómeno de la Segunda Guerra Mundial que empieza en 1939.

George VI, falleció el 6 de febrero de 1952. Ese día, su hija, la princesa Elizabeth y su esposo, el príncipe Philip se encontraban en Kenia, Africa, enviados por el monarca a una gira oficial. La heredera era la hija mayor del rey, y ella decide no cambiar su nombre para asumir sus nuevos deberes,solo le agregó el número romano II. Como simple breviario cultural Elizabeth I, reinó de 1558 a 1603, y trascendió en la historia como la soberana que reafirmó la autoridad real frente a las facciones del momento. Y en el campo religioso se hizo reconocer como la “reguladora suprema de la Iglesia”  nacional, e impuso un punto medio entre el protestantismo calvinista y el catolicismo. Además, en 1588 las fuerzas navales de Elizabeth I derrotaron en el Canal de la Mancha a la famosa Armada Invencible  española, presagiando la supremacía naval inglesa por varios siglos. La era isabelina fue una de las más brillantes de la civilización inglesa, sobre todo fue la época de oro del teatro, con Shakespeare y Marlowe. En fin, Elizabeth I no fue casada, y la dinastía de los Tudor se extinguió con ella. Elizabeth II, por su parte, que no fue una mujer de gran cultura, si conocía muy bien la historia de los monarcas ingleses. Y supo que su antecesora, había sido una gran reina. No presumía de cultura, pero tampoco era tonta. Desde el principio de su reinado sabía lo que tenía que hacer. En el Reino Unido de la Gran Bretaña el “Rey reina pero no gobierna”, y Elizabeth lo hizo, casi perfecto, de principio a fin. Desde el día que asumió el trono hasta dos días antes de morir, el 6 de septiembre pasado, cuando recibió, en el Castillo de Balmoral, a Mary Elizabeth Truss, mejor conocida como Liz Truss, la tercera mujer británica en ocupar el puesto de Primera Ministra, a la que pidió formara un nuevo gobierno en el United Kingdom. Entre las dos mujeres —que casi tenían el mismo nombre—, había una diferencia de edades de 49 años, casi medio siglo. Algo que para muchos pasa inadvertido, pero el hecho de que Elizabeth II se mantuvo en el centro de la atención pública siete décadas ininterrumpidamente como reina de una de las potencias mundiales significa, sobre todo para los británicos, que era un personaje público que no estorbaba, que no estaba de más.

Elizabeth II representó en el Reino Unido la imagen de la continuidad. Siempre se negó a abdicar, fiel a la promesa que hizo a sus “vasallos” y a si misma en el momento de acceder al trono: “Toda mi vida, sea larga o corta, estaré dedicada a vuestro servicio”. Decirlo es fácil, cumplirlo muy difícil. Asumió la corona con sólo 25 años de edad. Aceptó la responsabilidad como tarea de toda su vida. De joven, de mujer madura y como anciana. Su hijo, ahora el rey Charles III, llega con 73 años a cuestas. Muy diferente a como llegó su madre. A diferencia de ella, el esposo de Camille (su antigua amante, sin que eso escandalice ahora a nadie), tiene una historia personal con escándalos en su turbulento matrimonio con Lady Di (algo de lo que jamás podrá separarse) que nulifican la neutralidad que se le supone a la institución que representa. La reina se va montada —afición a la que dedicó muchos años de su vida—, en cuotas de máxima popularidad, el rey llega no precisamente con los mejores augurios. Y, como decían los antiquísimos sabios romanos: “no solo hay que serlo, sino parecerlo”. Julio César se refirió a la mujer del César, pero para el caso es aplicable.

La muerte de Elizabeth II obliga a propios y extraños hacer las reflexiones del caso. Bien lo acaba de afirmar la nueva primera ministra Liz Truss: “La reina Elizabeth II fue la roca sobre la cual se construyó la Gran Bretaña moderna”, nunca mejor utilizada la comparación con las palabras del evangelio de San Mateo, de Jesucristo a Pedro: “Tu es Petrus et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam” (“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”). La vida y la obra de Elizabeth II fueron a la par de los anales del United Kingdom en el siglo pasado y en las primeras décadas del XXI. Tuvo errores, indudablemente hasta como madre consentidora de su hijo predilecto, que indudablemente no era Carlos, pero trató de no ser frívola pero sí fría con la primera esposa de su hijo mayor, con Diana, pero eso son temas intratables en ISAGOGE.

En síntesis, el propio Financial Times, sin duda uno de los diarios británicos más importantes del planeta, editorializó las principales virtudes de la reina, destacando la disciplina de la discreción en la jefatura del Estado, como representante de su comunidad nunca se atrevió tomar partido por un bando, ni tampoco manifestó sus preferencias políticas aunque éstas fueran claras y sólidas.

