Molière (1622-1674), nació con el nombre de Jean-Baptiste Poquelin. Como Shakespeare, no era sólo dramaturgo, sino lo que se dice un hombre de teatro: actor, productor, administrador y, por si fuera poco, gran promotor de su grupo teatral.

Por su lado, Mijail Bulgákov nació en Kiev, parte entonces del Imperio Ruso y murió en 1940 en Moscú, ya en la era de la Unión Soviética. En el mundo capitalista, es conocido, y reconocido, por Corazón de perro, y sobre todo por El maestro y Margarita. Es, además, y por eso lo traigo a cuento, autor de Vida del señor de Molière, obra que presenta, no como una biografía, sino como una novela, aunque cada detalle es corroborado al pie del documento y se da el lujo de advertir al lector cuando se trata sólo de una “especulación”. Y ya que menciono al lector, vale la pena señalar que dialoga con nosotros y hasta nos pregunta qué pensamos sobre, por ejemplo, el escandaloso asunto de si su última esposa, Armande, es hija o nieta de una  antigua amante del dramaturgo, tema que ha desvelado a muchos, me temo que morbosos, especialistas.

El primer y sorprendente capítulo, es una desenfadada conversación que el narrador tiene con la partera que trajo al mundo a Jean-Baptiste. Al crecer, el joven no tiene interés en la tapicería, oficio y privilegio que podría heredar de su padre, nada menos que el tapicero real. Su madre muere poco después y el tapicero toma una segunda esposa; sin embargo, su abuelo materno vive y no se pierde una función de teatro y el teatro que le gusta es el teatro popular, el de equívocos y maridos engañados. En esas funciones, el nieto se fascina con un actor de la Comedia del Arte, el legendario Scaramouche (interpretado en Hollywood por Stewart Granger). El enfrentamiento del futuro Molière con su padre es terrible, pero convierte al joven en cómico de la legua, casi siempre con escasa fortuna.

Aunque suele tartamudear, Molière quiere ser actor y como dramaturgo pretende emular a Corneille, intentar, pues, el género mayor: la tragedia. Poco a poco descubre que los pasajes cómicos que ponen para entretener al público para llenar los huecos por cambios de vestuario, de escenografía o de escena, es lo que ama el público y así se inicia el destino de Molière para convertirse en el mejor escritor de comedias de todos los tiempos.

 

La gran paradoja

Todos los estudiosos presentan a Molière como el creador de los arquetipos: El avaro, Don Juan, Las preciosas ridículas, El enfermo imaginario y Tartufo, pero lo que revela Bulgákov, y aquí la paradoja, es que Molière copiaba del natural, a tal grado que público y destinatarios sabían nombre y apellido de los agraviados. La censura y los abucheos de las claques de los aludidos suelen acompañarlo, pero sus triunfos son tan arrolladores que su grupo muy pronto se convierte en el grupo de teatro de la corte, bajo la protección de Luis XIV.

Para terminar, sólo quiero añadir que Bulgákov muestra, de un modo sutil pero escalofriante el poder político de la Iglesia encarnada en Richelieu  y Mazarino, pero sobre todo (aunque incluso participaba como bailarín en los ballets de Molière) de Luis XIV, de la monarquía, el poder absolutista del Rey Sol.