Se le atribuye al único Premio Nobel de Literatura portuguesa (1998), José de Sousa Saramago, una frase que en los días que corren se aplica muy bien por el resultado de los comicios presidenciales en Brasil: el gran país sudamericano de habla portuguesa, la misma del célebre escritor que presumía, como el triunfante Luiz Inacio Lula da Silva, de ser de izquierda, más que suficiente para aliviar todos los males del mundo.
Escribió el autor de Ensaio sobre a cegueira (Ensayo sobre la ceguera) y El Evangelio según Jesucristo: “La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva”. A propósito del ensayo sobre la ceguera, cabe agregar que en la tierra de los ciegos, el tuerto es rey. Así como aquello que dice: a rey muerto, rey puesto. Sucede, en los últimos años, que a cada elección el pueblo —o mejor dicho, la mayoría popular—, se decanta por un simpático candidato que promete todo lo que podía prometer a los “condenados de la Tierra”, y llegado el momento las promesas se esfuman como el agua entre los dedos de la mano. En sus dos primeros periodos de gobierno (2003-2010) —Lula ha participado en siete elecciones presidenciales— logró que millones de brasileños se quitaran el yugo de la pobreza y alcanzaran niveles de prosperidad no soñadas. Esta hazaña lo convirtió en el primer político brasileño que gana tres comicios presidenciales en toda la historia del gigante sudamericano. La diferencia estriba en que, a doce años de distancia, las condiciones del país son muy diferentes. Económicas y políticas. Amén que la pobreza ha crecido en todo el territorio brasileño.
Todo mundo sabe que la vida de Lula no ha sido un camino lleno de rosas. La historia del líder es la de millones de sus coterráneos. Nació en 1945, como el séptimo hijo de una familia muy pobre, que decidió emigrar hacia el sur en busca de nuevas oportunidades. De Caetés (Pernambuco) a São Paulo, de la mano de su madre; el padre los abandonó cuando el futuro sindicalista era muy pequeño. Cuenta Luis Inacio de su madre: “Esa mujer, que era analfabeta, consiguió criar una familia de ocho hermanos, cinco hombres y tres mujeres en una armonía total y absoluta. Nunca peleamos entre nosotros”.
Temprano abandonó la escuela; trabajó como vendedor ambulante, recadero, bolero. A los quince años, se hizo tornero, oficio que sería el origen de su trayectoria sindical en el Servicio Nacional de Aprendizaje Industrial, una formación que no tuvo ninguno de sus hermanos y que lo llevó a Industrias Villares, en la región del ABC Paulista, donde empezó a militar en el Sindicato de los Metalúrgicos de Sao Bernardo y Diadema. Trabajar en la industria metalúrgica lo marcó para siempre en su vida política. Como tornero, Lula perdió el dedo meñique de su mano izquierda a los 17 años de edad. En ese tiempo, fue testigo de la instauración de la dictadura militar en Brasil. La actividad sindical suplió la escuela que nunca tuvo. A los 23 años ya estaba involucrado en las lides del Sindicato de Metalúrgicos. El camino estaba señalado: llegaría a ser uno de los más famosos líderes sindicales nacional e internacionalmente hablando. Al tiempo que la represión militar crecía bajo la dictadura, Lula ya fraguaba la formación de un partido político. A la par de otros movimientos sociales e intelectuales surgió el Partido de los Trabajadores (PT). El don y la capacidad de hablar con el pueblo, haría el resto. Dice uno de sus biógrafos: “Lula habla la lengua que el pueblo entiende, entonces se identifica muchísimo con la dificultad del pueblo”.
Varias de sus ideas radicales y sus orígenes trotskistas y socialistas harían temer su ascenso a la Presidencia de la República, sobre todo a la clase media nacional. Varios fracasos electorales le hicieron pensar, incluso, en retirarse de la política en 2002, pero triunfó con el cambio de sus posiciones aguerridas y radicales. Su discurso callejero también cambió. Cuando Lula dejó el poder en 2010 tenía más de un 80 por ciento de aprobación popular. Más de 30 millones de brasileños salieron de la pobreza y el país se convirtió en un ejemplo mundial por su rápido crecimiento económico. La suerte le acompañaba. Lula llegó a decir entonces que “Dios era brasileño”. Veremos ahora sí “continúa siéndolo”.
Luego vino el desprestigio y el escándalo. Hasta caer en la cárcel. En forma tramposa lo condenaron por corrupción pasiva y lavado de dinero. Eso a pesar de la condena y las acusaciones, Lula no perdió el apoyo popular. En 2021 la Corte Suprema le anuló las condenas. Ahora viene la reconstrucción del país. Pronto se verá qué tanta es su habilidad política. A los 77 años de edad, de la mano de Rosangela da Silva, su nueva esposa, después de vencer a la ultra derecha se siente optimista, pero el tiempo no pasa en vano. Y no siempre se tiene un as bajo la manga para conseguir lo que se pretende.
