En México, la celebración de los días 1º. Y 2 de noviembre, conocidos como “Día de todos los Santos” y “Día de Muertos” tiene orígenes tanto mesoamericanos como españoles.

A lo largo de la historia de la humanidad se han desarrollado diferentes rituales para despedir a las personas que abandonan este mundo. Cada una de las distintas civilizaciones, atendiendo a su historia, creencias religiosas, costumbres y tradiciones, han respetado a la muerte.

La historia y la arqueología han dado testimonios de las celebraciones que al respecto han realizado las grandes civilizaciones como la egipcia, tibetana, nórdica, romana, etc. así como, de los grandes monumentos, centros ceremoniales, mausoleos que los hombres han creado para honrar a sus muertos. Sólo por citar algunas: el Tahj Majal en la India; las pirámides egipcias, incas, mayas; templos, santuarios, iglesias, panteones, etc.

En nuestro país los historiadores atribuyen esta celebración a 2 fuentes distintas: la religión católica venida de Europa con la conquista y la cultura de los pueblos mesoamericanos.

En el cuaderno 16 publicado por Canaculta, “Festividad Indígena del día de los muertos en México”, Elsa Malvido señala que la conmemoración del día de todos los Santos y del día de muertos es netamente española, colonial, cristiana y romano pagana, transmitidas por los frailes españoles a los indígenas de los pueblos originarios.

Este concepto parte de que en la religión católica la conmemoración más importante es el sacrificio de Jesús, que murió para redimir al mundo y después resucitar. Por ello la muerte es el paso a la vida eterna.

En los orígenes del cristianismo, los creyentes fueron perseguidos. Cientos murieron por difundir la fe en cristo y seguir su ejemplo. Los mártires fueron recordados como Santos, pero, sus nombres se fueron perdieron con el tiempo. En el siglo XI la iglesia inició una labor de rescate, el Abad de Cluny, Francia, propuso una celebración para honrarlos, el día 1º. de noviembre. A ella se adhirió el recuerdo de los muertos que forman parte de los familiares y seres queridos, que le fue asignado para su conmemoración el día 2 de noviembre.

En el siglo XIII la iglesia Romana aceptó estas celebraciones en el Concilio de Trento. Las cuales consistieron en la exhibición de las reliquias de sus Santos y se concedían indulgencias.

Los reinos católicos de Aragón y Castilla, adoptaron la costumbre de preparar alimentos para estas fiestas, que imitaban la forma de las reliquias.

La conquista de la Nueva España trajo con los Frailes Franciscanos y Dominicos esta conmemoración. Los dulces que hacían en los conventos de Santa Clara y San Lorenzo con las formas de las reliquias (huesos, cráneos, esqueletos) recibieron el nombre de alfeñiques” y podían adquiriese en puestos ambulantes cerca de la Catedral.

En la obra de Conaculta, José Eric Mendoza Luján, manifesta que en los pueblos prehispánicos las celebraciones se distinguieron según la edad de los muertos, pues en el ritual indígena nahua existían el Miccailhuitontli o Fiesta de los Muertecitos, que se conmemoraba en el mes de agosto y la Fiesta Grande de los Muertos, el 10º. mes del año.

Recuerda que la cultura indígena giraba alrededor de la agricultura. Se veneraba a Tlaloc, Dios de la lluvia, a quien se sacrificaban niños que se convertían en Tlaloques, razón por la cual, en la celebración de los muertos pequeños llevaban ofrendas de comida a la montaña Acoconetla, (lugar de los niños de agua). Acoconetla se ubica en lo que actualmente es la Delegación Magdalena Contreras.

Eduardo López Moctezuma señala en la página de Arqueología Mexicana, que los mexicas tenían la creencia que la vida se prolongaba después de morir, razón por la cual, estimaban 4 destinos, dependiendo la forma en que fallecían: El Tonatiuhichan, “La casa del Sol”, destino de los guerreros caídos en batalla, los capturados para el sacrificio y las embarazadas; El Tlalocan, paraíso de los que morían por el agua; El Chichihualcuauhco, para los bebés; y, El Mictlán, para el resto de personas que fallecían por causas distintas.

Para llegar al Mictlán, último sitio de los muertos, debían realizar un largo recorrido ayudados por el perro xoloescuintle, que duraba 4 años: iniciaba siendo devorados por Tlaltecuhtli, diosa de la tierra, para que pudieran viajar por los 9 niveles del inframundo mexica, explicados por Fray Bernardino de Sahagún.

Finalizaba su recorrido en Itzmitlanapochcalocan, la morada de los dioses del inframundo: Mictlantecuhtli y su esposa Mictlancíhuatl. A quienes entregan las ofrendas con las que fueron sepultados

Con la llegada de los españoles, los Frailes se percataron que había cierta coincidencia en las fechas de celebración de estas festividades. Ambas costumbres se fueron fusionando en un sincretismo religioso que adoptó tradiciones de ambas culturas, española y prehispánica, por ejemplo: consumir postres en forma de huesos que derivaron en el popular pan de muerto, calaveritas de azúcar, chocolate o mazapán; visitar los cementerios, poner altares con velas, flores, sal, agua, ofrendas de comida, bebidas y objetos apreciados por los difuntos.

La celebración del Día de Muertos, en nuestro país no es un día de dolor, es un día de felicidad de recuerdos hermosos, en el que se cree que ellos visitan nuevamente, la tierra, en donde se les espera con regocijo, con un colorido, iluminado, floreado y vistoso altar, que les ofrece no solamente cariño y veneración, sino aquella comida y objetos de su agrado. Se considera una celebración que nos permite que continúen vivos en nuestra memoria.

La UNESCO, declaró el 7 de noviembre de 2003, esta singular celebración como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por tratarse de una tradición integradora y representativa de una cultura preservada a través de los siglos.

La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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