Sonó con melancolía el reloj que marcó el punto final de la existencia de un querido, admirado y respetado jurista, Edmundo Elías Musi. Se fue, con esa paz que tienen los hombres justos, en cabal tranquilidad espiritual. La nostalgia de su partida gravita todavía en nuestros pensamientos y en ese músculo del cuerpo llamado corazón.

Un ser humano extraordinario que condujo su existencia con rectitud, sin brusquedades ni arrogancia, consciente de que al desterrar el egoísmo, no queda más que el amor; que el perdón está en el vértice de la bondad; que las convicciones son los valores que impulsan nuestro actuar; que el aprecio por lo positivo nos conduce a la paz y a la felicidad; que la verdad permite vivir en libertad; que la generosidad regocija el alma. Enseñanzas que le permitieron crecer libre, positivo, ayuno de rencores y resentimientos, pero que al propio tiempo cultivaron su carácter bondadoso, firme y decidido.

En 1967, con la presentación de su examen de licenciatura marcó el punto inicial de una trayectoria profesional ininterrumpida, en la que, a su paso por el litigio, los cargos académicos, la magistratura y la docencia, fue dejando su huella indeleble de providad y profesionalismo.

Su bondad no tenía límites. Platica su hijo Edmundo Elías Fernández, que el Sr. Juvencio era lavacoches en el condominio donde vivían entre 1967 y 1973. Juvencio fue asaltado y en la agresión perdió un ojo. El Maestro Musi personalmente lo llevó en su coche al hospital para ser atendido, pago todo su tratamiento, incluyendo una prótesis, así como sus estudios de Contador Público. En agradecimiento, Juvencio le obsequió simbólicamente su título profesional.

Si me permiten que entre por la senda de la memoria: corría el año de 1975, yo era encargada de la mesa Cuatro de trámite en el Juzgado Cuarto de Distrito en materia Administrativa en el entonces Distrito Federal, cuando conocí a un caballeroso y educado abogado litigante que con bastante frecuencia acudía a revisar los acuerdos recaídos en los juicios de amparo por él patrocinados. Siempre amable, cortés, de sonrisa franca y extremadamente sencillo. Este es el primer recuerdo que mi mente guarda de Don Edmundo Elías Musi.

En aquellos momentos me encontraba estudiando la carrera de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México. Al año siguiente me tocó cursar la materia de “Amparo”. Al acudir al pizarrón de horarios encontré disponible al Maestro Musi y de inmediato me inscribí a su clase. Tuve el privilegio de ser su alumna, de abrevar de las enseñanzas del jurista que de forma magistral unía teoría y práctica. Del maestro que inspiraba el respeto y el sentimiento de pertenencia por ese juicio de creación netamente mexicana, de ese procedimiento constitucional que orgullosamente nuestro país exportó al mundo: nuestro juicio de amparo.

En 1977, al concluir mi licenciatura, mi querido maestro generosamente aceptó fungir como mi Director de Tesis. Trabajo en el que tuve el privilegio de compartir con él, un sin número de diálogos, consejos y recomendaciones para sustentar la propuesta de mi tesis, para reformar, modificar y adicionar la Ley de Amparo entonces vigente.

Otro maravilloso recuerdo de su mentoría, que llevo grabado en mi mente y en mi corazón, fue que el maestro Musi aceptó formar parte del sínodo de mi examen profesional. Lo cual representó, no solamente una muestra de apoyo, sino que con su participación erudita y conocedora dio brillo a tan importante momento de mi vida profesional.

En 1993, la vida generosa y pródiga conmigo, me permitió compartir con mi maestro Musi otra importante experiencia profesional. En un singular experimento legislativo, se creó la Sala de Segunda Instancia del entonces Tribunal Federal Electoral, para calificar las elecciones de 1994, la cual se integró con quien en esa época presidía dicho tribunal: el hoy Ministro en Retiro Fernando Franco González Salas y 6 Magistrados de carrera del Poder Judicial Federal: los hoy Ministros en Retiro Guillermo Ortiz Mayagoitia y Juan Silva Meza, el Magistrado jubilado Leonel Castillo, el Magistrado Guillermo Velasco Félix, que en paz descance, el Magistrado Germán Tena Campero y una servidora.

El Maestro Musi era el Magistrado Presidente de la Sala Toluca de dicho tribunal. Durante un año, todos los integrantes de ese órgano jurisdicional, acudimos dos días de cada mes a la sede del Tribunal Federal Electoral, en la Ciudad de México, a lo que se denominó las Reuniones Nacionales en materia Electoral. Encuentros en los que nuevamente fue verdaderamente placentero y enriquecedor encontrarme con mi Maestro y continuar aprendiendo de sus bastos conocimientos ahora en la materia electoral.

También fue siempre un honor participar con mi maestro en numerosos eventos académicos en donde siempre hizo gala de su gran experiencia, conocimiento y disciplina en el estudio de su gran pasión por el Derecho.

Hoy todos sabemos cuanto significó para nuestra Universidad, el gran número de generaciones de alumnos que formó y, para los que tuvimos el privilegio de ser sus alumnos y colaboradores, las enseñanzas del jurista, las obras del juzgador, las acciones del maestro que, como Sócrates, suscitaba las vocaciones a su paso, sin inculcar ni imponer otra doctrina que la probidad mental, el árduo estudio, la limpieza ética, de que siempre fue ejemplo, el amor a la justicia y a la verdad.

El Maestro Musi vivió su vida plenamente. Amó y fue amado intensamente por esa gran mujer que encontró por compañera de su vida: la Sra. Luz Elena Fernández de Elías, con quien formó su maravillosa familia en la que sus hijos: Edmundo, Ricardo, Alberto y Elena, sus hijas e hijos políticos, así como sus nietos, se convirtieron en la razón de su existencia. Nuestro querido Maestro Musi vivirá siempre en la perenidad de su obra, en el recuerdo de sus alumnos y de sus colaboradores, en el corazón de sus compañeros, amigos y sobre todo de sus seres queridos.

El fallecimiento de un ser querido no encuentra sitio en la conciencia. El dolor que provoca la ausencia, destroza el espíritu. El alivio sólo pertenece al tiempo. Inmortalizar su recuerdo: conforta el pensamiento, consuela al corazón, como dijo Alfonso Reyes, “sirve de reclinatorio al alma”.

La imagen que nuestro querido maestro Edmundo Elías Musi deja grabada en nuestra memoria, es de hombre bueno, extraordinario jurista, juzgador intachable, excelente maestro.

La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

min.mblr@gmail.com @margaritablunar