¿Hacedor de paz?

En mi artículo del 27 de noviembre, titulado Xi Jinping, ¿hacedor de paz?, que se publicó bajo un título equivocado, comentaba yo la suerte de peregrinación de los líderes occidentales a Pekín o a donde estuviera el poderoso jerarca chino, pidiéndole convencer a Putin de entablar negociaciones de paz con Ucrania.

Tal peregrinación derivó, entre otros motivos, de que políticos y analistas europeos y estadounidenses interpretaron ciertas declaraciones y actitudes de un Xi que, preocupado por las graves consecuencias que la guerra de Ucrania produciría en la economía global, no mostraban su tolerancia inicial ante las acciones de su homólogo ruso.

Recuérdese que el mismo presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, en entrevista del 4 de agosto al diario hongkonés South China Morning Post, expresó su deseo de hablar con Xi, consciente -decía- de que “la influencia de China sobre Rusia” le daba poder para conseguir que Putin acordara la paz con Kiev.

Más recientemente, el 4 de noviembre Olaf Scholz, el canciller (jefe de gobierno) alemán, en visita a Pekín, también pidió a su anfitrión emplear “su influencia” sobre Putin para los mismos efectos; y, todavía más recientemente, en el marco de la Cumbre del G20, celebrada el 15 y 16 de noviembre en Bali, algunos participantes, como Pedro Sánchez, presidente de Gobierno de España y el mandatario francés Emmanuel Macron, hicieron similar petición a Xi.

Obviamente el encuentro más importante, en el contexto de la Cumbre, fue el que sostuvieron Xi y el presidente Biden, en el que, sin embargo, según los medios informativos y los comentaristas, el tema de Taiwán “hizo olvidar a Ucrania”. Al fin y al cabo, está aún fresco el recuerdo de la visita de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes a la Isla el 2 y 3 de agosto, que provocó comprensible indignación en China.

A dos semanas de mi artículo en el que comentaba las peticiones de líderes occidentales al mandatario chino de influir en Putin con vistas a la paz en Ucrania, hay quienes hoy consideran que tal mediación es cada vez más improbable. Porque la entrevista de tres horas que sostuvo el 1º de diciembre en Pekín Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, con el presidente chino, si bien dio lugar a que este propusiera una “coexistencia pacífica” con Europa, reveló que China y Rusia, sus líderes, mantienen su “amistad sin límites”, sin fisuras.

The Washington Post, sin aludir en absoluto a la mencionada propuesta de mediación, publicó el 4 de diciembre un artículo titulado “Un Xi Jinping más pragmático lanza una ofensiva mundial de encanto a favor de China”, informando que, en la Cumbre del G20 en Indonesia, el presidente chino se reunió formalmente con al menos 26 jefes de Estado o de Gobierno; e incluso, “tuvo un comentario amigable con el enviado taiwanés Morris Chang”.

Un Xi que -añade el artículo- no se muestra como “guerrero lobo”, sino como hábil diplomático, para reforzar su posición al interior de una China de turbulencias hoy: las imágenes de esos encuentros con sus homólogos llenan las portadas chinas y son tendencia en las redes sociales. Sin que tal estrategia de ser encantador haga olvidar que Pekín compite con Estados Unidos política y económica y comercialmente, como potencia mundial.  Estrategia diplomática del presidente chino, que además lo llevaría este 9 de diciembre a Riad, a una cumbre con Saudi Arabia y otras naciones del Golfo, precisamente cuando las relaciones sauditas con Estados Unidos no atraviesan su mejor momento.

 

La COVID de todas las protestas

Hoy Xi está enfrentando el descontento popular, derivado de la política de Cero Covid, que ha tenido literalmente confinada a la población, “en un 2020 perpetuo” para evitar el riesgo de contraer y contagiar el virus, en una política errónea, de escasa vacunación. Situaciones ambas -el confinamiento y la escasa vacunación- que no hacen posible la deseable inmunidad de rebaño: que suficiente cantidad de personas haya tenido la enfermedad y desarrolle anticuerpos, o que gran porcentaje de la población se haya vacunado.

