El velo que condena

El 13 de septiembre la joven Mahsa Amini, de 22 años, caminaba tranquilamente por un parque de Teherán con rumbo al centro de la ciudad, cuando la policía religiosa islámica la interpeló por no llevar bien puesto -quizá no le cubría enteramente la cabeza- el velo -el hiyab- y, embarcada en una camioneta, fue conducida a la comisaría.

Pocas horas después Mahsa Amini sería transportada, en coma, de la comisaría al hospital, donde falleció el 16 de septiembre, siendo inhumada, sin autopsia, en Saqqez -en el Kurdistán iraní- donde residía con su familia. Víctima de la golpiza que recibió de parte de los policías, como lo mostraban los rastros de sangre en sus sienes, su brutal asesinato provocó innumerables e inacabables muestras de indignación en el país y en el mundo.

Provocó, asimismo, la represión del gobierno a las manifestaciones que condenaban el asesinato y exigían castigar a los responsables, represión que ya arroja saldos de alrededor de 200 muertos, incluso niños, e innumerables heridos, y se complementa con alegatos rayanos en el absurdo y la infamia, sobre las causas del deceso de la desdichada joven de apenas 22 años.

Según las autoridades, la muerte de la joven no fue causada por los golpes que recibió durante su detención, sino debido a “una intervención quirúrgica practicada para extraerle un tumor cerebral a la edad de ocho años”; y no conformes con mentir, burda y desvergonzadamente en este caso, lo han seguido haciendo en el caso de otras víctimas de la represión de las autoridades: así, por ejemplo. la justicia iraní negó que la adolescente de 16 años Sarina Ismailzadeh fuera masacrada por las fuerzas de seguridad durante una manifestación de protesta y sostuvo, en cambio, que ella se suicidó, saltando desde la azotea de un edificio.

Pero la lista de las víctimas no se reduce a las mencionadas, sino que incluye muchas más, entre ellas, Nika Shahkarami, Hadis Najafi y Minoo Majidi, asesinadas por las fuerzas de seguridad.

Las manifestaciones de protesta, en múltiples ciudades del país, han sido reprimidas mediante detenciones violentas, la utilización indiscriminada de la fuerza -e incluso el corte del servicio de internet, para incomunicar a los que protestan- según lo ha reseñado The Washington Post, después de analizar cientos de videos y fotografías y de hablar con manifestantes y activistas de derechos humanos.

Como resultado de esa investigación, los periodistas Joyce Sohyun Lee, Atthar Mirza y Babak Dehghanpisheh, publicaron el 5 de octubre, a más de dos semanas del asesinato de Mahsa Amini y de las protestas por el crimen, un artículo en el que informaban que las fuerzas de seguridad disparaban, “probablemente con balas reales”, contra los manifestantes que protestaban.

El artículo da cuenta, asimismo, de las detenciones arbitrarias y con lujo de violencia, de manifestantes, de tortura en las comisarías, e incluso de la detención de civiles ajenos a las manifestaciones de protesta, a los que, mediante el empleo de gases lacrimógenos obligan a salir de sus casas. Las fuerzas de seguridad, desatadas, tienen órdenes de “enfrentarse sin piedad, incluso causando muertes, a cualquier disturbio de los alborotadores y antirrevolucionarios”.

Las tácticas de represión a quienes protestan incluyen el corte del servicio de internet, principalmente durante las horas en las que los manifestantes se comunican entre sí y con el mundo exterior: el corte tiene lugar al final de la jornada laboral -4 de la tarde- cuando se inicia la mayoría de las protestas, para recuperar su normalidad después de medianoche. A tal grado ha sido la eficacia de este bloqueo de internet, que, si en los primeros días de las protestas los manifestantes que empleaban la red podían subir 3000 videos diarios, al aumentar las interrupciones en la red, solo podían subirse de 100 a 200.

Para el régimen las protestas son antirrevolucionarias y deben ser reprimidas con dureza, sin miramientos, hasta la muerte, llegado el caso. Además, “la mujer que se atreve a despojarse del velo -según algunas interpretaciones islamistas- incurre en apostasía y opta por la pornografía, la prostitución y la desobediencia civil”. Absurda interpretación que revela, sobre todo, misoginia, un profundo desprecio a la mujer.

