El epílogo del régimen Lopez-Obradorista ha comenzado. Cuesta abajo en su rodada, los últimos veinte meses de su gobierno se perciben llenos de sombras, entre ellas las de los 143 mil muertos que, cual fantasmas, se alzan en busca de justicia, del esclarecimiento de su muerte. Es cierto que no se puede culpar de la existencia del problema del narcotráfico, que tiene más de cincuenta años, ni tampoco el resto de vertientes de delincuencia organizada que han crecido como nunca, pero sin duda el actual presidente es responsable de la nula estrategia de seguridad seguida hasta ahora: abrazos no balazos, para combatir la violencia delincuencial. Es como apagar el incendio con gasolina.

Somos legión los mexicanos que desde el primer mes de su gobierno, cuando declaró que su política frente a la violencia y la delincuencia organizada optaba por ofrecer abrazos y no balazos; expresamos nuestras reticencias y en busca de ser escuchados, formulamos planteamientos de reconducción de la política pública de seguridad, señalamos que la intervención de los militares en tareas de policía es anticonstitucional, que resultaba equívoco, que la corrupción permearía a las fuerzas armadas y desde luego que se presentaría una espiral de crecimiento de violaciones a derechos humanos.

Hoy, la sociedad y los Organismos Internacionales reprueban la ausencia de política pública  en materia de seguridad, por la cantidad de muertos, por las violaciones de derechos humanos, por el empecinamiento y terquedad de no modificar la estrategia de abrazos y no balazos, por la polarización social que se ha generado y por la construcción de un marco jurídico propio de un Gobierno totalitario.

Respecto de la estrategia seguida, en la cual sigue empecinado con una terquedad digna de mejor causa; desde la sociedad y la academia diversas voces y con distintas tonalidades le hemos señalado que el acento de las acciones debe ponerse en la inteligencia policiaco-financiera y el lavado de dinero; que debe construirse una hoja de ruta para el retiro gradual de las fuerzas armadas, que no pueden regresar derrotadas a sus cuarteles. La respuesta ha sido y sigue siendo que:  “no hay más ruta que la mía”.

Por ello, aumentan las sombras de las violaciones de derechos humanos: desapariciones forzadas, torturas, ejecuciones extrajudiciales, y la ya escalofriante cifra de homicidios sin aclararse, mismos que no cuentan en su mayoría con indagatorias abiertas. Las sombras se ciernen ominosas en la evaluación que se hará de la presente administración al final de su gestión.

En otros rubros, como todo político, el propio presidente inició el descenso en el tobogán del fin del régimen al adelantar los tiempos de la sucesión y continuar siendo el jefe de su partido. Ahora funge como jefe de campaña de sus corcholatas para crearse una base de poder transexenal.

La cerrazón autoritaria patente en la iracunda y algunas veces sarcástica respuesta del inquilino del palacio, quien cada día pierde el sano juicio y reacciona con irritación emocional a los reclamos sociales, sólo evidencia su alejamiento de la realidad, por lo demás característica específica del cuarto año de Gobierno desde el viejo sistema, en el cual el Presidente en turno secuestrado por sus allegados y corifeos se sentía dueño del destino de la patria. En su intento por inventar nuevos distractores, el inquilino del palacio cae constantemente en provocaciones de molestia

Es tal su extravío que sigue sin darse cuenta que al adelantar su sucesión, cada día pierde poder y que en los hechos su sexenio ha terminado. Él mismo desatiende la Presidencia por la coordinación de campaña de las “corcholatas” de su partido con vistas al 2024.

Ahora se ha empeñado en sostener como posible candidata a la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, a pesar de los malos resultados que ha tenido en el gobierno de la Ciudad; un ejemplo de ello es haber aplicado la “austeridad franciscana” en el desempeño de los servicios que debe prestar el gobierno capitalino a los ciudadanos, en particular en los trabajos de mantenimiento del Metro, este medio de transporte que millones de usuarios capitalinos y del área conurbada utilizan diariamente, y provoca que estén en constante peligro de ser víctimas de un accidente o de ser intoxicados por el humo tóxico que se produce en los incidentes “atípicos”  que cada semana ocurren en las líneas del Metro.

En la realidad que vive el país, no hay suficiente claridad ni transparencia para hacer un juicio justo. La incertidumbre del régimen sólo permite percibir sombras ominosas de un descenso en el crepúsculo de este gobierno. Es indiscutible el retroceso político del país, asunto que preocupa a más de un gobernante de los países que tienen afinidad con México. Pero eso no significa que nuestros vecinos y otros países, particularmente Estados Unidos, no deban intentar apoyar el fortalecimiento de la Democracia en nuestro país.