Bien cierto es que hay mucho mérito en las políticas públicas que promovió en sus primeros ocho años de gobierno, en esos momentos la República Federativa contaba con la bonanza de los energéticos y pudo crecer económicamente a un ritmo sorprendente, por lo que se le llamó a formar parte de los países que podrían ser “potencias mundiales”, aunque esa promesa nunca se volvió realidad.
En política como en la vida misma, todos los tiempos se cumplen y el domingo 30 pasado tuvo lugar el balotaje de las elecciones presidenciales 2022 de la República Federativa de Brasil. Con el 100 por ciento de los votos contabilizados, Lula da Silva se impuso por 2,1 millones de votos (60,3 millones frente a 58,2, o lo que es lo mismo, el 50,9 por ciento frente a 49,1 por ciento), en los comicios más ajustados de la historia. Lo que significa que el antiguo líder sindical tomará posesión del cargo el domingo 1 de enero de 2023, con un panorama de apoyos incierto dada su minoría parlamentaria (en las dos Cámaras) y la importante fuerza territorial del bolsonarismo en los principales estados del país (26 en total), entre ellos São Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais. A nivel internacional, la victoria de Lula despierta simpatías tanto en el resto de América como en Europa.
En esta ocasión, como en la primera vuelta, las encuestas volvieron a fallar. De 14 resultados demoscópicos, 12 dieron al ex presidente Lula un triunfo arrollador, con una diferencia de entre cuatro y seis puntos. Uno dio vencedor a Jair Bolsonaro por la mínima y otros por dos puntos. Por varias razones, sobre todo porque las principales empresas de sondeos pertenecen a los grupos mediáticos más importantes del país, que declararon la guerra al mandatario derechista bajo la consigna “hay que derribarlo a como de lugar”. Lo cierto es que la lucha entre el militar (en retiro) y los medios de comunicación han sido cruel y a muerte durante el cuatrienio pasado. Bolsonaro contra Folha y contra Globo, los dos grupos mediáticos más poderosos de Brasil. Enfrentamiento sin cuartel y sin tregua día y noche. Por lo mismo, ambas organizaciones (y otras) apostaron fuerte por el triunfo de Lula, a quien apoyaron sin subterfugios, presentándole como una opción de “centro”.
Ahora, Lula tendrá desde el principio de año el poder que corresponde al Presidente de la República Federativa de Brasil, aunque dado que la nación sudamericana es un Estado federal, su capacidad de acción estará más que mermada en aquellos ámbitos en los que las competencias son de regiones, no del Gobierno central. Lo mismo sucedió con Bolsonaro. De tal forma, Da Silva va a tener a 14 de los 26 estados de Brasil (y un Distrito Federal) como contrapeso. En esos 14 estados triunfó el partido de Bolsonaro o alguna de sus alianzas. Sobre todo, en los tres con mayor población: São Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais. Por otra parte, casi todos los gobernadores fieles al presidente Bolsonaro —el Partido Liberal (PL)—, han felicitado ya a Lula, pero a la hora de la verdad actuarán en su contra.
Aunque el presidente electo en su primer discurso haya manifestado que gobernará para 215 millones de brasileños (213, 993,441 de habitantes según el último censo), y no solo para los que votaron a su favor —como lo hace Andrés Manuel López Obrador que ha dividido y polarizado a los mexicanos en su beneficio—, el hecho es que Brasil está roto y dividido. Por eso, el reto más importante del candidato triunfador del Partido de Trabajadores (PT), es, sin duda, disminuir la polarización, algo difícil dado que el pozo sin fondo de odio y resentimiento persiste; las elecciones terminaron, pero no el enfrentamiento.
Lula da Silva tiene ante sí una tarea muy complicada. Casi en todos los frentes, sobretodo en el Congreso, porque no contará con la mayoría parlamentaria suficiente para desarrollar su programa electoral, en ambas cámaras. El poder legislativo brasileño cuenta con 27 formaciones políticas diferentes. Al contabilizar los votos de la primera vuelta, la minoría “mayoritaria” dentro del parlamento, vuelve a tener el “poder real” desde los tiempos de José Henrique Cardoso (Partido de la Social Democracia Brasileña: PSdB), lo administra el Centrao (una especie de agrupación de intereses que maniató al propio Lula, Dilma Rousseff, Michel Temer y a Jair Bolsonaro), liderado por el empresario Arthur Cesar Pereira de Lira.
Este bloque de partidos medianos y pequeños es el “que la mueve” en el Parlamento para apoyar al Presidente en turno, claro está siempre a cambio de recibir lo que pide. En su momento, Lula y Rousseff llegaron a tener hasta 40 ministerios para contentar a los diferentes líderes del Centrao. Por lo menos un ministerio para cada uno que lo pide. Siempre hay que conceder algo para lograr el apoyo a las diferentes iniciativas presidenciales. Si no ministerios, serían leyes o fondos para sus iniciativas regionales. Lo hizo Lula y lo hace Bolsonaro. Así fue antes y previsiblemente será ahora.
