Activismo empresarial
Maquiavelo, por lo que toca a quienes detentan la riqueza o se consideran como clase alta, comenta que, en situaciones de crisis, recurren a la práctica de acreditar ante la ciudadanía u opinión pública a uno o dos de sus miembros con vista a que encabecen el gobierno y lo hagan en detrimento de sus adversarios.
Con el activismo político que muestran los empresarios, pudiéramos estar en la situación que describe el florentino. Es entendible. Nunca las relaciones entre gobierno y el grueso de los empresarios habían estado tan deterioradas. Hay excepciones, como en todo. Los beneficiarios de las adjudicaciones directas de obras, de los grandes proyectos, entre ellos los miembros de las fuerzas armadas, quisieran que el actual estado de cosas fuera permanente o que, en el peor de los casos durara, cuando menos, lo que resta del presente siglo. No es mucho pedir.
Ante el fenómeno político inédito del fin de los partidos políticos en el sentido que se toman en México: franquicias para alcanzar y retener el poder; para hacer negocios; contar con patentes de corzo para asolar y asaltar el presupuesto público, ellos pudieran subsistir como figuras protocolarias, para cumplir con uno de los requisitos que son propios o inherentes a las democracias, pero no como medios para alcanzar el poder
Ante el fracaso de los políticos tradicionales, parte de la ciudadanía, sin costo para el erario público, se está organizando. Todo indica que va a luchar por desplazar a aquellos y, llegado el caso, pretende asumir el poder político. No es ajeno a las democracias occidentales el que una clase económicamente rica asuma el poder político, con vista salvar sus negocios o incrementar sus ganancias. La política económica errática de AMLO y Morena, secundada por partidos satélites, justifica y explica esa acción de los empresarios.
Estos no carecen de razón para hacerlo ni de objetivos, metas y fines para intentarlo.
En colaboraciones anteriores he hecho referencia a las alternativas que existen, tomando como actores a los partidos políticos y a quienes dentro de ellos se ven como más viables para ser candidatos; en las actuales circunstancias políticas, éstos y las organizaciones a las que pertenecen, no son las únicas opciones a disposición de la ciudadanía. Existen otras opciones, no son malas ni están ausentes de méritos como para descartarlas. Paso a explicarme.
AMLO, no se conforma con destapar las “corcholatas” de Morena, también se siente con derecho de destapar a las de la oposición; lo hizo con el fin de ventanear el mayor número posible de opositores y exponerlos al escarnio público. Presentó una lista de cuarenta dos posibles candidatos de la oposición; en ella hay de todos los sabores y para todos los gustos.
Al parecer a AMLO y a Morena le preocupa más Claudio X González, de ahí que los ataques preliminares, tanto de ellos como de la prensa, oficialista e independiente, se han dirigido a él. Los ataques indican que lo ven con beligerancia y lo consideran como un adversario sólido, con ideología y ascendiente.
AMLO y Morena apuestan a una reforma electoral que comprenda la composición del Instituto Federal Electoral, Tribunal Electoral y el presupuesto público que se destina a campañas políticas. En el pecado llevarán la penitencia. Ante la falta de autoridades electorales reales e imparciales, es factible que recurran a la práctica, que es habitual en ellos y que ha quedado en evidencia con la publicación del libro El rey del cash, de recurrir al financiamiento ilegal. Más lo harán en el supuesto de que la reforma electoral comprenda el financiamiento público.
Los morenos pasan por alto que una oposición unida, con un candidato empresarial, también puede recurrir a la misma práctica, con el agregado de que estos sí cuentan con los recursos para financiar no una sino muchas campañas electorales. Éstos, con tal de lanzar del poder a la camarilla corrupta que nos gobierna, sabiendo que es una buena oportunidad para acabar con la 4T, le echarán toda la carne al asador.
Los partidos políticos de oposición tienen que convencerse que solos no valen nada, que unidos pudieran alcanzar el poder, pero que con el concurso de los empresarios y con un candidato de éstos, pueden asegurar un triunfo holgado y prolongado.
En los debates entre los candidatos, será muy difícil, si no imposible, al candidato oficial defender los errores, excesos, abusos, militarización, deficiencias, simulaciones en que han incurrido AMLO, la 4T y sus satélites. Le será imposible sentirse parte de la actual administración.
Claudia Sheinbaum, como candidata de la 4T no podrá defenderse ni defender a su ídolo AMLO. Ella por sí no es nada; en cambio tendrá que esconder la cola que será el hecho de haber pertenecido a la 4T, para que se olvide la tragedia de la Línea 12 del Metro y se pase por alto el hecho de haber repudiado a su esposo Carlos Imaz, por corrupto y tener que reconocer y, por ello defenderse de la acusación de que, al parecer, con el dinero que él recibió, viajó a Europa con sus hijos. Además de que pesa sobre ella la sospecha de gozar de una doble nacionalidad, lo que implicaría enfrentar un conflicto de intereses grave.
En todo caso, vistas las circunstancias en que se halla el país, quien salga como candidato de Morena, para tener que algunas posibilidades de alcanzar el triunfo y afianzarse como tal, entre otras acciones inmediatas que tendrá que emprender será desvincularse totalmente de AMLO y de todo lo que él significa. Prometer castigo a los responsables de los excesos, ofrecer revisar los errores y enmendarlos y, lo más importante, prometer un cambio radical en el manejo de los negocios públicos.
De no alzarse el candidato de Morena con la victoria, alcanzo a entrever que muchos morenos: secretarios, legisladores, gobernadores, empleados superiores y ministros de la Corte pasarán alguna temporada en el Altiplano. Ese es recurso al que debe recurrir quien resulte vencedor en la elección presidencial del 2024 para afianzarse en el poder y desvincularse de la mala imagen de AMLO y Morena.