Con tal larga existencia, Elizabeth II impactó en no pocos personajes de primera línea, como Lee Kuan Yew (1923-2015), identificado generalmente por sus iniciales LKY, uno de los dirigentes singapurense que logró que Singapur accediera a la modernidad, después de haber sido una colonia británica. En su libro de memorias, From Third World to First. The Singapore Story: 1965-2000, traducido al español Del Tercer Mundo al Primer Mundo. La historia de Singapur (1965-2000), cuenta: “Nunca consideré conveniente usar el título de Sir, pero ella (Elizabeth II) era asombrosamente buena para causar una sensación de confort en sus invitados sin esforzarse, una habilidad social perfeccionada por su adiestramiento y experiencia. Era graciosa, amistosa y estaba genuinamente interesada en Singapur porque su tío Lord Louis Mountbatten, le había contado de su estancia en Singapur como comandante en jefe de las fuerzas aliadas”.

Por cierto, ya que sale a colación el nombre de Lord Louis Francis Albert Víctor Nicolás Mountbatten, primer conde Mountbatten de Birmania, y último virrey de la India, fue un personaje de la aristocracia británica allegado profundamente a la familia real Windsor, mentor del príncipe Charles, ahora Charles III, y “tío” de la difunta reina Elizabeth, que fue el que propició que su “sobrina” Elizabeth contrajera matrimonio con su primo lejano Philip Mountbatten, perteneciente a la Casa Real griega. El matrimonio duró 73 años hasta el mes de abril de 2021 cuando el duque de Edimburgo murió a los 99 años de edad. De esa unión sobreviven cuatro hijos incluyendo al nuevo rey, Charles III, ocho nietos y 12 bisnietos.

En agosto de 1979, el grupo terrorista Irish Republican Army (IRA), asesinó con 23 kilos de explosivos a Lord Mountbatten a bordo de una barca en la que salió a pescar en aguas de Irlanda del Norte. El atentado marcó un antes y un después en la familia real. El entonces príncipe heredero Charles, perdió a su mentor, pero su madre, la reina Elizabeth, perdió a un gran consejero, y el príncipe consorte, Philip de Edimburgo, al hermano de su madre, Alicia de Battenberg, un amigo, casi un segundo padre. El asesinato de este personaje fue una más de la crisis que tuvo que sortear la reina Elizabeth II.

Otro personaje internacional motivado por la personalidad de la soberana británica, fue el activista contra el apartheid, político y ex presidente de la República de Sudáfrica, Nelson Rolihlahla Mandela (1918-2013), que en su autobiografía titulada en español El largo camino hacia la libertad, profundizó: “Los comunistas consideran que el sistema parlamentario occidental, es antidemocrático y reaccionario. Yo, por el contrario, soy un admirador de ese sistema. La Carta Magna, la Petición de Derechos y la Declaración de Derechos son documentos venerados por los demócratas de todo el mundo. Tengo un gran respeto por las instituciones políticas inglesas, por el sistema judicial de ese país y por la Reina”.

Otro dirigente internacional, ya cuando peinaba más que canas, y que logró reconstruir su patria, la derrotada Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, primer canciller de la Alemania occidental, y uno de los “padres fundadores de la Unión Europea”, junto con otros prohombres europeos, Konrad Hermann Joseph Adenauer (1876-1967), escribió en sus Memorias (1945-1953), los recuerdos de sus primeras pláticas con la Reina Elizabeth II: “El entierro del rey (George VI), por el que yo sentía gran aprecio, tuvo lugar el 15 de febrero de 1952. A mi llegada, acudí al Palacio de Buckingham en visita de condolencia a la reina Elizabeth II. Hablé con ella por segunda vez, en el curso de mi estancia en Londres, el día de mi partida, 19 de febrero. Me causó una impresión singular. Se comportaba con gran naturalidad, magnificencia y generosidad a pesar de su corta edad”.

En sus primeros años de reinado, cuestionada por su juventud, pues el entonces primer ministro, el legendario Winston Churchill advirtió que “era sólo una niña”, la no marca, ya casada y con dos hijos (Carlos y Ana, la única hija que tuvo) enfrentó momentos desafiantes al perder un Imperio (construido a base de mucha sangre, muertos y abusos) y rescatar a la nación de un conflicto mundial, pero nomnfuen el único, lo que le ganó el respeto de quienes llegaron a dudar de ella.

Esta historia pondría su punto final el lunes 19 de septiembre, en el Castillo de Windsor, en Londres. Donde Elizabeth sería enterrada junto a sus padres, su marido y su hermana. Entonces sí, sic transit gloria mundi (¡así pasa la gloria de este mundo!). ¿Cuánto durará la monarquía británica? Pompa y circunstancia. VALE.