Pero no solo eso, sino que cuando una mujer es abusada o violada, se le acusa de haber sido ella misma quien provocó el abuso.

En este escenario de represión homicida por parte del Estado, en manos de sus cuerpos de seguridad, entre ellos la policía religiosa islámica y de protestas populares, principalmente de jóvenes, estudiantes entre ellos, a las que hay que añadir las que han tenido lugar en múltiples países, se hacía necesario el pronunciamiento del gobierno.

Y lo hubo, al más alto nivel, aunque después de dos semanas de la muerte de Mahsa Amini: el Guía Supremo Ali Jamenei, la principal autoridad del país lamentó la muerte de la joven, pero condenó las reacciones de quienes “queman el Corán, las mezquitas y que las mujeres se despojen del velo”, refiriéndose a las innumerables manifestaciones de protesta, a lo largo del país, por el asesinato de la joven.

Declaró, además, textualmente: “Digo, de manera directa, que los desórdenes y la inseguridad son obra de Estados Unidos, del régimen sionista (Israel según la terminología oficial de Irán), de sus mercenarios y de ciertos iraníes traidores que desde el extranjero los ayudan”.

Jamenei emplea el espantajo del “Gran Satán”, como ha dado en llamarse a Estados Unidos desde la época de su antecesor, el imán Jomeini, para responsabilizar a Washington y a Occidente, así como a Israel, de las protestas, lo que es falso.

Ello independientemente de que Washington -léase la CIA- pudiera aprovechar la situación para presionar a Teherán de que vuelva al acuerdo que recorta drásticamente su producción nuclear, suscrito con los cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad, más Alemania, del que Trump se había retirado.

Israel también estaría dispuesto a aprovechar estas protestas contra el régimen de los ayatolás, “bestia negra” de Tel-Aviv, que se ha dedicado a torpedear el acuerdo sobre el programa nuclear por considerarlo “una amenaza existencial” a Israel y un instrumento que ofrece “inmunidad internacional” al régimen iraní.

Recuérdese que Israel reanudó relaciones diplomáticas -o al menos oficiosas- con monarquías del Golfo, suscribiendo, de hecho, um “pacto infame” con los gobiernos sunitas, encabezados por Arabia Saudí, contra Irán, chiíe, enfrentado al sunismo por pretextos de religión que encubren luchas islamistas de poder.

Lo cierto es que las protestas por el asesinato de Mahsa Amini y otras, así como la imparable represión contra manifestantes, provocó la multiplicación de tales concentraciones callejeras de mujeres -y también de hombres- desafiando al gobierno. Incluso están participando las adolescentes de los liceos, hasta los que han llegado agentes de la policía religiosa islámica para registrar mochilas de las estudiantes y amenazar a quienes se atrevan a participar en protestas.

En veintisiete provincias de las 31 del país hay estas protestas en solidaridad con Mahsa Amini y con el centenar de muertos y se pensaría que fortalece el movimiento. Como sucedió con otros, por ejemplo, en 2009 para exigir transparencia en una elección presidencial y en 2019 contra el alza de precios de la gasolina. O, ¡qué ironía!, como en 1979 cuando el pueblo derrocó al sah de Irán y entregó el poder, entre aclamaciones, al ayatolá Ruhollah Jomeini, padre de la dictadura teocrática que gangrena al país.

“Mujer, vida libertad”

Hoy el movimiento de protesta en Irán es de las mujeres y en favor de las mujeres que, al grito de “Mujer, vida, libertad”, exigen el respeto a su dignidad. Un grito que resuena en muchos otros países, donde el sexo femenino se solidariza con sus congéneres persas.

