Recientemente se cumplieron 106 años de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, la cual se verificó en Querétaro, fue producto del trance revolucionario que iniciara en 1910 contra la dictadura porfirista, quien encendió la antorcha del citado movimiento fue Francisco I. Madero.

Nuestra Constitución es la ley fundamental, el regulador jurídico de México que ha sufrido múltiples reformas, por lo regular cada presidente considera que se debe reinventar nuestro país y envían iniciativas a destajo, aunque prevalece una impunidad que no deja de galopar si revisamos nuestro presente con sus rasgos tétricos.

De manera coyuntural cada vez que se acerca el aniversario de nuestra ley fundamental no faltan las voces que expresan la necesidad de convocar a un Congreso Constituyente para crear otra carta magna, que responda a los requerimientos de la actualidad con todo y que la vigente ya registra cientos de reformas.

Nuestra constitución se divide en dos partes: la dogmática y la orgánica con 136 artículos. No olvidemos que en el año 2011 se registró una gran reforma para poner a los derechos humanos al centro, México tiene tratados internacionales de trascendencia.

Nuestra actualidad pone de relieve grandes problemas, el déficit que tenemos en materia de justicia, en contraparte, una robusta impunidad que se expresa cotidianamente de diversas maneras: crimen organizado, corrupción, incremento de homicidios dolosos y un largo etcétera. Los poderes fácticos y sus dentelladas que no dejan de provocar incertidumbre, temor y hastío.

Nuestra ley fundamental ha sufrido desde su promulgación una kilométrica lista de enmiendas, adiciones y cambios que en algunos casos obedecen a situaciones plenamente justificadas, en otros son el reflejo caprichoso de la voluntad del poderoso, tentación a la que los mandatarios no se resisten, su megalomanía lo impide.

Dos momentos se vivieron en materia de nuestra Constitución Política, en primera instancia hablamos del siglo XIX y la generación eminente de la Reforma de 1857 para sentar las bases del estado laico, una visión de estadistas caracterizó a los legisladores de ese lapso temporal.

El michoacano Melchor Ocampo brilló con luz propia para introducir a nuestro país por un camino proyectado a la modernidad para sacudir de una vez por todas las brumas espesas de la superstición medieval.

La Constitución de 1917 promulgada en Querétaro, particularmente en el teatro Agustín de Iturbide ahora llamado de La República, llegó en un momento crucial cuando los caminos de herradura de México aún destilaban la sangre revolucionaria en el forje de caudillos, en férreo combate por el poder temporal, tal fue la narrativa de la época.

Actualmente en pleno 2023 continuamos en un México en donde la narrativa de la violencia e inseguridad no deja de aportar páginas de manera cotidiana, confrontación entre quienes representan los poderes, descalificaciones y polarización que no termina.

En el marco del aniversario 106 de nuestra Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos resulta un imperativo la aplicación de la norma si la auténtica aspiración es contar con un verdadero estado de derecho.

Aplicar la norma y hacer justicia es una necesidad si se pretende honrar el “evangelio laico escrito por hombres libres”, es decir nuestra constitución.