En el principio era Merkel

Tomo prestado parte del versículo del evangelio de san Juan para indicar que inicio este artículo sobre las mujeres en la política con Ángela Merkel, la jefa de gobierno -en Alemania se le llama canciller- que se desempeñó como tal entre 2005 y 2021. Entre sus cualidades personales y mérito como política -es válido llamarla estadista- habría que señalar su capacidad de concertación con políticos y partidos de signo distinto a la democracia cristiana (UDC y CSU), el suyo, que le permitió gobernar en coalición con los socialdemócratas (SPD) -y también con los liberales (FDP). La llamada Gran Coalición (GroKo).

Merkel supo concertar con Putin, la Bestia Negra de Occidente a partir de la invasión a Ucrania, apostando -al igual que Francia- por la “europeización” de Rusia: la Europa “del Atlántico a los Urales” y asociándose a Moscú respecto a la provisión de gas a Alemania. La relación de Alemania y Francia hizo posible la creación del llamado Cuarteto de Normandía, en 2014, con Rusia y Ucrania, con el objeto de solucionar la guerra en el Donbás, la región de Ucrania, escenario hace mucho de controversia con Rusia. Los acuerdos políticos y comerciales con Moscú fracasaron con la actual guerra y Merkel ha sido criticada de manera acre por su política pro rusa, en especial su dependencia del gas. Pero, en mi opinión, la apuesta de la canciller era válida y, a pesar de los revueltos tiempos actuales, debe intentarse de nuevo la diplomacia.

Un último comentario sobre esta mujer admirable: en 2015 Europa enfrentó una grave crisis migratoria, pues víctimas de las guerras y de la miseria en Siria, Afganistán, Eritrea, Nigeria, Albania, Pakistán, Somalia, Irak, Sudán, Gambia, Egipto, Marruecos, India, Nepal, Bután, Sri Lanka y Bangladesh, dos millones de personas procedentes de esos países, llegaron a las costas mediterráneas o cruzaron fronteras terrestres europeas. Y mientras el racismo ante los no blancos, la intolerancia religiosa frente a musulmanes y otras confesiones, a fin de cuentas el egoísmo de no pocos gobiernos europeos, cerraba sus fronteras, Ángela Merkel “extendió la mano a los refugiados” -como escribió el New York Times- y, aún a riesgo de su futuro político, los recibió en Alemania, donde muchos se integraron.

Completo la mención a estas mujeres del siglo XX y del XXI refiriéndome, así sea brevemente, a la reina Isabel II, soberana durante siete décadas, del Reino Unido y de catorce Estados independientes, integrados en la Mancomunidad de Naciones. Para señalar, en primer término, que, sin violentar su papel simbólico de Jefa de Estado, tuvo el talento, la disciplina y el carisma que le permitió, más de una vez, influir en las decisiones de gobierno -digo yo, aunque la información, si existe, se guarda celosamente.

Trató con 15 primeros ministros, de los que destaco a Churchill, que “adoraba a la reina, que despertaba en él todas sus ideas románticas sobre la realeza y la monarquía”. Al laborista Harold Wilson, este catedrático de Oxford que explicó a la soberana cómo funcionaban su partido y los sindicatos y “se quedaba a tomar una copa”. Margaret Thatcher, cuyas divergencias con Isabel provocaron tensiones: Thatcher adoraba la confrontación, y la reina, haría cualquier cosa por evitarla”. Tony Blair, que enfangó al Reino Unido en la guerra de Irak, en 2003, pero también fue un buen consejero de la reina cuando murió la princesa Diana. Por último, Boris Johnson, que carga a sus espaldas ¡y no le importa!, el absurdo del Brexit.

Concluyo recordando que Isabel II tuvo el talento: información, instinto político y patriotismo, para que la decadencia del Imperio Británico no fuera estrepitosa, “no se sintiera” y sus colonias y posesiones en todos los confines del mundo, a muchas de las cuales viajó, se incorporaran, ya fueran países soberanos -o no- a una Mancomunidad de Naciones, de las que ella sería soberana, “jefe de Estado”. Esta fórmula de la mancomunidad la sugirió el conde de Aranda a Carlos III, en el siglo XVIII, para vincular a España sus posesiones de ultramar.

 

Mujeres políticas de aquí y ahora, admirables

Aunque no se trate de mujeres dedicadas a la política, quisiera empezar recordando y rindiendo homenaje a las mujeres víctimas del régimen teocrático de Irán, unas asesinadas, otras sufriendo persecución. Recordar a Mahsa Amini, Nika Shahkarami, Hadis Najafi, Minoo Majidi y Niloofar Hamedi, asesinadas y a muchas otras.

