La libertad parece difícil de aceptar para muchas personas y sus reacciones simplemente son fuera toda lógica de vida. Estados Unidos es un ejemplo de ello, basta ver el violento y sangriento inicio de año.

Antes de concluya el primer mes del año, la cifra de muertos ronda cerca de las 80 personas.

La violencia es un problema grave en las grandes ciudades, es una de las principales causas de muerte en todo el mundo y es considerada como un asunto de salud psicosocial, ha alcanzado niveles preocupantes y de gran impacto porque atraviesa fronteras raciales, de edad, religiosas, educativas y socioeconómicas.

Alcanzar una definición de violencia que sea lo suficientemente amplia para abarcar todas sus manifestaciones no es nada sencillo. Sin embargo, es un buen inicio para entender que el poder y la violencia se entrelazan. La palabra “poder” tiene dos acepciones: una vinculada a la potencia creativa («Puedo hacer esto») y la otra al dominio («Tengo poder sobre ellos») y es que el poder, según Michel Foucault, es algo que se ejerce, atraviesa y produce a los sujetos, no se posee, ni se puede tomar, está presente en cualquier manifestación humana.

El poder que pone su acento en el dominio y es esta forma la que predomina en nuestra cultura. La violencia entonces se aprende, se reproduce y normalmente se transforma en una forma de este poder. Son las relaciones de dominación, opresión y explotación (clase, etnia, género, nacionalidad, religión, territorio, gobierno, etc.) las que crean el espacio social para la violencia.

Por violencia podemos entender aquellas situaciones en las que alguien se mueve con relación a otros, en el extremo de la exigencia de obediencia y sometimiento de una persona en contra de su voluntad, cualquiera que sea la forma como esto ocurra. Es un ejercicio de poder y autoridad que ofende, perjudica y quebranta los derechos de la persona, ya que ocasiona daño, lesión, incapacidad, incluso puede provocar la muerte. Existe un arriba donde está quien ejerce el poder y existe un abajo, quien se somete a ese poder, esto puede ser real o simbólico.

Estas definiciones enmarcadas en el espacio de la psicología, bien se pueden aplicar a las casi 40 masacres ocurridas en enero en los Estados Unidos.

Y es que difícilmente se puede entender que 11 personas perdieran la vida cuando celebraban el Año Nuevo Lunar en una sala de baile popular entre asiático-estadounidenses de edad avanzada. Una madre adolescente y su bebé baleados a quemarropa en un ataque que dejó seis muertos a través de cinco generaciones de su familia. Un niño de 6 años que disparó contra su maestra en un aula. Y la lista sigue.

Han sido años difíciles los pasados y según resultados de diversos estudios sobre el comportamiento humano, puede haber sido el detonador en muchas personas con una fragilidad mental y psicológica que los ha llevado a estas situaciones extremas y, sin duda, la creciente es cuando terminara esta violencia.

El rio de sangre y dolor vivido este enero ha llegado a territorios donde la paz y tranquilidad eran medianamente común. Pero lo vivido en California, donde las víctimas del salón de baile del sábado por la noche se sumaron a una lista de más de una veintena de personas que han fallecido en tres ataques recientes, trayendo dolorosos recuerdos a las familias de las víctimas del tiroteo del año pasado en una escuela de Uvalde, Texas.

El año pasado Estados Unidos registró su primer tiroteo masivo también en enero, el día 23 y para la misma fecha de este año, se han producido seis masacres con arma de fuego que han cobrado la vida de 39 personas, de acuerdo con una base de datos elaborada por The Associated Press, USA Today y la Universidad Northeastern.

Es lamentable pero los estadounidenses parecen haber aprendido a convivir con tiroteos masivos en: iglesias, supermercados, conciertos, oficinas e incluso dentro de las viviendas de sus amigos o vecinos. La violencia, explican autoridades del sector salud y policiaco parece radicar en el odio hacia otras comunidades, rencores al interior de un grupo, secretos entre familias o roces entre compañeros de trabajo. Pero a menudo termina cuando un hombre resentido toma un arma.

Lo cierto es que, las ventas de armas de fuego en Estados Unidos alcanzaron máximos históricos a medida que la pandemia de coronavirus se afianzaba en la nación, la economía se paralizaba y la gente salía a las calles para protestar contra la brutalidad policial y la desigualdad racial. Cerca de 23 millones de armas de fuego se vendieron en 2020 de acuerdo con analistas de la industria. El aumento en las ventas continuó en gran medida al año siguiente, registrando un alza del 75% en el mismo mes que una multitud irrumpió en el Capitolio federal (6 de enero 2020), para después disminuir a unos 16 millones de armas vendidas este año.

Es difícil precisar el número de armas que poseen los estadounidenses, sin embargo, podemos hablar de una cifra cerca a loa 400 millones, cifra sorprendente ya que la población hasta el año pasado era de 333 millones.

El derramamiento de sangre en 2023 comenzó el 4 de enero cuando un hombre de Utah, investigado, pero nunca acusado a raíz de una denuncia de abuso infantil en 2020, mató a tiros a su esposa, la madre de ésta y sus cinco hijos para después suicidarse. Y las discusiones sobre las políticas para el control de armas siguen atoradas en el Congreso.

@lalocampos03