Cada país tiene sus pesos y contrapesos. En el Legislativo y en el Judicial. Nada es perfecto. En Brasil como en México los presidentes tienen poderes cada vez más limitados. Aquí, el jefe de la Cuarta Transformación ha “dominado” al Legislativo y al Judicial a su manera —diga lo que diga el tabasqueño en las mañaneras y en sus baños de pureza—; Lula sin duda ya sabe lo que hay que hacer. El caso es que quien decide qué leyes se aprueban o no en Brasil es el Centrao, que se caracteriza por no tener ideología, pero sí “otras cuestiones”, llámense cargos o efectivo. Pereira de Lira en el Congreso (PP) y en el Senado, Rodrigo Otavio Soares Pacheco del Partido Social Democrático. Ambos saben cómo comportarse con Lula, que hará lo propio para impedir un probable impeachment, como lo sufrió su sucesora Dilma Rousseff.
Truculencias aparte, el hecho innegable es que Lula ganó en la primera y en la segunda vuelta, no como auguraban las encuestas, pero sí lo suficiente para impedir que Jair Bolsonaro lograra su reelección. El primer presidente después del retorno de la democracia a Brasil que fracasa en ese intento. Para ganar su tercer intento presidencial, Lula tuvo que abrir su campo de acción al grado de aceptar como compañero de fórmula —vicepresidente— al ex gobernador de São Paulo, Geraldo Alckmin, que en 2006 había sido su adversario por la presidencia. Así el candidato del PT logró una coalición amplia de fuerzas democráticas, con solo la izquierda posiblemente hubiera fracasado. O sea, cristalizó la democracia contra la autocracia. El colmillo político se aprende o no se aprende, tanto en Brasil como en México. La oposición frente a la Cuarta Transformación debería tomar nota de lo que acaba de suceder en el país del lema “Ordem e progreso”, palabras tomadas del enunciado de Augusto Comte, en su Curso de filosofía positiva (1826): “El amor por principio, el orden por base y el progreso por fin”. Algo supo del positivismo y don Porfirio Dìaz Mori aprovechó la lección.
Contrario a la celeridad en los resultados (electrónicos) de las elecciones brasileñas, antes de cuatro horas del cierre de las casillas el domingo 30 de octubre, en los que se dio a conocer que Lula da Silva era el ganador, el derrotado, Jair Bolsonaro tardó casi 48 horas —el término legal para iniciar el proceso sucesorio en el extenso país sudamericano— en referirse a su derrota en las urnas. Quizás dolido y enojado por la pérdida —nunca antes había doblado la rodilla en las urnas—, el capitán en retiro del ejército, presidente en funciones hasta el 31 de diciembre del año en curso, no se refirió al triunfo del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva, aunque tampoco decidió impugnar la victoria del carismático líder sindicalista. Al conocer el resultado de las casillas, Bolsonaro se encerró en sus oficinas del Palacio de Planalto, la famosa obra arquitectónica diseñada ex profeso en la ciudad de Brasilia, por el conocido arquitecto Oscar Niemeyer, e inaugurada en 1958.
En sus primeros comentarios tras los comicios dominicales, Bolsonaro no reconoció su derrota electoral ante el izquierdista Lula da Silva, pero en poco más de dos minutos, el lunes 31 de octubre, luego del silencio postelectoral, abrió la puerta a la transición política en Brasil. No felicitó al ganador, pero si defendió los bloqueos de los camioneros que pedían en las calles una “intervención” del ejército, aunque enseguida dio a entender que permitiría el traspaso de poderes por fidelidad a la Constitución.
Agradeció el apoyo de los 58 millones de personas que sufragaron a su favor. Flanqueado por más de una docena de ministros y aliados, en la residencia oficial, Jair Messias Bolsonaro agregó que “siempre me han etiquetado como antidemocrático y, a diferencia de mis detractores, siempre he jugado dentro de las cuatro líneas de la Constitución”.
Tras la breve declaración de Bolsonaro, Ciro Noguera, el ministro de la Presidencia, quien es responsable en el Gobierno por el proceso de transición, ya se refirió a Lula como “presidente electo”. “En base a la ley, iniciaremos el proceso de transición”, con lo que se despejaron las dudas que dejó sembradas el presidente ultraderechista en su pronunciamiento. En tanto, la mayoría de los mandatarios del planeta ya habían felicitado a Lula. Obviamente el mexicano López Obrador fue el primero, que casi le gana a Checo Pérez, como si compitiera en la Fórmula Uno. Al platicar telefónicamente, Lula le dijo al mexicano que le agradecía la felicitación pero que él no haría “mañaneras”, y que las entrevistas las concedía a la medianoche. Todo mundo espera que Luiz Inacio no se pierda “al cruzar su Rubicón”. VALE.