Jacinda Ardern y Saana Marin, neozelandesa y finlandesa, respectivamente, son en este momento los iconos femeninos de la política internacional, ambas brillantes primeras ministras de su país. Jacinda ejerciendo, desde 2017 dos mandatos, durante su gestión el país fue víctima de catástrofes naturales, atentados terroristas y el covid, que la primera ministra supo enfrentar con extraordinaria eficacia y con calidad humana. Es de destacarse que, ante los atentados de Christchurch, en los que un blanco racista alimentado con las ideas del “Gran Reemplazo” ametralló dos mezquitas y dejó 51 muertos, Jacinda supo comprender, consolar y ayudar a las víctimas. “Supo -dicen los analistas de su gestión- ponerse en el papel de las víctimas”.

Jacinda Ardern enfrentó -informa y comenta The Washington Post, comentarios irónicos, unos claramente agresivos, por su condición de mujer y tuvo que demostrar que siendo “nena” -una burlista mención a ella- podía ser gobernante eficaz, como lo fue. Y cercana a la gente, siendo “gente común” cuando en 2018 viajó, con su hija de tres meses a la Asamblea General de la ONU a Nueva York.

Como se sabe, renunció a su cargo a partir del 7 de febrero, pues desea estar más con su esposo e hija, pero nos deja un testimonio y un ejemplo que honra a las mujeres. Y nos deja también testimonios fílmicos, harto interesantes de algún contacto, como jefas de gobierno ambas, con Saana Marin.

Esta, la primera ministra finlandesa, la líder de gobierno más joven del mundo -asumió de 34 años- preside una coalición de cinco partidos, todos presididos por mujeres, y, siendo socialdemócrata, la guerra en Ucrania y las consiguientes amenazas de Putin, ha tenido que renunciar a la tradicional neutralidad de su país y solicitar su ingreso a la OTAN. Brillante y carismática política, cuenta, a pesar de su juventud, con una rica experiencia en la administración pública, como alcalde y también como ministra.

Víctima de un escándalo, a raíz de la filtración de dos videos, uno de ella bailando en una fiesta de amigos y otro de una fiesta en la residencia oficial, en el que dos mujeres, con el torso desnudo, se besan, dio la cara: se presentó en dos ruedas de prensa, afirmando que tenía derecho a una vida social normal, con diversión, en el entendido que nunca ha faltado a su trabajo y ha cumplido con él. Lo que, al margen de críticas escasas y aisladas, aumentó su popularidad. Hoy es una celebridad internacional, con legiones de seguidores en las redes sociales y mucho y muy importante se espera aún de ella.

Dejo pendiente para otro artículo el obligado comentario sobre Kamala Harris, otra de las mujeres que tienen que ser protagonistas en el escenario político internacional. Habrá que saber si Biden se candidatea a la reelección y que futuro político espera a la vicepresidenta, a la que sigo viendo como contacto privilegiado para la estrategia centroamericana de México, si el gobierno desplaza grillos e incompetentes y emplea a los no pocos diplomáticos expertos.

 

Y las deplorables

Centroamérica sufre, en Nicaragua, la dictadura de Daniel Ortega, un Somoza del siglo XXI, que hace dupla con Rosario Murillo, su esposa, ente ridículo y siniestro que, con su marido, encarcela, ordena torturar y, quizá asesinar, a opositores políticos y hasta sacerdotes -un obispo católico.

Otra política deleznable es Marjorie Taylor Greene, “una Donald Trump sin filtro”, la llama el diario Le Monde, de la que sigue diciendo que es una “pirómana política, la más brutal y ambiciosa encarnación del movimiento MAGA (Make America great again) el lema de Trump. Abogada ferviente de éste, emplea el fuego más que el diálogo, el oprobio y no la argumentación. Esta ignorante mujer, que habla de la “policía gazpacho” para referirse a la Gestapo, llega, electa por Georgia, a la cámara de Representantes y formará parte del comité de Seguridad Nacional. Ella, que en otra ocasión propuso “meter una bala en la cabeza de Nancy Pelosi”.

Y hay otros personajes femeninos, como la griega Eva Kaili, vicepresidenta del Parlamento europeo, hoy en prisión, acusada de organización criminal, blanqueo de capitales y corrupción y sospechosa de presiones ilícitas para favorecer a Qatar en el seno del Parlamento.