El confinamiento y un control brutal: innumerables test sanitarios y otros controles a quienes salgan a la calle, han dado lugar a manifestaciones populares de protesta, como no se había visto -encienden alarmas los medios occidentales- desde las protestas de Tianamén en 1989, que el gobierno ahogó literalmente en sangre -¿200, 2000 muertos en Pekín y casi 10,000 en el resto del país? Aunque desde entonces hubo otras protestas, en 1999 la de la secta Falun Gong de membresía tan numerosa como el partido, en 2008 en el Tíbet y en 2009 la de la minoría islámica uigur en Xinjiang.

Actualmente el cierre de Shangai desde marzo, un incendio en Xinjiang con saldos fatales debido al confinamiento y otras situaciones conflictivas en diferentes sitios, ha dado lugar a manifestaciones de protesta en diversos sitios, Shangai por supuesto, Pekín, incluidas universidades, de Tsinghua en la propia Pekín, en Nanjing y otras instituciones en Xi’an (centro), Cantón (sur) o Wuhan (centro).

Las protestas han incluido a estudiantes, obreros y empresarios y los manifestantes muestran a menudo hojas en blanco, para denunciar que los chinos “nunca han tenido libertad de expresión”. Entre quienes destacan en las protestas, hay jóvenes chinos que han viajado e incluso residido en Estados Unidos y otros países de Occidente, diestros en el manejo de las redes sociales, que han sabido utilizar para difundir en el extranjero los movimientos de protesta. Claro que Occidente no manipula a los descontentos, como se afirma en el gobierno, pero sí es cierto que estos jóvenes que han viajado están “inoculados” de los valores de democracia constitucional y derechos humanos, entre otros.

Hoy las restricciones anti covid se están suavizando -los medios, incluso hablan de que “China da por muerta la política de covid cero” y “el Gobierno aprueba un decálogo de medidas que incluyen el permiso a los infectados leves a pasar la enfermedad en su casa y dar facilidades para adquirir test de antígenos.” Aunque la policía y los órganos de control y represión seguirán vigilando incansables.

Claro que no pocos reporteros, analistas y medios de Occidente estén magnificando las manifestaciones, haciendo énfasis en los gritos que exigían la dimisión de Xi y otros que clamaban por “democracia”. La realidad es que quienes protestaban decían: “No queremos democracia, queremos libertad, queremos volver a una vida normal”.

 

¿Y, qué pasa con Taiwán?

Las primeras planas del mundo sobre Xi y sobre China se han referido a las manifestaciones contra la estrategia de confinamiento para luchar contra el covid y, aunque menos, a la campaña diplomática de “encantador” que ha estado llevando a cabo el presidente con otros gobernantes, entre ellos Biden. No he encontrado, en cambio, mayor comentario al resultado de las recientes elecciones locales en Taiwán, que se tradujo en la “aplastante derrota” del Partido Demócrata Progresista (DPP) de la presidenta Tsai ing-wen, defensora de la independencia taiwanesa. Aunque -maticemos- una política que se muestra moderada frente a China.

El Kuomintang (KMT), vencedor de estos comicios, se opone, de hecho, a la independencia y se pronuncia a favor de un acercamiento, al menos económico, a China, aunque sus candidatos, por obvia estrategia política, se abstuvieron durante la campaña, de tratar el tema de las relaciones con Pekín.

Aclaro, para concluir, que “la pequeña Tsai”, como se le conoce, sigue siendo la presidenta y continúa en la contienda política. Pero la actual situación buscará ser aprovechada por China: Por lo pronto, el responsable de los asuntos taiwaneses, en el gobierno chino, al comentar la elección previno contra las corrientes pro independencia y “las interferencias del extranjero”.