Las mujeres que protestan en Irán agitan sus velos, se cortan el cabello y ellas y los muchos hombres que las secundan, alientan a sus compatriotas a practicar la desobediencia civil. Y más. porque, como muestran videos que circulan ya por diversos países, los estudiantes pisotean las imágenes de los líderes supremos, el difunto Jomeini y Jamenei, el anciano que es su sucesor; y también la de Quasem Soleiman, “héroe de guerra”, que falleció en 2020 en un ataque aéreo de Estados Unidos.

Las protestas han tenido un enorme impacto mediático internacional y quienes las organizan en el país han llegado inclusive a piratear la cadena de televisión del Estado: este último sábado, 8 de octubre, durante la retransmisión de un discurso del Guía Supremo Jamenei, apareció su fotografía surgiendo de las llamas y la leyenda: “la sangre de nuestra juventud fluye de tus garras”, al tiempo que sonaba una canción con el eslogan “Mujer, vida, libertad”. La foto y los mensajes permanecieron en el aire durante quince minutos.

Las protestas, aunadas a las campañas de las y los activistas iraníes y de otras nacionalidades en el extranjero, se han hecho presentes en diversos países, y en el uso intensivo de las redes sociales: por ejemplo, en Estados Unidos mujeres iraníes académicas, artistas, profesionistas, ejecutivas de empresa, etc., brindan valiosísimos apoyos, en forma personal o a través páginas web, a sus compatriotas mujeres que dan la cara en Irán enfrentando al régimen.

Esta campaña de concientización en el extranjero de la situación de las mujeres en Irán ha sido llevada a cabo por mujeres famosas, cortándose mechones de pelo ante las cámaras, para solidarizarse con las mujeres obligadas en Irán a llevar la cabellera recogida y oculta bajo el hiyab. Ha sido el caso, por ejemplo, de las actrices francesas Juliette Binoche, Marion Cotillard e Isabelle Adjani, así como de las españolas Penélope Cruz y Maribel Verdú.

Las protestas, hasta en los “más remotos confines del país”, que no cesan, hacen decir a quienes participan y a las y los iraníes del extranjero, así como a algunos analistas, que el movimiento contra los graves -a menudo mortales- abusos que sufren las mujeres será exitoso. Pero quienes no piensan así hacen notar, en primer término, que Irán ha sido permanente escenario de protestas sociales, airadas, violentas, una costumbre de la sociedad iraní.

De estas protestas, la más grave, en 2009, contra la sospechosa reelección de Ahmadinejad en la presidencia, con millones de personas en la calle, fue, con mucho, más importante y grave que esta de las mujeres y pudo ser reprimida lentamente. Una opinión que sin embargo no todos los analistas comparten.

Al margen de esta discusión sobre el número de participantes en las protestas, es más importante lo que sostiene Maruán Soto Antaki, destacado experto en el tema, de que los pilares que sostienen al régimen de los ayatolás son la interpretación del Corán que hace a la mujer víctima de aparheid. Los otros dos pilares son la negación de la existencia de Israel y el anti-occidentalismo.

El velo, “ese trozo de tela -dice el investigador Farid Vahid- es el símbolo cotidiano, en la ciudad y en el campo, de la teocracia, esta unión de la mezquita y el Estado. El velo es el signo exterior de la tutela del régimen sobre la sociedad civil”.

La hora de las mujeres

La hora de las mujeres ha llegado hace tiempo. Felizmente. Basta con echar un vistazo a los gobiernos -sucumbo a la tentación de mencionar a Ángela Merkel, Tsai Ing-wen -la “pequeña Tsai”- presidenta de Taiwán, Ellen Johnson Sirleaf, presidenta de Liberia y premio Nobel de la Paz y nuestra Michelle Bachelet- al mundo de la empresa, de las ciencias y de las letras, para constatarlo.

La universidad en México, Latinoamérica, Estados Unidos y Europa es, de tiempo atrás la casa de estudios de las mujeres; y también las profesiones y los cargos. ¡También en Irán! el velo no es impedimento para que las mujeres estudien en la universidad y se gradúen. Por eso no es aventurado decir, como Bret Stephens, columnista de The New York Times y premio Pulitzer, en su artículo del 5 de octubre pasado, “que comiencen las revoluciones las mujeres… en Teherán y en Moscú”.